La primera vez que vi a Tig Notaro fue en Inside Amy Schumer, en un par de escenas de 2013 en las que critican el falso buenismo hacia los enfermos de cáncer, el cómo la gente finge implicación por los que lo sufren y que es en ocasiones fruto de una culpa mal entendida por no sufrirlo ellos. Teniendo en cuenta lo descarado y explosivo del tono humorístico de Amy Schumer (a la que ya he dedicado mil alabanzas), me sorprendió la normalidad y la aparente asepsia con la que la estrella invitada al show de sketches bromeaba con la doble mastectomía que le habían practicado meses antes, según me informé más tarde. Resulta que Tig Notaro, una monologuista de 45 años nacida en Mississippi, hoy ya protagonista de su propia serie, es desde hace tiempo una abanderada del humor negro, en especial relativo al cáncer, en EEUU.
Su historia no es que dé para un monólogo, sino para un biopic de Oscar, aunque ella lo ha preferido narrar a su modo, probablemente mucho más sencillo y honesto. Lo hizo en Tig, un documental de 2015 disponible en Netflix España que me empollé hace unos meses en uno de mis brotes de stand-up comedy yanqui, y que, a pesar de no ser cómico, es totalmente recomendable. En él Notaro relata esa vertiginosa espiral de acontecimientos que vivió en 2012 y 2013 y que la han convertido en la simbólica figura que es ahora: se enfrentó a una enfermedad intestinal agotadora, pero también a la mastectomía derivada de un cáncer de mama y, tal vez lo más duro para ella, a la muerte de su madre, de la que se hallaba un tanto distante. La leyenda comenzó el 4 de agosto de 2012, en un monólogo en Largo, Florida, que hoy ya es historia.
«¡Hola! Tengo cáncer, ¿cómo estáis todos? Me acaban de diagnosticar cáncer, ¿qué tal estáis?». Así comenzaba el monólogo que Tig Notaro concedió poco después de conocer su enfermedad y que usó como una especie de terapia personal para poder asimilarlo, con bromas al estilo de «nunca me gustaron mis tetas y ellas han decidido vengarse de mí». Aquella media hora, cuya grabación se puede conseguir en iTunes, fascinó de tal manera al público (que supo encontrar el humor a la confesión, no como temía la protagonista) y a otros cómicos asistentes al show (entre ellos, el popular Louis C. K.) que Notaro se convirtió en una estrella. Fue su catarsis y su aliciente para luchar y seguir trabajando en un montón de apariciones, para escribir su propio libro y para perfeccionar esa media hora que volvió a dar justamente un año después en Largo.
Tig Notaro ha regresado estos últimos meses a la arena mediática televisiva por el estreno de One Mississippi, una ficción de seis capítulos de media hora que la plataforma online Amazon lanzó al completo el pasado 9 de septiembre. La propuesta es clara y honestamente biográfica: narra la historia de Tig, una columnista radiofónica a la que da vida ella misma, que vuelve a su ciudad, en Mississippi, por la muerte de su madre; el contacto con las raíces le anima a superar su pérdida, pero además a encarar sus enfermedades (las mismas que sufrió en la realidad), a mirar la vida con algo más de esperanza. En One Mississippi aparece Stephanie Allynne, la actriz que protagonizó junto a ella el documental de Netflix; es su esposa desde hace un año y desde junio son madres de dos gemelos, un sueño que han conseguido tras mucho empeño.
Producida por Louis C. K. y escrita por Tig Notaro junto a Diablo Cody, guionista de la película fenómeno Juno (también de la serie Estados Unidos de Tara), One Mississippi pone en práctica un tono narrativo que no esperaríamos de la monologuista. Es un dramedia en el sentido más clásico de la palabra (más «drama» que «media»), con una sensibilidad y una sutilidad notables que le sirven para profundizar en su biografía desde otra perspectiva; no en vano en el documental vimos su lado más sensible, y en él reconoció que le gustaría tratar otras formas de expresión. Tig Notaro se ha convertido en una figura imprescindible de la comedia estadounidense por su dura historia de superación y por su revolucionario monólogo, pero también por haber sabido explorar el género para hacer terapia de la carcajada, para hacer visible lo que estaba prohibido.
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