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-No deberías llevar esa ropa. -¿Por qué? Sólo es una blusa y una falda. -Entonces no deberías llevar ese cuerpo. 'Fuego en el cuerpo', de Lawrence Kasdan

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Mis seis grados de separación con Tony Curtis

Dos de los grandes, muertos; en menos de 48 horas. Primero Arthur Penn, un hombre al que todo el mundo recuerda hoy por ‘Bonny and Clyde‘ y ‘La jauría humana‘, pero que para mí es sobre todo, el responsable de ‘El milagro de Ana Sullivan‘, esa película intensa, emocionante con una Anne Bancroft espléndida y bellísima, a pesar de su indumentaria monjil, y que supone un bonito homenaje a los maestros y pedagogos entregados a la causa, además de un optimista alegato a favor de la superación personal.

Y después, Tony Curtis. Ese morenazo guapetón, de espectaculares ojos azules, que tan bien nos hizo reír en ‘Con faldas y a lo loco’. En 20minutos.es me pidieron que escribiera algo rápido sobre él, y así, sin mucho tiempo para pensar, me puse a recordar las anécdotas que había leído sobre él. Es curioso cómo la memoria se queda enganchada en escenas de películas determinadas, y se olvida de otras, quizá más importantes desde el punto de vista artístico. Y así, por el injusto arte de la simplificación, Curtis era para mí, sobre todo, el atractivo travestido de ‘Con faldas y a lo loco‘ y el exagerado multimillonario que se inspiraba en Cary Grant para besar a la guapa Marilyn. Mi compañero Petricca, un hombre con el que da gusto hablar de todo, pero especialmente de cine, me contó otras anécdotas de Curtis que conocía de primera mano, puesto que hace años habían tenido amigos comunes. Y ahí es cuando empecé a sentir una sana envidia y también cierta alegría. Si es cierta la teoría de que con solo seis grados de separación todo el mundo conoce a todo el mundo. Yo había dado, de repente, un salto inmenso en mi particular cadena de conexión con Curtis.