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-No deberías llevar esa ropa. -¿Por qué? Sólo es una blusa y una falda. -Entonces no deberías llevar ese cuerpo. 'Fuego en el cuerpo', de Lawrence Kasdan

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El rostro felino de Katharine Hepburn, según Zadie Smith

Con tanto prestar atención a las celebraciones del aniversario del inicio del movimiento 15-M, se me pasó por alto que ayer, 12 de mayo, hubiera sido el cumpleaños de Katharine Hepburn, una de mis actrices preferidas.

Casualmente, justo ayer, como si el azar me estuviera mandando un mensaje que no hubiera sabido interpretar hasta hoy, leía el pasaje que Zadie Smith le dedica a Hepburn en su libro ‘Cambiar de idea’ (un libro de ensayos magnífico de una escritora sobresaliente, muy creativa e  inteligente).

Cuenta Zadie que Hepbun le «impresionó desproporcionadamente» desde que la vio de pequeña y que en cierta manera encarnó a los tipos de mujer que le hubieran gustado ser. Dice que lloró amargamente cuando supo que había muerto y que todavía hoy utiliza una de sus frases en Historias del Filadelfia como guía cuando se va a poner a escribir: «El momento para decidirte acerca de las personas es nunca». Con esta emocionante y acertada descripción de Hepbun os dejo.

Su gran amor, Spencer Tracy, lo expresó en los siguientes términos: «No tiene mucha carne, pero la que hay es de primera«. Y así es. Esbelta sin ser flaca, Hepburn era como un largo músculo, con poco pecho, pero sorprendentemente curvilínea  vista por detrás. Podía lucir un vestido como cualquier starlet de Hollywood, pero el corazón te daba un vuelco al verla con un pantalón holgado y una blusa blanca bien planchada. Tenía un rostro felino sin ser coqueto, las mejillas sepulcrales, pero los labios gruesos y generosos. Los ojos-y no hay estrella de cine en la que al final no se reduzca todo a los ojos-tenían ese don de mirar con inteligencia y pasión hacia un punto de la distancia media, una mirada a la que aspiran y a veces consiguen los presidentes. La nariz era más problemática. A algunos les parecía una nariz noble y enérgica, con personalidad, pero muchos la consideraban demasiado refinada, masculina y presumida. En algunas de sus primeras películas, un setenta por cierto largo de la interpretación es de nariz para abajo, y el aficionado medio al cine de los años treinta, en plena Depresión, no estaba de humor para que lo miraran con condescendencia por encima de un instrumento tan recto y severo.