«Nunca he ido al cine». Cuando me lo dijo pensé que se estaba quedando conmigo, que lo decía por ver mi cara de asombro, por pura provocación. No lo consiguió, porque puse mi mejor cara de póquer (que tampoco es que esté muy lograda, he de reconocer) y salí de la carnicería como si tal.
Pero me fui a casa dándole vueltas. ¿Y si es verdad que mi carnicero no ha ido nunca al cine? La conversación se había iniciado gracias a otra clienta que despotricaba contra las películas inacabables en televisión. «Es que siempre me quedo dormida», decía, «solo hay anuncios. Para eso prefiero ir al cine, aunque hace mucho que no voy, porque mi marido se aburre y es muy caro. Me escapo con una amiga, a ver las que acaban bien, que para penas, ya tengo mi casa».
Y en medio de esa conversación, frente a las bandejas de higadillos y alitas de pollo, va mi carnicero, un hombretón de unos 60 años, con mucha cara de guasa, y suelta: «Ahí no me verás gastándome el dinero. Bobadas». «Pero Manolo, si tú pagas por ver al Atlético, más tontería que esa» (suelta un espontáneo detrás de nosotras).»Ojo, a esos sinvergüenzas que no corren, ni me los mientes, que tengo el abono y ya ni voy»… y la conversación aquí se desvió un rato para hablar de «los chavales», «el Forlán», «Quique Flores», «el Kun», etc. y de improviso se recondujo al cine: «Por eso al cine no voy, ya basta de sacacuartos. Nunca, eh, es que nunca he ido. Ni siquiera de joven, cuando llegué a Madrid, nada. Eso era para los señoritos, y yo tenía que ahorrar y mandar dinero a casa. Menudo era mi padre. Anda que no me controlaba lo que ganaba. Lo que tenía me lo gastaba en chatos, en el baile, con la Dora y sus amigas, que menudas eran, cómo se pegaban al panadero (parece que por entonces Manolo era aprendiz de panadero). Mis hijas sí iban antes mucho, y se llevaban a su madre, pero yo no. Yo de esas tonterías no quiero, si además es todo mentira«.
-«¿Pero no ha visto nunca ninguna película, ni siquiera en la tele? No sé una del Oeste, con John Wayne», le pregunto.
– «Sí, del Oeste sí me gustan, pero si total las ponen en la tele no? y no te creas que yo ya no aguanto, me quedo dormido». Y la conversación vuelve a dirigirse al espontáneo de detrás sobre el fútbol y «los sinvergüenzas de los jugadores, que cobran millones y no corren«.
Todavía no sé si Manolo me decía la verdad. De ser cierto, él sería la primera persona que conozco que nunca ha ido al cine, porque incluso mis abuelos paternos, que vivieron toda la vida en un pequeño pueblo de Salamanca, hicieron sus escapadas a la capital para ver los éxitos de su época. Vosotros, ¿conocéis más casos así?