Algo de razón debe de tener Javier Bardem, cuando se ha armado la que se ha armado por unas declaraciones suyas a ‘The New York Times‘; declaraciones que leídas en el contexto son perfectamente comprensibles:
A la pregunta de cómo le habían tratado a su vuelta a España, teniendo en cuenta que en nuestro país se juzga a los actores que han triunfado en América (y esas son palabras de Lynn Hirschberg, periodista de ‘The New York Times’ ), Bardem contesta:
«Los españoles son duros. Critican mi trabajo y dicen que me he vendido. Quieres decirles: Ya vale, sois un atajo de estúpidos; pero nunca vas a gustar a todo el mundo.» (The Spanish are tough. They criticize my work and say I sold out. You want to say, ‘‘Stop it — you’re a bunch of stupid people.’’).
Sinceramente, ese sentimiento de frustración es perfectamente legítimo en alguien que, a pesar de haber triunfado, o precisamente por ello, es obligado a justificarse una y otra vez, ante desconocidos que, en muchas ocasiones, sienten una profunda e irracional animadversión por él.
¿Acaso no os ha pasado alguna vez a vosotros lo mismo? ¿Quién no se ha sentido injustamente tratado por algún compañero de trabajo/vecino/familiar/lector/ amigo al que, con mucho esfuerzo, hemos evitado llamar imbécil?
Dicho esto, y después de leer la aclaración que el propio Bardem se ha visto obligado a difundir a través de su representante en España, me gustaría hacer notar algunas otras cosas interesantes que contenía la famosa entrevista, y que pocos se han preocupado en difundir; porque ya se había conseguido un titular muy vendible y polémico.
Entre otras cosas, en el vídeo rodado durante el reportaje Bardem recuerda a su admirada Victoria Abril y una famosa frase de ésta en la que describe a los actores como abogados de sus personajes, defensores a ultranza de éstos, aunque se trate de criminales o caracteres desagradables.
También habla Bardem de que su vida sigue siendo la misma, a pesar de la fama, y que aún se las apaña para ir donde quiere camuflado tras una gorra y unas gafas de sol. Solo le molesta la invasión de su privacidad y la manía de algunos por conocer los detalles de la vida privada de las personas. En ese sentido confiesa que “para muchos la prensa es el enemigo“. (y aquí entiendo que se refiere a los famosos que temen a la prensa del corazón).
No escatima elogios Bardem hacia actores a los que admira, como Al Pacino, del que alaba su actuación en ‘Tarde de perros‘, porque a través de ella consigue entender un poco mejor el mundo que le rodea. “No creo en Dios“, dice Bardem, “pero creo en Al Pacino”.
A la pintura, otra de sus pasiones (una faceta que muestra en ‘Vicky Cristina Barcelona’) confiesa que sigue dedicándose en secreto y que de los 19 a los 23 años se dedicó a su estudio. Tanto le gustaba en aquella época que incluso ejerció de extra en algunos filmes para poderse costear su afición.
Sobre cómo te cambian algunos premios, como el Oscar, Bardem hace una interesante reflexión:
“Después de eso tú cambias un poco, pero la gente que te rodea cambia enormemente. Tienes que recobrarlos y demostrarles que eres el mismo chico estúpido y limitado que eras y no una especie de chico de oro”.
Lo dicho, la entrevista contenía más cosas interesantes que su supuesto agravio a los españoles.