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-No deberías llevar esa ropa. -¿Por qué? Sólo es una blusa y una falda. -Entonces no deberías llevar ese cuerpo. 'Fuego en el cuerpo', de Lawrence Kasdan

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¿Dónde están los mejores argumentos, en el cine o en la televisión?

Este fin de semana leía un interesante reportaje en ‘El País’ (perdonadme que hable de la competencia) sobre cómo la televisión está acaparando toda la creatividad de los guionistas, y ponía de ejemplo series como ‘Mad Men’, ‘Los Soprano’, ‘Dexter’, ‘The Closer’, ‘Los Simpson’. El reportaje venía firmado por Alex Martínex Roig, director de contenidos de Digital +, lo que quiere decir que, aunque haya intentado ser objetivo, barría para casa.

No voy a retomar los argumentos que se exponían para demostrar que hoy por hoy, la audacia narrativa ha quedado relegada a la ficción televisiva (quien haya visto alguna vez las serie que he mencionado arriba puede hacerse una idea de por dónde van los tiros); pero sí me gustaría plantear aquí el debate sobre el tema y conocer vuestra opinión.

Durante el último año, ya he leído al menos tres reportajes o artículos que hablan de la televisión como la tabla de salvación de los guionistas con talento. Todos los escritos coincidían en que la tele, más barata y atrevida que el cine, arriesga más en los contenidos y da más oportunidades a los nuevos talentos. Incluso muchos actores consagrados, especialmente mujeres de edad madura, encuentran en la pequeña pantalla las oportunidades que los grandes directivos de los estudios les niegan por edad o por falta de gancho en taquilla.

No sé qué opináis vosotros de todo esto, y si pensáis que las series de televisión hoy por hoy marcan las pautas de calidad de la ficción. Es cierto que la mala racha de películas cinematográficas que llevamos en los últimos años se lo está poniendo fácil a la caja tonta (que dicen que está dejando de serlo), pero ¿hasta el punto de ser superada por la televisión? ¿Podría la televisión haber ideado, por ejemplo, una serie sobre una abuela que, desesperada por conseguir dinero para salvar a su nieto, se dedica a masturbar a hombres en un club (argumento del sorprendente filme ‘Irina Palm’)? ¿Se podrían aplicar también estos supuestos marchamos de calidad a las series de ficción española?

Que conste que yo aún me estoy pensando mi opinión sobre este asunto.

¿Se puede enseñar a escribir un guión?

El 1 de julio 600 aspirantes a guionistas asisten al Screenwriters’ Festival que se celebra en la localidad inglesa de Cheltenham. Habéis leído bien: 600 personas, supongo que algunas de ellas ya profesionales, con 600 potenciales guiones en su cabeza, se reúnen durante tres días para indagar en los secretos de la escritura cinematográfica, mejorar sus habilidades y desarrollar su creatividad. Me imagino que el objetivo último de todas estas personas será elaborar un guión que puedan vender a una productora.

Aparte de llamarme la atención el éxito de convocatoria de este megataller internacional, su celebración me hace recordar algunos de los talleres de escritura cinematográfica a los que he asistido. Por supuesto que a los que yo fui no tenían de ponentes a superdotados como Mike Leigh o Christopher Hampton; aunque sí tuve la suerte de contar con algún profesional sensato y realista. No reniego de las experiencias, sobre todo porque no fueron caras, y saqué un par de buenos consejos; pero, en general, me quedé con la sensación de que a escribir se aprende escribiendo, que es muy difícil enseñar a ‘vender’ guiones, que la mayoría de estos cursos están impartidos por gente que no logró convertirse en guionista profesional, aunque sí se gana la vida muy dignamente enseñando a estructurar una historia y que lo mejor de estos cursos es ponerse en contacto con gente afín, posibles amigos con los que compartir inquietudes y aficiones.

No sé si vosotros habéis asistido a algún curso de este tipo. Me gustaría conocer vuestra experiencia y saber si creéis que merecen la pena.

Un libro de cine para conocer los entresijos de la industria

No ha habido suerte. Solté la indirecta de que quería la nueva biografía de Cary Grant, pero los reyes ‘majos’ han pasado de mí, y eso que este año me he portado muy requetebién. Menos mal que hace más de un mes unos amigos que son un soletes me regalaron un libro muy entretenido que ahora estoy leyendo: ‘Las aventuras de un guionista en Hollywood’, de William Goldman (editorial Plot).

El autor es el guionista de películas como Dos hombres y un destino o Todos los hombres del presidente (por las que ganó sendos Oscar) y en el libro cuenta con mucha sinceridad algunos de los problemas con los que se enfrenta un escritor en la meca del cine.

Probablemente su lectura no nos aclare mucho del conflicto actual que sufren los guionistas que se han declarado en huelga, porque Goldman no ha vivido el lío que genera el reparto de beneficios del boom de Internet y las ventas masivas de DVD; pero sí explica las frustraciones habituales que tienen que superar en su profesión y aclara cómo se organiza la poderosa industria del cine en EEUU.

A Goldman no le duelen prendas a la hora de contar alguna anécdota poco halagadora de alguna superestrella, como la negativa de Dustin Hoffman de protagonizar una escena de Marathon Man por miedo a dar una imagen algo cobardica ante sus fans; pero lo que más me está llamando la atención del libro es descubrir la tensa relación que la mayoría de las veces mantienen los guionistas con los directores, hasta el punto de que Goldman designa una categoría específica para calificar a algunos de ellos: mataguionistas. ¿Y qué son los mataguionistas? Pues directores, a veces geniales, que no acaban de decidirse sobre qué versión del guión les gusta más, y mandan que se reescriba una y otra vez, sin acabar de estar nunca conformes. Al final acaban encargándole el trabajo a algún escritor de su confianza y se deshacen, con mucha educación, eso sí, del guionista original. El primero al que Goldman tiene que hacer frente: Mark Rydell (En el estanque dorado).