El cine más antiguo de Ávila, y el único que estaba en el centro de la ciudad, accesible para todo el mundo, cierra. Y aunque a vosotros os suene a noticia conocida, o a no-noticia- ¿cuántos cines cierran prácticamente todos los días? ¿Alguien se han fijado en qué se ha convertido la Gran Vía de Madrid, por ejemplo?- para mí supone perder mi cine de referencia.
En una ciudad fría, de eternos inviernos castellanos y escasísimas posibilidades de ocio, ir al cine era, en mi ya lejana adolescencia, el mejor entretenimiento posible, el más divertido y excitante (o por lo menos el único del que se podía hablar en público sin riesgo de crearse problemas). Y el Tomás Luis de Victoria era nuestro punto de encuentro, nuestro ‘café del mar’ a 1.100 metros sobre el nivel del mar. En él me colé con mi hermano en una película para adultos cuando apenas teníamos doce o trece años. En él me enamoré locamente del Jeremy Irons de La Misión; y del Christian Slater de El nombre de la Rosa… (cosas de la edad). En él descubrí que mi madre también podía llorar por una película (las dos lloramos aquel día) y que mi padre era capaz de aguantar estoicamente a unos cuantos grados bajo cero para que, después de la última sesión, terminaran de descolgar los carteles que me habían prometido y que él iba a llevarme a casa. ¡Cuántos recuerdos! ¡Cuántas buenas, malas y horrendas películas he visto allí!
Y ahora leo que cierra, que después de 50 años el dueño dice basta, agobiado por la crisis, la falta de espectadores y la competencia de los nuevos multicines de las afueras, mucho más modernos, con mejor sonido y conveniente ubicados en el interior de un centro comercial. ¿A que os suena a historia conocida?
Recuerdos y nostalgia al margen, es una mala noticia. Una mala noticia para los cinéfilos sin coche y en general para los 58.000 habitantes de una ciudad que ve así enflaquecida su ya paupérrima oferta cultural.
Foto: El diario de Ávila.