De momento solo está en inglés; pero la enésima biografía sobre Elizabeth Taylor promete ser una de las más jugosas, a lo que detalles más o menos escabrosos se refiere. Se titula ‘How to be a movie star’ y la escribe Willian J. Mann, un autor que ya le dedicó otra interesante biografía a Katherine Hepburn.
Mann, que se muestra fascinado por el hecho de que todo el mundo se sintiera fascinado a su vez por los turgentes pechos de la Taylor, destaca la faceta de Taylor como icono sexual, que escandalizó a medio mundo con sus pasiones dentro y fuera de la pantalla. Habla Mann de su infancia como niña prodigio; de su impactante belleza, ya desde entonces; sus ocho matrimonios (dos de ellos con Richard Burton, otros dos concertados por interés); su aparente y real fragilidad física que muchas veces ella utilizaba como pretexto para hacer su vida y mantenerse alejada del rígido control de los grandes estudios y, cómo no, de su sincera y profunda amistad con ilustres homosexuales como Montgomery Clift y Rock Hudson, con el que al parecer se cogía unas cogorzas antológicas.
De los detalles que he ido leyendo sobre esta biografía hay uno que me ha llamado la atención por lo moderno que me parece, ahora que tanto se habla de botox, cirugía estética, y pinchazos del doctor Chams ,y es la afición de Taylor a inyectarse un cóctel de vitaminas, anfetaminas, esteroides, hormonas, placenta y médula ósea para mantenerse joven y en forma. Reconozco que es un cotilleo muy poco cinematográfico, pero me da una idea de la esquizofrenia en la que vivimos por culpa del deseo de permanecer siempre jóvenes, una presión que debe de hacerse insoportable cuando se es una estrella de cine bellísima, a la que todo el mundo admira y desea.
Larga vida a la achacosa Taylor, una de las más guapas y también de las más talentosas actrices de Hollywood.