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Envejecer y no envejecer

En la sauna del club de natación, un cincuentón cachas lleno de tatuajes y una señora elegante de sesenta y muchos se saludan amistosamente. Después de intercambiar algunos comentarios ella dice, “qué rápido pasa el tiempo, no te das cuenta y mira yo ya tengo setenta…Hay que aprovechar pues todo se pierde.” “Bueno, dice el hombre”, – después alguien dice de él que es almirante de la marina – “a nivel físico, yo hago lo mismo que cuando tenía treinta… y la cabeza si uno la ejercita, las facultades no se pierden”. La señora medio asiente y afirma que ella “en la juventud lo pasó muy mal y esos años ya no se recuperan”.

Envejecer confirma una de las tres marcas budistas de la vida: la impermanencia. La única constante en la vida es el cambio. El proceso de envejecer es una campana que cada día redobla esta verdad a través de las mutaciones del cuerpo y la mente, propios y ajenos. Al igual que nadie nos prepara para las asignaturas más importantes de la vida: cuidar, amar, morir…tampoco se nos prepara para envejecer. Lo cual no nos libera de tomar responsabilidad en este proceso inevitable.

Algo que lleva años inspirándome es participar en espacios y actividades con personas de distintas edades. Uno de ellos es un grupo de escritoras locales en el que recientemente surgió la iniciativa de entrevistar a mujeres notables de la ciudad. Cuando propuse a una mujer a quien admiro, me respondió una de ellas con mirada de vaya por donde “¿ésta?”  “sí sería interesante, pero es demasiado joven tiene como yo, sesenta y algo, todavía trabaja y mucho.” Las otras asintieron. “Tenemos que entrevistar a mujeres de setenta en arriba.” dijo otra. Yo las miraba atónita y divertida. ¿Cómo había podido olvidar que ahora los sesenta son los nuevos cuarenta? En aquel instante, a mis cuarenta y seis me sentí una completa adolescente, extática por compartir el momento con mentes despiertas y afiladas como las suyas viviendo en cuerpos de cualquier edad.

Hombre mayor en una librería, riendo a carcajada

(Johann Walter, UNSPLASH)

“Muéstrame tu verdadera cara, la cara que tenías antes de que tus padres nacieran.” reza el koan zen. Sostenerlo me invita a reconocer la consciencia en mi y su sabor inconfundible, no importa cuántos años pasen. La consciencia de cuando tenía diez años morando por las calles vacías la ciudad bajo el sol de las tres de la tarde. La misma que a los veinte años agonizaba tras la ausencia del primer amor. La que a los treinta seguía alerta por las noches tras días sin poder dormir. La que ahora recibe el surgir de estas palabras, escritas para que otra consciencia, la tuya, que no es diferente de la que escribe, las lea.

Vivir es envejecer y no envejecer.

 

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