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Por qué entrenar tu atención te puede ayudar a salir de la ansiedad o la depresión

Llevo unos pocos meses aprendiendo a montar a caballo. Lo doy todo en cada sesión y termino hecha polvo. Algo que estoy disfrutando es la relación que se genera con el caballo. La yegua Catalana tiene catorce años es astuta, sensible y bella. Si tiro demasiado de las riendas, trota más en lugar de pararse. Si en lugar de tener los brazos pegados al cuerpo los levanto, ella va incómoda y no trota bien. Después de lograr mantener los pies en los estribos de forma correcta y descubrir que tengo unos músculos que se llaman abductores, tengo claro que el siguiente paso es la relación con Catalana.

Hace unos días que ando preocupada por un tema familiar. Si no voy con cuidado, la preocupación me domina y pierdo las riendas de mis pensamientos al igual que cuando no pongo atención a la forma de comunicarme con Catalana.

Lidiar con la mente de forma armoniosa, al igual que comunicarse con un caballo, no es fácil, como constato a diario en mi práctica de coaching. Si te digo, no pienses en un prado verde, ¿a que estás pensando justamente en esto? Por eso, la habitual estrategia de “no voy a pensar” o “elijo no obsesionarme” no funciona. Al igual que si me digo, no voy a tirar de las riendas fuerte, tampoco funciona porque no se trata de no hacer, sino de hacer de una determinada forma. Al igual que un caballo lleva las riendas en conexión con el cuerpo del jinete, la mente también tiene sus riendas, que no es más que la atención. Según a qué orientemos nuestra atención, nuestra mente se desbocará o de lo contrario va a calmarse y a centrarse en lo que nosotros elijamos.

Triángulo de la atención

Una forma sencilla de encuadrar la atención es a través del triángulo de la atención, utilizado en el mindfulness. A grosso modo, existen tres fenómenos en los que podemos centrar nuestra atención: pensamientos, emociones y sensaciones. La mayor parte del tiempo estamos centrados en nuestros pensamientos. Los pensamientos van desde una simple idea, a una sofisticada historia. Los pensamientos son información con una carga energética y otra somática o de sensaciones. La carga energética son las emociones que activan la acción del cuerpo. Por ejemplo se despierta la sensación física de hambre, pienso en una fruta, la encuentro y me la como. El pensamiento se disipa y la sensación también. En cambio, imagina que estoy a dieta. Tengo la sensación de hambre, pienso en comida pero no como. Cada vez pienso más en comida. No puedo parar de pensar en comida. Pero sigo sin comer. La comida se convierte en una obsesión. Cuando me doy permiso para comer, me desboco y como demasiado. Así es como fracasan muchas dietas restrictivas, generando apego justamente hacia aquello que queremos modular.

Algunos trastornos mentales como la depresión o la ansiedad se pueden entender como resultado de instalarse en ciertos tipos de pensamientos, emociones y estados físicos durante demasiado tiempo. Si realmente fuese así, bastaría con trabajar la atención de cierto modo para poder salir de estos estados. Pues eso es lo que justamente demuestra un estudio pionero en el que se han comparado los resultados de tratamientos de personas con desórdenes de ansiedad por una parte con fármacos, y por otra, a través de un programa de mindfulness de ocho semanas, es decir un entrenamiento práctico de la atención. El entrenamiento de la atención se está demostrando beneficioso no solo para desórdenes de ansiedad sino también para curarse y no recaer en trastornos depresivos.

Entrenar la atención se puede hacer de múltiples formas y no hace falta tener ningún trastorno mental para hacerlo. La clave para reequilibrar la mente es dejar de poner la atención en los pensamientos y llevarla a las sensaciones físicas: respiración, tacto, olor, ruidos, sabores… sea lo que sea que estás haciendo. Enfocar la atención en las sensaciones afloja el vigor de los pensamientos, con lo que cada vez resulta más fácil observarlos como meros objetos de la consciencia, y lo mismo ocurre con las emociones. Con la práctica uno aprende a calmar la mente, descubriendo en ella una aliada, con quién cabalgar con gracia los altibajos vitales.

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