5 pautas + 1 para convertir la muerte en tu aliada

Hace un par de noches, mi hija me contaba impresionada al acostarla sobre una erupción del Etna, en la que torrentes de lava se habían llevado a cientos de personas: “Sabes mamá, había un perro que caminaba por allí y se quedó tieso. Igual que el tendero y las personas que paseaban por la calle… ¿Cómo puede ser?” me decía con los ojos como platos y la voz llena de asombro, mientras imitaba a las personas en el momento del baño mortal. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Bueno, ya es suficiente le dije. Balbuceé algo como “la vida es así”. Ahora, al relatarlo, me doy cuenta de mi nada sutil prisa por dejar el «temilla» y pasar a las canciones y a los mimos.

En la promoción del libro Tu vida épica, al hablar con los medios, me encuentro inconscientemente pasando de puntillas por la primera regla de Tu vida épica: el hecho de que somos mortales. Y aunque en el libro le dedico un capítulo entero, sé que la muerte no vende. Más allá de las calaveras que puntualmente se ponen de moda, nuestra cultura la rechaza y pocos quieren escuchar sobre ella. Y sin embargo, aquí estoy yo con este artículo.

EL REGALO DE LA MUERTE

A menudo trágica e injusta, la muerte se nos antoja incómoda. Pero sobretodo es natural. La muerte no es lo contrario a la vida, es la otra cara de nacer. Con el gesto de nacer, llegamos, con el de morir, nos vamos. Por esto, considerar la propia muerte es fundamental, como insisten distintas tradiciones espirituales. Lo es porque saber que nuestro tiempo es limitado nos ayuda a ordenar prioridades, a discernir lo importante y a enfocarnos en lo que tiene sentido para nosotros.

Rosa mustia

(Sharon Mccutcheon, UNSPLASH)

5+1 PAUTAS PARA CONVERTIR LA MUERTE EN TU ALIADA

Como casi todas las enseñanzas, ser conscientes de la muerte no es algo que podamos hacer una vez y pasar a otra cosa. Hay que recordarlo, es decir, llevarlo al corazón de uno, periódicamente, de forma consciente. Te comparto algunas pautas para hacerlo:

  • Cuando te levantes por la mañana, pregúntate: ¿Qué voy a hacer hoy, y cómo voy a hacerlo, sabiendo que mi vida no está garantizada?
  • Al final del día, antes de irte a dormir pregúntate: ¿Si me fuera a morir esta noche, habría aprovechado bien mi día? No te lo preguntes desde el punto de vista hedonista – pasártelo bien – sino considera si has aprovechado y honrado tu vida. Toma nota de las respuestas y si el día siguiente te levantas, aplica las lecciones de la noche anterior.
  • Cuando muera un familiar o persona cercana, date permiso para sentir el impacto. Deja que te llegue la pérdida con toda su magnitud, marcándote para siempre con sus aprendizajes.
  • Cada vez que te encuentres con alguien, considera que tal vez sea la última vez que le veas. Hazlo también con tus personas cercanas. Date cuenta de cómo cambia la naturaleza de la interacción, con esta verdad en ti.
  • Cuando te sientas apegado a algo: a una relación, a una persona, a un objeto o posesión…date cuenta de que no podrás llevártelos cuando te mueras. Deja que esta consciencia te ayude a abrir la mano, la mente, y el corazón deshaciendo con este gesto el apego.
  • Deja que las noticias te acerquen a la muerte. Las noticias están repletas de ella. En lugar de insensibilizarte, pensando “es solamente una muerte más”, considera las muertes ajenas con cuidado y date cuenta de qué forma tu podrías ser uno de ellos. Sin duda lo serás en un día cercano y, muy probablemente, no salgas en las noticias.

Un momento en el que intimé con la muerte fue durante un retiro espiritual. Consistía en recitar sin parar una versión de la siguiente letanía: “No voy a resistir envejecer, ni enfermarme. Cuando muera, perderé todas mis relaciones y posesiones.”, frente a un compañero con el que nos íbamos turnando. Después de nadar en esa música durante sesenta minutos nos dijeron ”ahora, salid afuera y experimentad el mundo”. Para mi sorpresa, al tocar aquella verdad cruda y pesada me sentí libre, ligera y extáticamente viva. Porque llevar la muerte a la conciencia no nos hunde, sino que nos despierta a la realidad. Y es entonces cuando podemos llamar a la muerte nuestra aliada.

 

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