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«Testimonia, que algo queda»

Encontrarse en las páginas de un diario frases desconcertantes, cuando no simplemente absurdas, es algo tan viejo y repetido como el hecho mismo de sacar un periódico a la calle. Algunas veces es un tercero quien las dice, y los periódicos nos limitamos a recogerlas, y otras, seguramente las más numerosas, ponemos a prueba la paciencia del lector con tonterías de nuestra propia cosecha. Es el caso de la que encabeza este post. Me la he encontrado por casualidad, mientras buscaba otra cosa, en el rótulo de una historia personal con la que ilustrábamos una noticia sobre el marisqueo furtivo en el municipio coruñés de Cariño (no es coña). Salió así a la calle, hace poco más de un mes:

La frase, aunque con cierto surrealismo, se ajusta bastante al contenido de la pieza, lo que probablemente hizo que escapara de los controles de corrección y cierre. O sea, que el epígrafe, siendo erróneo, no lo parece suficientemente, cosa de la que me confieso culpable. Me explico: en 20 minutos, como en casi todos los periódicos, disponemos de una biblioteca de elementos en la que tenemos archivadas las piezas que utilizamos con más frecuencia. Estas piezas salen en forma de plantilla, con unos textos genéricos («título apertura», «entradilla tres líneas», cosas así) que el redactor sobreescribe al componer la noticia. Y en este caso, como en su día pudieron comprobar nuestros lectores de A Coruña, los textos que yo dejé puestos en la plantilla para cuando salieran de fábrica eran menos genéricos de lo debido.

En la redacción hay quien opina que, para evitar este tipo de deslices, es más seguro poner textos manifiestamente falsos (una serie de ‘xxxxx’ es la fórmula más habitual) que den al ojo de un golpe de vista. Pero hay quien cree que, puesto que las erratas son siempre las últimas en abandonar el barco, es preferible que las plantillas traigan de serie textos medio verosímiles, que aminoren el error en el caso de que se produzca y la errata salga finalmente impresa. Yo era de la primera opinión, hasta que un día vi la portada de la edición para Europa de The Guardian, un diario modélico en muchos sentidos salvo por la proverbial profusión (en Gran Bretaña hay quien le llama ‘The Grauniad’) de sus erratas.

Prometo que no hay Photoshop, que la he escaneado, tal cual, del ejemplar que Arsenio compró en un aeropuerto. Aún trato de explicarme cómo pudo ocurrirles algo así.

D. Velasco