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Lo hice porque «no sabía que era imposible»

Anteayer presumí de haber acabado mi última talla «Quema de libros»(inspirada en Juan de Juni). Lo celebré con el núcleo duro de tallasmadera.com en Guadarrama (Madrid). Gracias, colegas, por vuestros piropos. Dicen que «el halago debilita», pero ya sabéis que a mí me da alas. La maestra Sandra Krysiak (mano de  hierro en guante de seda) me felicitó. [9/1, 23:01] Sandra Krysiak: «Jose, quiero ver ese relieve expuesto en Casa de Vacas. Te lo merecés por tanto esfuerzo, dedicación y por el resultado final. ¡Te quedó espectacular!» [9/1, 23:42] José A. Martínez Soler: «Gracias, maestra. Sin tu magisterio hubiera sido imposible terminarlo». Os parecerá una minucia presumir de una talla en madera, pero esta obra me ha hecho más feliz que los miles de artículos publicados en el último medio siglo dedicado a la prensa. Y me quedo corto.

Con mis colegas y la maestra en el taller de tallasmadera.com-

«Quema de libros por la Inquisición», relieve inspirado en la obra de Juan de Juni

Mi afición por las obras de Juan de Juni (muy abundantes en León) viene de lejos. Recién casados, a principios de los años 70, mi esposa (awestley.com) y yo visitamos una exposición en la Catedral de Salamanca. Allí vimos, por primera vez, la gran talla de Juan de Juni. «Qué estampa tan española», exclamé. Los visitantes me miraron de una manera rara, poco amistosa.

Quema de libros por la Inquisición, de Pedro Berruguete

Hace unos años, poco antes de la pandemia, me enfrenté de nuevo a las tallas de Juni en un viaje inolvidable a León. Recién jubilado y entregado al tenis y a la talla de madera, me prometí tallar una quema de libros por la Inquisición inspirada en Juan de Juni. No es una copia, sino una interpretación en la que he eliminado los detalles más difíciles (algunas manos y gestos) de la obra gran maestro.

Con Antonio López y Sandra Krysiak, mi maestra, en Bellas Artes Coronado.

Estoy contento por haberle dado, por fin, la cera Luis XIII que me recomendaron en Bellas Artes Coronado, donde coincidimos algunas veces con un cliente ilustrísimo: Antonio López, que compra allí sus pinturas.

Empecé mi talla en madera de cerezo justo antes de la pandemia del Covid. Ante la dificultad de su perspectiva y profundidad, me asusté, pero no me rendí.

La dejé por un tiempo en mi sótano («silenciosa y cubierta de polvo») para mejorar mi técnica con otras obras menores. El año pasado, valiente o soberbio, retomé la Quema de libros. Y el día de mi cumple le di la ultima mano de cera. ¡Y ahí está! El mayor piropo ha venido de mi chica. La Westley me ha prometido retirar uno de sus óleos del salón de casa para que yo pueda presumir de mi talla en un lugar preferente… por un tiempo.

Primera lija, antes del tapaporos.

Tengo la intención de grabar en los márgenes de la talla una frase del poeta romántico judío alemán H. Heine (17797-1856) que me impresionó al visitar con mis hijos el Museo del Holocausto en Washington:

«Allí donde empiezan quemando libros, acaban quemando personas».

Lo escribió un siglo antes de que Adolf Hitler mandara a sus bárbaros a quemar los libros que consideraban contrarios a la ideología nazi. Fue premonitorio: después de quemar los libros, asesinaron a 6 millones de judíos.

«451 fahrenheit», la temperatura a la que arde el papel. Gran obra de Ray Bradbury.

El padre de Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel, que aplica ahora sus técnicas genocidas contra los palestinos de Gaza, escribió sobre la influencia de la Inquisición española en el genocidio de los nazis contra los judíos europeos.

La Inquisición aprendió la quema de libros de nuestra herencia árabe. De hecho, la frase de Heine se refiere a la quema de libros en el Califato de Cordoba ordenada por el caudillo Almanzor. El cardenal Cisneros superó a Almanzor al quemar miles de libros tras la toma de Granada por los Reyes Católicos. ¡Qué manía tienen los poderosos contra los libros! No les falta razón. Los libros nos hacen pensar …y desear ser libres. A los poderosos no les conviene.

Mirad al propio general Franco, el tirano felón, que mandó hacer hogueras por toda España para quemar los libros que consideró prohibidos, en especial los del Índice de la Iglesia contrarios al nacional catolicismo.

Quema de libros por el cura, el barbero y el ama de don Quijote (José Segre)

Uno de los capítulos más interesantes de El Quijote es precisamente el de la quema de los libros del ingenioso hidalgo por parte del cura y el barbero. Su ama los odiaba: «Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros». Siempre lo recomiendo.

Mis parientes de Tabernas (Almería), el pueblo de mi padre, también quemaban libros, pero sin odio. Eran pobres e ignorantes. Lo hacían en su chimenea para luchar contra el frío. Mi padre y yo salvamos de la hoguera varios sacos de libros que estaban en capilla.

Al tallar este relieve, una terapia que os recomiendo, me vinieron todos estos asuntos a la mente. Ellos guiaron mis gubias.  Tallar la «Quema de libros» ha sido una gran experiencia reparadora y un maravilloso recuerdo de mi viaje a León que no nunca olvidaré.

Aplicando el viejo truco del tinte y cera para destacar las luces sobre las sombras.

El año pasado, los Reyes Magos me trajeron una taza. Este año, cera Luis XIII. ¡Qué lujo!

«Empiezan quemando libros…» (Heine) ¡Aprobado!

¡Aprobé, por fin, con mi «Quema de libros por la Inquisición! Claro que no tuve mucho mérito ya que la maestra Sandra Krysiak, siempre generosa, nos concedió un aprobado general.

Con mi maestra, mi talla y unos pasteles que Sandra llama «facturas argentinas».

Ayer terminó el curso de tallasmadera.com en los talleres de Villalba y Vadillo y hubo fiesta dulce en Vadillo y salada en Villalba.

Cena salada de fin de curso en el taller de Villaba.

Merienda dulce de fin de curso en el taller de tallasmadera.com en marqués de Vadillo.

Ya solo me falta lijar con cuidado las caras, las manos y los libros de  los doce inquisidores dominicos quemadores de libros.

«Quema de libros de un un hereje por el tribunal de la Inquisición». Una escena muy española inspirada en la gran obra de Juan de Juni (Museo de León). (En la foto no se nota, pero fracturé tres dedos inquisitoriales que iban contra veta y a uno lo dejé tuerto. Eso, seguramente,  me bajó la nota).

En su margen superior, grabaré con pirógrafo la frase premonitoria del poeta Heine: «Empiezan quemando libros… y acaban quemando personas». Me recuerda el día en que mi padre y yo salvamos muchos libros de la hoguera. También me recuerda la quema de los libros de mi colega y paisana Carmen de Burgos, ordenada por el dictador Franco, otro cruel inquisidor.

Comencé esta talla en madera de cerezo español antes de la pandemia. Me tomaron por loco. Y nos les faltó razón. La retomé este curso después del Covid. Y ahí está. ¡Aprobado! Con gubia y maza en la mano, me siento alguien. Tras mi jubilación, me alegro de haber cambiado la dirección general del diario 20minutos por la talla de madera y el tenis.

Pag.546 de «La prensa libre no fue un regalo»

Ahora que se agota «La prensa libre no fue un regalo» no tendré más remedio que empezar otro libro con la esperanza de que los retrógrados franquistas de VOX no me lo quemen. ¡Miedo me dan! Pobres mujeres españolas y pobres hombres gobernados ya en muchos lugares por machistas, homófobos, xenófobos, odiadores y racistas declarados de VOX que exhiben, sin complejos, toda su ignorancia y su amor ciego por la represión franquista. Y pobres los demócratas del PP que no saben dónde se meten.

 

 

La resurrección de Carmen de Burgos, en Almería

Un retrato al óleo y un libro sobre Carmen de Burgos (1867-1932), la principal defensora de la mujer en el siglo XX, serán presentados el viernes, 19 de mayo a las 12:00h. en el Hotel Catedral de Almería. Con este motivo, ayer publiqué en La Voz de Almería este artículo:

Mi artículo en La Voz de Almería, 14 de mayo 2023, sobre Carmen de Burgos

Ya que algunos jubilados, como yo, pueden tener problemas para leer la página del diario, copio y pego a continuación el mismo texto en Word.

Retrato al óleo sobre madera de Carmen de Burgos obra de Ana Westley (awestley.com)

Almería, quién te viera… (28)

J.A. Martínez Soler

Carmen de Burgos (libro y óleo) en el barrio donde nació

Nuestra paisana, Carmen de Burgos, principal defensora de la mujer en el siglo XX, nació en la calle Mariana, con vistas a la Plaza Vieja. Por eso, Asunción Valdés y Ana Westley (awestley.com) le rendirán homenaje, con un libro y un retrato al óleo, respectivamente, el próximo viernes, 19 de mayo a las 12.00 horas, en el aljibe árabe del hotel Catedral, muy cerca de donde nació “la divorciadora”, la mujer más odiada y perseguida por el dictador Francisco Franco.

Carmen de Burgos, Colombine, primera española redactora en nómina, primera corresponsal de guerra, pionera del feminismo moderado, defensora de la igualdad de derechos entre la mujer y el hombre, contraria a la pena de muerte, pragmática, posibilista y testaruda, fue una adelantada a su época. Todos los defensores de los derechos de la mujer estamos en deuda con ella.

Para saldar en parte esa deuda, dos mujeres excepcionales le rendirán honores en su tierra. Mi colega y amiga Asunción Valdés (ex directora del Telediario y ex jefa de prensa del rey Juan Carlos I) lo hará presentando su ópera prima (que para mí ya es su “obra magna”) dividida en dos tomos: “Revivir. La nueva Carmen de Burgos”.

Asunción Valdés, con su obra, acompañada, de pie, por Ana Westley, autora del retrato de Carmen de Burgos.

En 1916, preguntaron a Colombine cual sería su legado póstumo. Proféticamente, ella respondió: “Mi resurrección”. Asunción le da la razón. Ana Westley (mi esposa, almeriense consorte desde hace 54 años y mi maestra en feminismo), también pone sus pinceles al servicio de su resurrección, dándole un porte elegante y maduro, segura de sí misma.

Carmen murió, republicana, en 1932, y al terminar la guerra civil, en 1939, Franco incluyó su nombre (la única mujer) en la lista de autores prohibidos y mandó quemar todas sus obras, más de 250. La condenó a la danmatio memoriae, un castigo fatal inventado por los romanos para borrar la memoria de sus adversarios más temidos. Fue perseguida por subversiva por el general Saliquet, almeriense consorte de triste memoria, siete años después de muerta. La única fallecida encausada. Sus libros fueron quemados en la desembocadura del río Andarax. La Dictadura decretó el eclipse total de una de las mujeres más importantes del siglo XX. Hasta que murió el tirano. Un año después, en 1976, comenzó su resurrección. La librería/editorial Cajal publicó entonces “Carmen de Burgos, defensora de la mujer”, avance de la tesis doctoral de Elizabeth Starčervić.

Los almerienses, incluso los más interesados en la defensa de la mujer, no sabíamos quien era Colombine. Como ella, yo soy almeriense, periodista, feminista, laico, ateneísta y de corazón republicano… y no tenía ni idea de quien era Carmen de Burgos. De joven, descubrí la figura de esta paisana mía por puro azar. Con 21 años, trabajé en TVE para investigar y documentar el programa “España, Siglo XX”.  En la hemeroteca se me apareció, por primera vez, Carmen de Burgos con sus “Notas femeninas”. En ellas, colaba con disimulo sus ideas europeas y modernas en una sociedad atrasada, intolerante, anclada en el pasado. Ella quería “adelantar la civilización en España”, el sueño de Azaña.

El segundo flash de Colombine lo recibí cuando, hace 14 años, mis colegas almerienses Miguel Naveros y Federico Utrera (coautor de “La voz silenciada. Memorias de Colombine”) y la escritora Marijé Orbegozo me llevaron un día al Cementerio Civil de Madrid. Fue en octubre de 2009. Asistí allí a un emotivo homenaje. Hubo música de Bach y Casals y poemas de José Hierro, Pablo Neruda y Miguel Hernández, flores tricolor y discursos de María Soriano y Concha Núñez, ante la tumba recién restaurada de Carmen de Burgos. Está muy cerca del mausoleo de Nicolás Salmerón.

Con Marijé Orbegozo, Federico Utrera y Miguel Naveros, pariente de Carmen de Burgos, entre otros, en el Cementerio Civil de Madrid en octubre de 2009 ante la tumba de Colombine.

Aquella conmemoración íntima de la muerte de Carmen de Burgos (ocurrida hace ahora 91 años) despertó definitivamente mi interés y el de mis colegas por rescatar la memoria, verdaderamente democrática, de nuestra paisana. Muy pronto, al conocer parte de su obra (La rampa, Puñal de claveles, El arte de ser mujer, etc.) la fuimos descubriendo como una “figura descomunal y universal”, tal como como la define Concha Núñez, su gran biógrafa. (Por cierto, publicó su “Puñal de Claveles” en 1931, un año antes de que Federico García Lorca publicara su “Bodas de sangre” sobre el mismo crimen de Níjar (Almería). Carmen había crecido en Rodalquilar, muy cerca del lugar del trágico suceso y Federico había vivido en Almería donde conoció los hechos que relató la prensa).

Desde que empezamos a conocer su obra, pregonamos, con éxito desigual, las excelencias de Carmen de Burgos. Triunfó en La Sorbona y en otras universidades europeas y americanas. Como pionera, se anticipaba a sus colegas. De ella dice Wikipedia que “defendía la libertad y el goce de vivir”. La dulzura de vivir… ¿Cómo no admirarla y, por tanto, quererla?  Lástima que, hasta que recuperamos la libertad en España, haya sido tan desconocida para nosotros.

«Revivir. La nueva Carmen de Burgos», obra de Asunción Valdés.

El 2 de mayo de 1939, el diario Arriba publicó un comentario, titulado “Letras de humo”, celebrando la quema de libros: “Con esta quema de libros también contribuimos al edificio de la España, Una, Grande y Libre. (…) En España los hombres jóvenes tienen el valor de quemar vuestros libros y, sobre todo, de quemarlos sin un gesto de aflicción”.

Siguieron la línea de la España intolerante del inquisidor Torquemada quien, en el siglo XV, mandó quemar todos los libros no cristianos. Antes de que los nazis y Franco le dieran la razón, el poeta alemán Heine, del siglo XIX, lo tuvo muy claro:

 – “Allí donde queman libros, acaban quemando personas”.

Colombine, como diría Machado, era una de esas personas «universales del corazón». Carmen luchó toda su vida contra la injusticia y la ignorancia. Por eso, quienes creemos en la igualdad entre el hombre y la mujer, y la tenemos como modelo ético y profesional, estamos en deuda con ella. Con actos como éste del libro de Asunción Valdés y el óleo de Ana Westley me consta que ambas quieren rescatar la memoria democrática de esta creadora genial, cuya vida y obra nos reconcilia con la condición humana.

“Lleva quien deja y vive el que ha vivido”, escribió Antonio Machado. Carmen de Burgos viajó y vivió apasionada e intensamente, hizo muchas preguntas para conocer lo diferente y, con sus obras salvadas de la hoguera por sus admiradores, nos ha dejado mucho. Por eso, ni siquiera Franco, con todo su poder y su odio, consiguió borrarla del mapa. La damnatio memoriae no le funciono al tirano. Carmen de Burgos resucita cada día en nuestra memoria. El próximo viernes lo hará de nuevo en su barrio. Así sea.

Mas información en awestley.com

Más información en martinezsoler.com

 

Ayer dejé tuerto a un inquisidor… de madera

Ayer perdí la concentración necesaria para tallar los ojos de un inquisidor, quemador de libros, y le dejé tuerto. ¡Qué dolor! Le salté el ojo derecho.

Inquisidor, quemador de libros de herejes, con el ojo derecho recién pegado con cola blanca.

No tuve más remedio que pegarlo con cola blanca de carpintero y, cuando se seque, volveré a tallarlo con el pico de gorrión (la gubia en V). Por mi mala cabeza, me dio mucha rabia este pequeño accidente. Y seguramente me bajará la nota, y con razón, en tallasmadera.com.

Talla inacabada, en madera de cerezo español, inspirada en la obra de Juan de Juni sobre la «Quema de libros de un hereje» del Museo de León.

Desde que la vi, por primera vez, en «Las Edades del Hombre » en Salamanca, siempre tuve la intención de tallar una copia en miniatura. ¡Qué escena tan española! Doce inquisidores quemando alegremente los libros de un presunto hereje. Una orgía de ignorancia y salvajismo religioso. También, una bellísima obra de arte del gran Juan de Juni, autor del incomparable coro de San Marcos en León, en cuyas mazmorras estuvo preso Francisco de Quevedo.

Pasaron los años y, en cuanto me jubilé como director general del diario 20 minutos, me apunté a la clase de talla en madera de la maestra Sandra Krysiak, profesora de la Escuela de Arte La Palma. Aprobé el Primero de Cuenco y el Segundo de Relieve. Siendo yo cervantino de por vida, mi primera atrevida escultura fue, naturalmente, la cabeza de Cervantes. También le salté un ojo al autor del Quijote. Adelaida Gordillo, compañera de clase y amiga muy socarrona, me advirtió de que «Cervantes era manco y no tuerto».

Mi talla de Cervantes, con sus dos ojos, la dediqué a mis maestros Raimundo Lida y Juan Marichal que me enseñaron a amar El Quijote.

Le pegué un cacho de madera de cedro y rehice el ojo del manco de Lepanto. Creo que ni se nota.

Me inspiro en una foto reducida de la obra de Juan de Juni (de Google) cuyo original tiene casi dos metros.

Cuando visité con mis hijos el Museo del Holocausto en Washington, en la graduación de Erik, el mayor de los tres, se me quedó para siempre en la memoria una frase del poeta alemán Heine, grabada en la entrada en aquella exposición de horrores nazis contra los judíos: «Empiezan quemando libros, acaban quemando personas». Cuando termine mi talla grabaré esa frase con el pirógrafo en el borde o en el marco.

Recordé entonces la quema de libros del dictador Francisco Franco al terminar la guerra civil, que él inició con el golpe de Estado de 1936. Hubo hogueras de libros por toda España, como en tiempos de la Inquisición española y de la barbarie nazi. A continuación, hubo asesinatos de miles de vencidos, cuyos cuerpos siguen abandonados en las cunetas y que ahora recibirán digna sepultura gracias a la nueva Ley de Memoria Democrática que yo llamo de Justicia Democrática.  También recordé la quema de libros de unos parientes en Tabernas (Almería), el pueblo de mi padre. Con tantos recuerdos en torno al amor a los libros, debo concentrarme mejor en la talla de mi pequeña obra. Por eso, me dolió tanto mi despiste por el que ayer dejé tuerto al inquisidor.

Detalle, en bruto, de tres inquisidores

Detalle, en bruto, del inquisidor principal.

 

 

 

Libros salvados del fuego en Tabernas

«Allí donde queman libros, acaban quemando personas». Siempre me perturbó esta premonición de Heine, poeta romántico alemán del XIX, anterior a Hitler. Antes del confinamiento, había empezado a tallar una copia reducida de «La quema de libros de un hereje», original de Juan de Juni.  La dejé a medias por la pandemia. Ahora he vuelto a tallar aquella obra que tenía en proceso. ¡Quemar libros! ¡Qué barbaridad! Mientras tallaba a los inquisidores, he recordado una aventura que compartí hace años con mi padre: ambos salvamos del fuego un montón de libros antiguos. Hoy publiqué esa historia en mi serie «Almería, quién te viera…» en el diario La Voz de Almería. Copio y pego en este blog de 20minutos.es el texto en word de ese artículo para que la gente de mi edad pueda leerla, ampliando el cuerpo de su letra, incluso sin gafas.

Con mi talla inacabada de la «Quema de libros heréticos» de Juan de Juni.

«Libros salvados del fuego en Tabernas», publicado hoy (6-03-2022) en el diario La Voz de Almería.

Almería, quién te viera… (13)

Libros salvados del fuego en Tabernas

 J.A. Martínez Soler

Hace unos años, en el Museo de León, me impresionó la famosa talla de Juan de Juni sobre la quema de libros de herejes por orden de la Inquisición. “Una escena muy española”, exclamé. Me miraron como a bicho raro. Hice una foto de la tabla y me propuse copiar la obra del genio. Mientras acariciaba con la gubia la cabeza de un inquisidor, a contra veta, me dio por recordar una aventura quijotesca que compartí con mi padre en Tabernas, su pueblo.

En la nebulosa de historias que recuerdo vagamente de mis pasos infantiles por Tabernas aparece una casa grande, enorme, con techos altos y cortinas inmensas. Sus muebles (mesas, aparadores, sillas, arcones y cómodas) eran de maderas oscuras, talladas con primor. El señor de aquella ilustre casona, muy próxima a la iglesia parroquial de Tabernas, era Don Manuel, un cura anciano, encorvado, que vestía una sotana vieja.

Mi tía Matilde, la ciega, fue quien me llevó allí varias veces. Más bien, yo la llevé a ella del brazo. Me explicó, no sin reverencia, que ese anciano era casi obispo. Seguramente por su biblioteca que, desgraciadamente, conocí demasiado tarde, era tenido por un hombre sabio. Con razón o sin ella, algunos del pueblo le llamaban “monseñor”. Por lo que supe años más tarde, lamenté no haberle conocido mejor.

En la Navidad de 1965, con 18 años, regresé de vacaciones universitarias a mi casa en Almería. Allí estaba mi tía Matilde. Me contó la ruina de su sobrina, que se había casado con un heredero del monseñor. En ocasiones, ella se vio obligada a compartir las limosnas recibidas para que las niñas de sus sobrinos pudieran comer algo caliente. En su relato hubo un detalle que me causó espanto:

– “Mis sobrinos, incultos como son, han ido quemando en la chimenea los libros del monseñor para calentarse en invierno. Lo descubrí por las llamaradas y el olor del papel quemado. Toda la casa llena de pavesas. Pensé mucho en ti. Con lo que te gustaban los libros…”

Horrorizado, mi padre saltó de la silla. “¿Podemos aún salvar algún libro de la quema?”. Sin dudarlo, mi padre y yo viajamos al día siguiente en el primer autocar que tenía parada en Tabernas. Atravesamos las ramblas secas y los desiertos en el autobús de Alsina Graells. Íbamos con ánimo de salvar de la hoguera a algunos supervivientes.

Apenas quedaban muebles, cortinas o lámparas en la casona del cura. Era el esqueleto de la mansión que yo había conocido de niño. Fuimos directos a la cocina. Había cadáveres de libros en la chimenea y cubiertas de piel carbonizadas y retorcidas. Un grupo de condenados esperaban, amontonados en capilla, la hora de su ejecución, al caer el sol. Así combatían el frío los herederos de aquella casa, ya sin el esplendor eclesiástico.

Mi padre les pagó el rescate de los indultados de aquella masacre. Sus primos no entendieron por qué les daba tanto dinero por aquellos libros viejos que nunca habían valorado. Para ellos no eran más que basura. O combustible. No nos dio tiempo a elegir. Mejor dicho, no quisimos mirar los títulos ni los autores. Solo sabíamos que eran libros. Como los verdugos de los libros de don Quijote, seguro que encontraríamos algunos que merecieran, siquiera por un párrafo, ser salvados de la hoguera.

Salvé, menos mal, a san Juan de la Cruz

Llenos de espanto, llenamos de libros tres grandes sacos y los cargamos en el primer autocar que regresaba de Murcia hacia Almería. Hacían falta dos personas para llevar cada saco. Pese a la oscuridad reinante en aquella habitación, no pude resistir rescatar de la chimenea a mis dos místicos favoritos: san Juan de la Cruz y a santa Teresa de Jesús. Por muy ateo que yo fuera, ¿cómo no salvar el Cántico del “medio fraile”?

Mi padre se permitía citar, o inventar, frases enteras del Quijote: “Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros”. Le hablé de la afición de la Inquisición a la quema de libros. “No hay que ir tan lejos”, me dijo, “cuando Franco ganó la guerra, florecieron, otra vez, las hogueras de libros por toda España”.

El diario falangista Arriba, del que yo fui redactor (aunque, avergonzado, pronto lo borré de mi curriculum) publicó, el 2 de mayo de 1939, un comentario titulado Letras de humo en el que se decía:
“Con esta quema de libros también contribuimos al edificio de la España, Una, Grande y Libre. Condenamos al fuego a los libros separatistas, liberales, marxistas; a los de la leyenda negra, anticatólicos; a los del romanticismo enfermizo, a los pesimistas, a los del modernismo extravagante, a los cursis, a los cobardes, a los seudocientíficos, a los textos malos, a los periódicos chabacanos. En España los hombres jóvenes tienen el valor de quemar vuestros libros y, sobre todo, de quemarlos sin un gesto de aflicción”.

Siguieron la línea, tan española, del inquisidor Torquemada quien, en el siglo XV, mandó quemar todos los libros no cristianos. Antes de que los nazis le dieran la razón, el poeta alemán Heine lo tuvo muy claro cuando dijo, en el siglo XIX, que “allí donde queman libros, acaban quemando personas”.

 Ya no queda nada de la casona del monseñor. Pero recordar es revivir. Entre los libros que rescatamos del fuego encontramos auténticas joyas. Un “Opusculum Morale”, edición en latín de 1685, un “Diccionario Anti-Filosófico” de 1793 para combatir las ideas de Voltaire que, visto con ojos de hoy, resulta cómico, y una joya, un Quijote de 1815.

Desde entonces mi padre y yo vimos los libros antiguos con ojos diferentes, con un cariño especial. Mi padre invirtió sus ahorros en unos tomos enormes de 1830 de El Quijote con ilustraciones preciosas. Cuando llegaron tiempos duros cambió las láminas por sacos de harina. Siempre lo lamentó. “Vacié mi alma por llenar el buche. Don Quijote se habría enfadado conmigo”, me decía. “Pero Sancho Panza me habría comprendido”. Así era mi padre. Cervantino puro.

Saco la gubia de la veta que atraviesa de la cabeza del inquisidor y, no sin temor a un nudo peligroso, sigo tallando la madera de cerezo. Y cavilando. España va mejorando. Me conviene no olvidar el progreso.

Nunca agradecí lo suficiente a mi tía Matilde que nos avisara de la masacre de libros que hicieron mis primos lejanos. “¡Serán cafres!”, decía ella. Mi padre y yo hemos disfrutado mucho hurgando en los libros rescatados del fuego. Él nunca culpó a sus parientes de aquel desastre. Al recordar la quema de ejemplares, algunos ya únicos, citaba a El Cordobés:

– “Más cornás da el hambre”.

Hoy, domingo, 6 de marzo, es el Día Internacional del Escultor. Buena ocasión para volver a mi taller y seguir tallando inquisidores (¡maldita sea!) quemando libros.