Archivo de junio, 2022

¿Por qué voté NO a la OTAN en 1986?

Llevo varios días perturbado con la OTAN, sí; OTAN, no.  Y no es solo por el follón del trafico en Madrid, sino por mi propia conciencia, retorcida por aquel polémico referendum de 1986 sobre la OTAN. Por primera vez en mi vida, he revelado ahora en mi libro «La prensa libre no fue un regalo» que voté No a la OTAN. Luego comprobé que me había equivocado, puesto que yo estaba a favor de que España siguiera en la OTAN. ¿Por qué voté que NO? Felipe González tensó demasiado la cuerda. Se equivocó. No se somete a referendum una alianza militar. Eso se incluye en el programa electoral. Pasados los años, lo trato de explicar, no sin dolor, en este capítulo de mi libro que copio y pego. Hoy, naturalmente, votaría Sí a la OTAN.

OTAN Pag. 412 de mi libro «La prensa libre no fue un regalo».

OTAN Pag 413 de mi libro «La prensa libre no fue un regalo»

OTAN. Pag 414 de mi libro «La prensa libre no fue un regalo»

OTAN Pag. 415 de mi libro «La prensa libre no fue un regalo»

Con Felipe Gonzalez. Entrevista preelectoral 1986. jpg

Portada de TP. Martínez Soler, director-presentador del informativo Buenos Días de TVE.

Para quienes tengan dificultad para leer la letra pequeña de las páginas impresas,  copio y pego a continuación el mismo texto correspondiente al manuscrito (no solicitado) que envié a Marcial Pons.

 << ¡OTAN, no! ¡Bases, fuera!>>

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Un día soleado de primavera de 1985 llegué andando a la casa de mi infancia, en Almería. Algunos vecinos avisaron a otros. De pronto, mi calle se llenó de gente, y yo me llené de besos y abrazos antes de cruzar mi portal. Oí voces:

– << ¡Isabel, Isabel! ¡Sal, mujer, que ha venido tu hijo!>>

 Unos días antes de visitar a mis padres en Almería, escuché la señal de alarma del teletipo de la Agencia EFE. Era un flash muy breve. Algo así como <<Explosión en un restaurante de la carretera de Barajas. Se desconoce el número de víctimas>>. En cuestión de segundos, desde mi despacho de director del Telediario en el Pirulí, escuché la sirena de las ambulancias y/o de la policía o los bomberos, circulando a toda pastilla por la M-30. A esas horas de la noche quedaban pocos reporteros en la redacción. Llamé a un cámara, y ambos salimos pitando hacia la carretera de Barcelona.Fue una experiencia terrible. De pronto, me vi retirando cascotes, piedras, vigas, y avisando a los bomberos cuando veía algún resto humano. Así, hasta el amanecer. Dieciocho muertos y más de cien heridos en la explosión producida en el Restaurante El Descanso de Madrid. Felipe Mellizo, que dirigía el Telediario del día siguiente (fin de semana), me pidió que le contara, en directo, desde el lugar de los hechos, lo que yo había visto durante la noche. (1)

Esa crónica improvisada, cargada de la emoción del momento, fue la que debieron de ver los vecinos de mi barrio en el Telediario de Televisión Española, el 13 de abril de 1985. Habían pasado 17 años desde que dejé de presentar el programa matinal de Televisión Escolar para niños. Nadie lo recordaba. En cambio, salir en el Telediario de los mayores ya era otra cosa.

Si sales en la tele, aunque no hayas hecho nada de interés en tu vida, como muchos famosos de moda o parientes de famosos, que nunca han destacado por algo relevante, ya eres un personaje público. O sea, del público. Te toman por uno de su pueblo, de su familia. Esto merece una reflexión más reposada. Por ahora, debo recordar cómo y por qué acabé de nuevo en Televisión Española al cabo de tantos años.

<<Polanco te dio la puntilla>>

La verdad es que no pude evitarlo. La misma noche del verano del 84 cuando Polanco me dijo que sus amigos le habían pedido mi cabeza se lo comenté a mi vecino Pepe García Abad, ex subdirector y cofundador de Doblón. Agudo, como siempre, me dijo:

– <<Polanco te ha dado la puntilla>>.

A primeros de septiembre recibí la llamada de Enrique Vázquez, director de Informativos de TVE. Fue mi jefe en el Arriba, el diario oficial de Franco, cuando yo aún estaba haciendo la mili en el ministerio del Ejército. Jefe y amigo. También fue colaborador mío en Cambio 16 desde el primer día. Siempre le profesé afecto y admiración. Me dijo:

– <<Lo sé todo. Quiero invitarte a unas cañas esta tarde>>.

 Nos vimos en La Dolores, cerca del Congreso. Me convocó para la mañana siguiente a una reunión en el bar del Hotel Palace con él, con José María Calviño, director general de RTVE, y con Ramón Colom, subdirector de Informativos. Asistirían también José Luis Martínez (alias Flavio) y Joaquín Estefanía. Me pilló un poco descolocado. Tendría que hablar urgentemente con Flavio y con Joaquín. Claro que, en las condiciones en que me encontraba, ni lo dudé. Acepté encantado.

Por tercera vez, me fui de El País

En una mesa apartada, en un rincón del bar del Palace, nos reunimos los tres amigos (Flavio, Joaquín y yo) con los tres jefes de TVE (Calviño, Vázquez y Colom). Flavio (de la Vanguardia) y yo lo teníamos claro desde el primer momento. Hay trenes que solo pasan una vez en la vida. Joaquín tenía que pensárselo un poco más. Aunque le apetecía probar suerte con nosotros, le gustaba mucho lo que hacía en Economía de El País.

Poco antes de concluir nuestra reunión, se acercó a nuestra mesa un personaje sonriente, muy conocido por todos nosotros, y muy querido por mí: Paco Fernández Ordóñez. Se nos acercó dando voces:

– <<Os he pillado en plena conspiración. ¡Ja, ja, ja!>>

Una cosa teníamos clara todos los asistentes a aquella reunión casi secreta: ya no sería secreta. Entre risas nerviosas, Joaquín Estefanía se preocupó, y creo que, en su caso, aquella aparición, tan inoportuna, pudo haber inclinado su balanza a seguir en El País. Yo dije que sí a todo. Flavio prometió incorporarse en breve al proyecto de <<dar la vuelta a los telediarios>>. Así nos lo había resumido Calviño:

– <<Queremos que los telediarios cuenten lo que los periódicos publicarán al día siguiente, y no al revés. La televisión no puede informar de lo que ya ha publicado la prensa por la mañana. Tiene que adelantarse. La radio lo hace desde hace tiempo. Y debemos hacer pronto este cambio antes de que nazcan las cadenas privadas>>.

Un tipo listo este Calviño. Mirada rápida, escrutadora, con los ojos entornados, listos para disparar. Mirada desconfiada. Quizás solo al principio, mientras nos conocíamos. Luego, nunca me falló.

Por tercera vez, me fui voluntariamente de Prisa, editora de El País. Todo un récord. El director del periódico, Juan Luis Cebrián, se enfadó. No le gustó mi dimisión ni se creyó las razones que le di para irme a la Televisión. Le hablé de mi curiosidad por experimentar la información en otro medio de comunicación distinto, y del atractivo que podría tener la imagen. No le dije nada sobre mi incomodidad a la hora de escribir de asuntos económicos que afectaran a los amigos de Polanco que habían pedido mi cabeza. Eso era un asunto privado entre el jefe máximo de PRISA y yo. Nunca lo conté hasta ahora.

Habían pasado casi cinco años desde que Cebrián me contrató en su piso de divorciado de la calle Cervantes. Cinco años espléndidos desde el punto de vista personal y profesional. Allí pasé días felices que recuerdo con cariño. En su despacho, siempre oscuro, con las cortinas cerradas y la luz de su flexo de mesa encendida, Cebrián me dijo, otra vez:

– <<Tienes que saber que El País no es un tren del que te puedes bajar en una estación y subirte en otra cuando tu quieras. Si te vas ahora, ya no volverás nunca más. Te lo advierto. Piénsatelo>>.

Traté de cerrar aquella despedida con algo de humor, para quitar hierro a la situación. Le repliqué:

– <<Menos mal que estamos tú y yo solos en este despacho, sin testigos. Si hubieras dicho esto mismo en público podrías quedar fatal, puesto que, tarde o temprano, volverás a contratarme. Por cuarta vez. Ya lo verás>>.

Al menos, le provoqué una sonrisa, y su despedida final fue algo más amistosa:

– <<Anda, JAMS, lárgate ya de una puta vez. Contigo, no se puede… No tienes remedio. Que tengas suerte>>.

Colom: <<Concha es la bomba>>

Diecisiete años en la evolución tecnológica de la televisión son muchos años. Cambié los estudios primitivos de Televisión Escolar, en la ribera del Manzanares, o los del No-Do de la serie filmada España Siglo XX, por los nuevos e inmensos de Torrespaña (o sea, el Pirulí, para entendernos). En esos diecisiete años habían cambiado muchas cosas. Las máquinas (cámaras, moviolas, montajes, sonido, comunicaciones, unidades móviles, controles, realización, etc.) y los sistemas de organización del trabajo eran muy distintos. Afortunadamente, las personas seguían siendo personas, y sus intenciones, por mucho que cambiara la técnica, eran las mismas. Yo creía conocer esas intenciones: la solidaridad, la envidia, la venganza, la cooperación, el afecto, la confrontación, el amor o el odio… Eso me ayudó a sobrevivir en un mundo nuevo y, en principio, algo hostil.

Lo primero que hice, como me ocurrió con Joaquín Estefanía en El País, fue pedir a mi jefe que me permitiera contratar a alguien de mi total confianza para poder dormir tranquilo. El mejor era mi amigo Manuel Saco, fundador de Cambio 16 y director de la revista Ciudadano de defensa del consumidor. Aceptó el puesto de jefe del área de Economía del Telediario, la más delicada, y luego se pasó a dirigir la de Sociedad, la más divertida. Poco a poco, fuimos haciendo un equipo de periodistas contratados de primera categoría. (2)

Para esta nueva etapa, no queríamos locutores sino periodistas presentadores capaces de escribir sus propias entradillas. Sus gestos, al contar lo que ellos habían escrito o corregido, eran más creíbles para el espectador que si leían como papagayos lo escrito por los redactores o por el director. Hicimos un concurso, y seleccionamos a Concha García Campoy y Manuel Campo Vidal para el TD 1, a Ángeles Caso y Paco Lobatón para el TD 2, y a la indiscutible Rosa María Mateo (que llegó a jefa máxima de RTVE) para el TD 3. La audiencia de los telediarios y su prestigio e influencia empezaron a crecer. También, -cómo no- nuestros enemigos de dentro y de fuera de la casa.

Inolvidable la prueba de cámara que hicimos a Concha García Campoy, una joven grandullona procedente de Ibiza, con pinta de pueblerina, que había llegado esa misma mañana de sábado a la estación de Atocha. Entró en el Estudio con su maletín de viaje. Vestía una rebeca como las de mi madre. En cuanto Concha miró intrigada a la cámara que tenía el piloto rojo encendido, Ramón Colom, sentado a mi lado, me dio un codazo:

– <<Esa chica es la bomba. Llena la pantalla>>.

No hubo más que hablar. La suerte estaba echada. Terminamos las pruebas poco antes de las 2 de la tarde. Subía yo con mi Peugeot 205 la cuesta del Pirulí hacia la calle Doctor Esquerdo cuando vi caminar por la acera a Concha García Campoy con su maletín de viaje. Paré el coche y la invité a subir para llevarla a alguna estación de Metro o cerca de su destino. Me dijo que no sabía adonde ir. Apenas conocía Madrid, había llegado esa misma mañana en tren, y aún no tenía pensión. Le dije que podía venir a mi casa a comer con un grupo de amigos. Me miró desconcertada. Desconfiada.

– <<Mi mujer, aunque es yanqui, está preparando una buena paella para muchos amigos. Donde comen 9 comen 10>>, le dije.

Al oír que mi mujer estaría cocinando, me miró más relajada. Sonrió y aceptó. No se trataba de ninguna encerrona de gente aprovechada de la capital. Durante años, ambos hemos recordado con cariño la primera entrada de Concha en mi casa. La presenté a mis amigos como una futura gran estrella de la televisión española. Nadie la conocía. Hoy, fallecida tan prematuramente (en junio de 2013), nadie la olvida. Fue, en efecto, una gran estrella del periodismo en radio y televisión. Joaquín Estefanía, Emilio Ontiveros, Iñaki Santillana y otros amigos, que compartieron aquella primera paella con Concha, siempre la recordaron como una chica de pueblo con grandes ojos capaces de asombrarse y asombrarnos con todo lo nuevo.

Dos trincheras: fijos y contratados

Las guerras entre familias políticas tenían su reflejo en Televisión Española. Buena o mala, era la única tele. Cuando, a finales de los años sesenta, empecé a colaborar con TVE en Prado del Rey, en el Manzanares o en NO-DO, pude comprobar que había estratos de personal fijo fácilmente identificables con las distintas etapas políticas de la Dictadura. Según su edad y sus tendencias ideológicas, en distintas capas superpuestas, podías ver a quienes entraron a trabajar allí de la mano de la Falange, del Movimiento Nacional, de los tecnócratas del Opus Dei, de la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, del Partido Socialista, etc. Los nuevos sustituían a los viejos, y éstos se quedaban incrustados en capas superpuestas dentro del organigrama.

Desde que nació, la tele era un lugar nuevo e idóneo donde colocar a los amigos o a los políticamente leales. Cuando se producía un cambio en la cúpula de RTVE, solo eran despedidos los grandes jefes. Los demás de la tropa, presuntamente enchufados, quedaban abrazados a la nómica de personal fijo de por vida. Las oposiciones se hacían en oleadas para hacer fijos a los eventuales de cada etapa. Había chistes al respecto:

– <<No llaméis a los bomberos, si hay un fuego en la tele, porque los hacen fijos>>.

Fruto de esos ajustes políticos, Enrique Vázquez, presuntamente guerrista como Calviño, fue sustituido al frente de los Informativos por Enric Sopena, presuntamente felipista. Me pareció ver una operación de equilibrismo político entre Felipe González y Alfonso Guerra. Uno mío, uno tuyo, en cremallera. Algo así había ocurrido en el superministerio de Economía y Hacienda. El ministro, Miguel Boyer Salvador, era próximo a Felipe González, y el viceministro, José Víctor Sevilla Segura, era más cercano a hombres de Alfonso Guerra, como su ayudante Francisco Fernández Marugán, mi viejo amigo del SUT (Servicio Universitario del Trabajo). También en distintas áreas de la Administración del Estado y empresas públicas podíamos observar esos difíciles equilibrios políticos entre el personal contratado a dedo y los funcionarios fijos por oposición que tenían un destino de por vida. ¡Qué palabra tan fuerte, el destino, para referirnos a un empleo!

La verdad es que me llevé una sorpresa en cuanto al personal de redacción. Llegué convencido de que en TVE sobraba gente a porrillo. Pura leyenda urbana. Para dar información antes que los diarios, hacía falta más personal de redacción, de montaje y de realización. Acostumbrados al ordeno y mando de los gobernantes de turno, noté que no solo faltaban profesionales sino también organización del trabajo y criterio periodístico parar ganar credibilidad y audiencia. Poco a poco, Calviño fue componiendo un equipo nuevo de redactores y directivos, bastante compacto, para conseguir que la tele diera las noticias antes que los diarios del día siguiente. Naturalmente, con el sesgo casi inevitable del Gobierno de turno.

La costumbre, quizás heredada del franquismo, era fabricar los titulares de los telediarios en base a las primeras páginas de los periódicos de la mañana. Noticias viejas. Nadie quería decidir. Teníamos que cambiar esa tradición y asumir los riesgos de elegir las prioridades informativas por nuestra cuenta. No teníamos por qué esperar a conocer las opciones elegidas por los diarios para titular su primera página. Teníamos nuestro propio criterio para decidir los titulares del Telediario y el orden de prioridades en el minutado. Nos costó trabajo y no pocos roces internos. Pero pienso que lo conseguimos. Así pudimos influir, incluso, en la selección de noticias para las portadas de la prensa del día siguiente. En cierto modo, le dimos la vuelta a la tortilla.

El roce entre los distintos estratos, casi geológicos, afincados en RTVE era el pan nuestro de cada día. No sin costes, y con un derroche de buen humor (y de halagos), aprendí a hacer compromisos para sumar voluntades al nuevo proyecto que yo pretendía, sin mucho éxito, que fuera más profesional que político.

Calviñistas descalzos

 Tradicionalmente, los sindicatos defienden a los empleados fijos y se olvidan de los parados y de los contratados eventuales, a quienes tratan como intrusos sin derechos. O, peor aún, como una amenaza, un ejército de reserva al acecho para quitar el empleo a los fijos. Claro que de todo había en la viña del señor Calviño. A los nuevos contratados eventuales, como yo mismo, les llamé <<calviñistas descalzos>>. Los fijos, faltaría más, eran <<calviñistas calzados>>.

Entre bromas y veras, fuimos limando asperezas y generamos equipos magníficos de fijos y contratados que colaboraban de maravilla. La presión sobre los contratados, que podían perder su empleo con un soplo del jefe, era mayor que sobre los fijos, que disfrutaban de seguridad en el empleo. En consecuencia, al principio, tuve la impresión de que se esforzaban más los eventuales que los fijos. Como la seguridad en el empleo tiene un precio, los contratados eventuales solíamos ganar algo más que los de plantilla. Eso fue un agravio comparativo para quien no supiera entenderlo.

Por la forma de caminar por los pasillos del Pirulí, creíamos poder distinguir a los fijos de los contratados. Era como si unos tuvieran una <<F>> grabada en la frente, y los otros, una <<C>>.  Diluir esas trincheras y unir a casi todos en la misión común de mejorar la información en TVE, para sobrevivir al impacto inminente de las privadas, fue un proyecto ambicioso por el que valió la pena luchar. Defendíamos la televisión de todos, de los sin voz. Pronto me sentí orgulloso del equipo de redactores, realizadores, cámaras y técnicos con el que nos preparábamos para hacer frente a la llegada de la competencia. Las televisiones privadas hacían cola ya para establecerse en España. La pública corría peligro.

La entrevista del cambio, no solo de peinado

En el verano de 1985, Felipe Mellizo dejó de dirigir y presentar los telediarios de fin de semana. Enric Sopena me pidió que me hiciera cargo de la dirección de los mismos para probar fortuna en la modalidad de telediarios de autor que Mellizo, recurriendo a ciertas excentricidades, había creado con éxito. Elegimos a Luis Carandell, brillante cronista parlamentario y escritor consagrado con su Celtiberia Show, como presentador de los telediarios de sábado y domingo.

Al poco tiempo de hacerme cargo, como director, de los cuatro telediarios de fin de semana, el 15 de septiembre de 1985 por la tarde, recibí la llamada de Javier Solana, a la sazón ministro de Cultura y portavoz del gobierno socialista, con quien siempre mantuve una buena relación personal. Nada más saludarme, me preguntó quién mandaba en ese momento en los Servicios informativos de TVE. Esta fue, más o menos, nuestra conversación telefónica tal como la recuerdo:

– <<Me temo, ministro, que a estas horas soy la máxima autoridad de los informativos. Estoy preparando el telediario de las 9. ¿Tienes alguna noticia para nosotros?>>

– <<Bueno, quizás pueda solucionarlo contigo. Como sabes, el presidente acaba de aterrizar en Madrid después de su viaje a China. Podemos grabar una entrevista con él a partir de las 7. Pero tienes que tener clara una cosa. Al presidente solo le puedes preguntar por todo lo relacionado con el viaje a China. Nada de la OTAN ni de otros asuntos nacionales de actualidad. ¿Me entiendes lo que te digo?>>.

– <<Te entiendo demasiado bien, señor ministro. ¿Queréis que el presidente haga el ridículo esta noche y, de paso, deje también en ridículo a todos los que trabajamos en Televisión Española? ¿Crees posible una entrevista en la que no se le pregunte por el debate sobre OTAN sí, OTAN no, que está tan caliente en la opinión pública y en las calles, o sobre las protestas de la patronal CEOE y de los sindicatos durante los 15 días de ausencia de Felipe González, o tantas otras cuestiones de actualidad de estas dos semanas?>>.

– <<Lo que te digo, JAMS, solo le puedes preguntar por China>>.

– <<En ese caso, se trata de un comunicado o mensaje oficial del presidente sobre su viaje a China. Entonces, si no hay preguntas, yo no tengo por qué estar presente. Os envío una cámara al Palacio de la Moncloa y grabamos lo que diga el presidente. Está en su derecho. Profesionalmente, con el paripé de una entrevista limitada y amañada, yo no puedo perjudicar mi nombre como periodista ni el de Felipe González como un viejo defensor de la libertad de expresión. Conociéndote, estoy seguro de que me comprendes. En esas condiciones, yo no hago esa entrevista. Llama a mis jefes y que manden a otro. No luchamos tú y yo contra Franco para esto, Javier>>.

Hubo un corto silencio que a mí me pareció eterno. Su respuesta fue lacónica, como si estuviera enfadado. Simplemente, dijo algo así como <<ya veremos>>. Y colgó. Ya he dicho y repetido que no soy valiente. Más bien miedoso. Sin embargo, en ocasiones, tengo reacciones raras, chulescas e impulsivas impropias en una persona como yo. Inmediatamente me arrepiento. Pienso que me pasé de listo. Pocas veces acierto. Esta fue una de ellas.

Antes de una hora, Javier Solana volvió a llamarme. Escuetamente, me dijo:

– <<El presidente se ha despertado de la siesta y está dispuesto, como no podía ser de otra forma, a responder a todas tus preguntas, incluso a las de la OTAN. Te esperamos a las 7 en Moncloa. Hasta luego, JAMS>>.

Respiré aliviado. Por ahora, nadie iba a despedirme de un empleo que me gustaba. Estaba contento. No solo por mi pequeña victoria sino por comprobar que, al frente del gobierno de mi país, había alguien con sentido común. Entonces pensé que había hecho bien al votarle.

Gato blanco, gato negro

 Para algunos colegas de la tele fue conocida como <<la entrevista del peinado>>. Me sorprendió comprobar que, después de 15 días por el Lejano Oriente, el presidente se había hecho un nuevo peinado. A todos nos llamó la atención su new look, su nueva imagen. Sencillamente, se cambió la raya de sitio. Mi comentario, medio en broma, no hubiera tenido ninguna importancia a no ser por su respuesta. Le dije:

– <<Ha pasado usted 15 días fuera de España y ahora le vemos regresar de China con esta nueva imagen para empezar el nuevo curso político. ¿Por alguna razón, o alguna moda china, ha decidido cambiar de sitio la raya de su peinado habitual?>>

Me interrumpió inmediatamente. Mientras negaba con sus palabras que se hubiera cambiado la raya al lado contrario (<<No, no, no>>, insistió), sus manos nos confirmaron instintivamente el cambio. Con sus dedos en forma de peine improvisado se peinó, atropelladamente, de la forma antigua. Así quedó despeinado hasta su última respuesta. Aquella pequeña broma marcó el resto de la entrevista. Estuvo más alerta y un tanto desconfiado.

 Para la mayoría de los telespectadores, el cambio de peinado pudo pasar inadvertido. Apenas una broma en busca de una cierta distensión. Lo que sí marcó aquella entrevista fue, sin duda, la cita que hizo, por primera vez, del líder chino Deng Xiaoping y que Felipe González celebró y asumió como propia aquella tarde en la Moncloa y en sucesivas intervenciones públicas. A mí me dejó de una pieza. Pensé <<éste no es mi Felipe, me lo han cambiado>>. Pero no dije ni pío. La cita vino a ser un punto de inflexión en el pensamiento y en la práctica política del líder socialista español. En un arrebato de pragmatismo, nuestro presidente repitió, con fervor, lo que le había dicho el autor de las reformas económicas que permitieron instalar el <<capitalismo comunista>> en la China que hoy conocemos:

– <<Gato blanco, gato negro, poco importa si caza ratones>>.

Ahí queda eso. Y se quedó tan pancho. Más adelante, en varias ocasiones, hemos comentado esa frase. Le pregunté si, como atribuyen a los jesuitas, estaba de acuerdo con que <<el fin justifica los medios>>. <<Yo nunca he dicho eso>>, me replicó.

 Cuando celebramos esta entrevista para TVE, algunos pacifistas habían completado el eslogan OTAN. De entrada, no, que favoreció la victoria del PSOE en 1982, con este otro, no exento de ironía:

OTAN. De entrada, no. De salida, tampoco.

Guerra, anti OTAN. Boyer, pro OTAN

 En mayo de 1982, los partidos políticos, los sindicatos y otras muchas instituciones seguían escondidos debajo de la cama, por efecto del reciente Golpe de Estado fallido del 23-F del año anterior. Fue entonces cuando UCD ganó la votación en el Congreso, y el presidente Calvo Sotelo, deprisa y corriendo, metió a España en la OTAN. Se vendió como un antídoto contra futuros golpes de Estado de los militares. La OTAN nos protegería de futuras dictaduras. Felipe González desmontó tal argumento (Grecia, Turquía y Portugal habían sido dictaduras dentro de la OTAN). Él votó en contra porque suponía <<menor seguridad>> para nuestro país y <<mayor riesgo de nuclearización>>. El País daba entonces un 18% de los encuestados a favor de la OTAN, y un 52% en contra. En eso, principalmente, basó el PSOE la campaña electoral que, cinco meses después, le dio la mayoría absoluta. Se puso de moda el grito OTAN no, referéndum sí. La UCD perdió 5 millones de votos y el PSOE los ganó.

Al año siguiente, en mayo de 1983, se recogieron más de un millón de firmas para que saliéramos de la Alianza Atlántica. El vicepresidente Alfonso Guerra mantuvo el tipo, y dijo que <<España debe salir de la OTAN>>. Añadió:

– <<Si alguien no está de acuerdo, que lo diga>>.

Precisamente, había dos miembros del Gobierno que opinaban abiertamente que España debía seguir en la OTAN. Eran Narcís Serra, de Defensa, y, mira por dónde, el antiguerrista Miguel Boyer, de Economía y Hacienda. Al año siguiente, 1984, cientos de miles de personas llenaron las calles de Madrid y Barcelona y de otras capitales con pancartas contra la OTAN. Fue entonces cuando, por primera vez, Felipe González habló a favor de la permanencia. Dijo que la OTAN era un club de países democráticos y desarrollados (se olvidó de Grecia y Turquía) donde nos convenía estar, y que su campaña del <<No>> fue un error. Se armó la marimorena.

En su entrevista conmigo, Felipe estuvo decididamente a favor de permanecer dentro de la Alianza Atlántica. Esta era su cantinela:

– <<En la Alianza están los países que tienen mayor ejercicio de la soberanía popular del mundo, mayor nivel de desarrollo económico, de democracia, de libertades y de respeto a los derechos humanos, y mayor nivel de paz>>.

Ese mismo año, Carlos Cano había cantado Las murgas de Emilio el Moro:

<<A ver quién me aclara a mí este rebujar: / Que si dentro, que si fuera, tú dirás / Que si bases, que si OTAN, que si Morón, / que si Rota y el Peñón de Gibraltar (…) Ay! Felipe, el de la OTAN, / cataflota verigües…/ llegará a ser gran torero / como Velázquez y Gregory Peck>>.

Carlos Cano estuvo sin actuar en Andalucía, en la lista negra de las autoridades socialistas, hasta que, según declaró él mismo, Alfonso Guerra le levantó el castigo.

  • https://www.rtve.es/play/videos/fue-noticia-en-el-archivo-de-rtve/atentado-restaurante-descanso/719690/

(2) También sumamos a favor a la crema de los realizadores: Juan Peña Encabo, Pedro Ricote, Isabel Malpica, Eugenio Calderón, Laura Díaz, y Jaime Garrido.

(3) La entrevista a Felipe González está en los archivos de RTVE. La emitimos el 15 de septiembre de 1985, a continuación del telediario de las 9, en un programa especial que teníamos para estas ocasiones, llamado <<Punto y aparte>>.

(…)

– <<En estos momentos, sale una unidad móvil de TVE hacia el lugar del atentado, que no está lejos de Torrespaña, para informarles en directo de lo ocurrido y ayudar a las víctimas, si las hay, en lo que sea posible>>.

No conocíamos ningún detalle cuando dije <<si las hay>>. ¡Madre mía! En cuestión de minutos, nos llegó la señal de la unidad móvil con las primeras imágenes terribles de la masacre terrorista que estábamos emitiendo en directo. No sabía qué decir. A tiempo, pude ahogar en mi garganta un grito salvaje de << ¡hijos de puta!>> y << ¡asesinos!>> que me salía del alma.

Las estampas de sangre y muerte hablaban por sí solas. Cuerpos destrozados de jóvenes estudiantes de la Guardia Civil de Tráfico eran extraídos por los bomberos de un autobús convertido en chatarra por los 50 kilos de <<goma 2>> de ETA. Al final, hubo 12 estudiantes muertos y sesenta heridos, todos ellos entre los 18 y los 25 años de edad. Lo cubrí, estremecido, desde el Estudio, a través de la señal que emitía la unidad móvil. Fue el segundo atentado con mayor número de víctimas en España. El primero fue el que, un año antes, destruyó el restaurante El Descanso, atribuido a un grupo yihadista, y que me tocó cubrir personalmente, después de retirar cascotes y escombros, desesperadamente, para ayudar a los bomberos a rescatar dieciocho cadáveres.

Ya sé que son gajes del oficio. Sin embargo, en ocasiones, ¡dios!, pienso que debí haber seguido mis cursos de Arquitectura.

El año 1986 marcó un punto de inflexión importante en la conciencia política de muchos españoles, incluida, cómo no, la mía: fue el año de la <<OTAN sí>> o la <<OTAN no>>. Por ello, fue el año en el que muchos de nosotros perdimos nuestra presunta coherencia, que es como perder nuestra virginidad en lo que se refiere a nuestros principios éticos juveniles.

 Cuatro bombas atómicas cerca de mi casa

En enero de 1986, entrevisté en Buenos Días a Antonia Flores, de 26 años, alcaldesa de Palomares, una pedanía de Cuevas de Almanzora (Almería). Hablamos del aniversario del mayor accidente aéreo, con pérdida de cabezas nucleares, ocurrido en la Historia. En su pueblo, a 10 kilómetros de mi casa de la infancia en La Rumina (Mojácar), habían caído cuatro bombas termonucleares de 1,5 megatones cada una. Eran 65 veces más destructivas que las de Hiroshima. El accidente se produjo al colisionar en el aire dos aeronaves norteamericanas: un superbombardero B-52, del operativo estratégico de la OTAN, con la misión de sobrevolar la frontera ruso-turca, y un avión nodriza.

El 31 de enero, dos semanas después de mi entrevista con la alcaldesa de Palomares, el Gobierno convocó el referéndum sobre la OTAN, al que se había comprometido tres años antes, en la campaña electoral que le dio la victoria. La novedad consistía en que, como ya he comentado antes, en 1982 el PSOE prometió un referéndum para sacar a España de la OTAN, y ahora defendía todo lo contrario. Los Presupuestos del Estado tenían reservados 300 millones para los gastos del referéndum. El Partido Socialista necesitaba dinero, y se arriesgó a buscar nuevas vías, que luego resultaron de dudosa legalidad, para financiar su campaña a favor de la OTAN.

En esas circunstancias, la conmemoración del 20 aniversario de las bombas de la OTAN caídas en Palomares no ayudaba a las tesis del Gobierno. Claro que el Buenos Días lo hacíamos de madrugada. Los jefes dormían y confiaban en nosotros. Trabajábamos como si fuéramos libres. Hasta cierto punto.

Para mí, ese referéndum era una prueba de fuego. Quiero decir que me quemaba. A la mayoría de los periodistas de la tele nos planteó un gran dilema. Durante tres años, TVE era partidaria de salir de la OTAN. Ya no. Los empleados, y no digamos los directivos, debíamos lealtad a la línea informativa y editorial que marcaban nuestros jefes (o sea, los nombrados por el Gobierno de turno). Que nadie se sorprenda. Lo mismo ocurre en todos los medios de comunicación del mundo, públicos o privados. Los periodistas deben cierta lealtad a la cultura corporativa de su empresa.

Por tanto, estábamos obligados a ser exquisitos con la información sobre el sí y el no a la OTAN. No obstante, en enero de 1986, el sesgo inevitable era favorable a las tesis del Gobierno. En muchos casos, el desgarro interior estaba garantizado. Conviene sintonizar nuestra conciencia con la emisora o la publicación para la que trabajamos. Cuando chirría demasiado, y el ruido se hace insoportable, es mejor cambiar de emisora o de periódico antes que de conciencia. No siempre se puede. No todos pueden.

En público, hablábamos a favor de seguir en la OTAN. Faltaría más. Teníamos argumentos sólidos. Desde el 1 de enero, éramos miembros de pleno derecho de la CEE (Comunidad Económica Europea), un viejo sueño de todos los demócratas que identificábamos a Europa con Democracia. Eso era una garantía, una vacuna contra las veleidades golpistas de algunos militares franquistas. La sociedad española aún arrastraba, desde las guerras de Cuba y Marruecos y una larga dictadura militar, un cierto pacifismo y antimilitarismo. Era casi seguro que, dentro de la OTAN, nuestros oficiales aprenderían inglés y modales democráticos. La OTAN también podría obrar el milagro de adelantar las negociaciones con Gran Bretaña sobre la recuperación del Peñón de Gibraltar. El no va más. Por último, y no lo menos importante, creíamos que nuestros socios de la OTAN nos ayudarían a luchar contra ETA y a acabar con su santuario en el sur de Francia.

Entre el cerebro y el corazón

Todo eso, y más, lo decíamos en público. Incluso, llegamos a creérnoslo. Sin embargo, en privado, y en nuestros corazones, sufríamos la violencia de nuestras propias contradicciones entre el ser y el deber ser, entre lo que siente y lo que se hace, entre lo que manda el cerebro y lo que sufre el corazón.

La campaña del referéndum fue traumática… y fulera. Llena de artimañas, chantajes sectarios y preguntas sesgadas, propias de trileros. De entrada, o sea, de momento, nadie sabía si su resultado sería vinculante o no para el Gobierno. Lo que supimos todos es que Felipe González echó el resto. Por tanto, votar contra la OTAN se había convertido ya en votar contra el PSOE y contra Felipe. Votar por el caos.

Hubo gran confusión. El diario franquista El Alcázar y el comunista Mundo Obrero coincidían en su voto anti OTAN. ¡Menuda pinza! La Alianza Popular de Fraga, incomprensiblemente, promovió la abstención. Felipe González llamó a Adolfo Suárez para que pidiera públicamente el voto por el sí. No lo hizo y, según él, a los pocos días le visitaron los inspectores de Hacienda. El ambiente se fue enrareciendo y tensando al acercarnos al 12 de marzo, día de la votación.

Durante toda la Transición, nos pasamos media vida firmando manifiestos, asistiendo a concentraciones y marchas, repartiendo octavillas, gritando eslóganes (muchos en verso) y pintando pancartas. En esta ocasión, no íbamos a ser menos. Hubo firmas de famosos a favor y en contra. Las de rigor. Otras me chocaron. Mis admirados escritores Juan Marsé, el inventor del Pijoaparte, y Rafael Sánchez Ferlosio, el de Alfanhuí, firmaron a favor de la OTAN. Ya no sabía hacia dónde mirar, qué brújula seguir. Sánchez Ferlosio dijo luego que <<perdió el honor e hizo el imbécil para nada>>.

Pasado el susto, el propio Felipe González, ya vencedor, reconoció que convocar ese referéndum fue <<un error serio, serio>>. Dijo que había sido uno de los peores momentos de su vida. Así lo aclaró:

<<A los ciudadanos no se les debe consultar si quieren o no estar en un pacto militar, eso se debe llevar en los programas, y se decide en las elecciones>>.

Demasiado tarde. El daño moral, indeleble, ya estaba hecho. Con una participación del 60%, el resultado fue del 56,8 a favor de la OTAN y el 43,1 en contra.

El vértigo del referéndum

Han pasado muchos años, pero nunca podré olvidar el vértigo que sentí ante la urna del 12 de marzo de 1986. Después de haber defendido en público, y en mi trabajo, primero el <<no>> y luego el <<sí>> a la OTAN, me enfrenté a la papeleta definitiva con el corazón partido.

Sentí una cierta rabia histórica, embalsada desde el desastre el 98, causada por los ataques yanquis a la armada española en Cuba y Filipinas. Ahí nació el sentimiento antinorteamericano de muchos españoles, mucho antes que en la guerra del Vietnam. Luego, me vino a la mente la foto del abrazo entre el presidente Eisenhower y el dictador Francisco Franco en Barajas, lo que nos trajo las bases nucleares y las bombas de Palomares.

¿Por qué tendría yo que recordar, en aquel momento, la frase famosa del capitán Méndez Núñez frente al Callao?:

– <<Mas vale honra sin barcos que barcos sin honra>>.

Nunca lo he dicho en público hasta hoy. Entonces, tomé la papeleta, con decisión, y voté No a la OTAN. Ya había perdido, obviamente, la virginidad política y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Me lo debía.

También lo fue para el ministro Javier Solana, el más feroz anti OTAN del PSOE antes del 82. En cambio, en 1985, Solana no quería que yo preguntara al presidente del Gobierno por las manifestaciones anti OTAN, mientras Felipe pasaba dos semanas en Extremo Oriente aprendiendo lo de <<gato blanco, gato negro>>.

Diez años más tarde, en 1995, cubría yo las negociaciones de paz para la antigua Yugoslavia, en el aeropuerto de Dayton (Ohio, EE.UU.).  En una conversación informal con Richard Holbrooke, el mediador norteamericano, no me dio el nombre, pero me dijo que estuviera atento a la noticia:

– <<Pronto habrá un español al frente de la OTAN>>.

Lo supe unos días después. Vivir para ver. Javier Solana, más converso que yo, fue nombrado jefe máximo de la Organización para el Tratado del Atlántico Norte. Entonces, ya reconocía yo haberme equivocado al votar no a la OTAN.

A pesar de todas mis contradicciones, recibí la victoria del <<sí>> a la OTAN con alivio. Otra vez, coincidí con el cordobés Ibn Hazm (994-1063) cuando escribió:

– <<… mi oriente es el occidente>>.       

                                          <<Yo estuve allí>>, decimos los del Buenos Días

                                                               46

El día que dije adiós al informativo diario Buenos Días de Televisión Española brotaron algunas lágrimas compartidas con miembros de mi equipo. Hubo motivos para ello. Pasar todas las noches juntos, sin dormir, (…)

Periodista por accidente, gracias a Balbín

Le debo haber dedicado más de medio siglo al Periodismo. Gracias, maestro. Hacía tiempo que no veía a José Luis Balbín y su muerte me ha impactado más de lo pudiera imaginar. Quise enviarle el borrador del capítulo de mi último libro «La prensa libre no fue un regalo» dedicado a mi relación con él. No lo hice a tiempo para poder compartir unas risas. Y lo lamento. Me hice periodista gracias a él. Nunca se lo agradecí lo suficiente. Y siento mucho su muerte. Descansa En Paz, maestro.

José Luis Balbín con su pipa

Esta es la prueba de imprenta del capítulo de mi libro dedicado a Balbín. Acaba de ser publicado por Marcial Pons, pero mi viejo amigo José Luis (por unas semanas, ¡Ay!) ya no podrá leerlo.

Cubierta de La prensa libre no fue un regalo

La prensa libre no fue un regalo.indb 38 18/4/22 11:59 Primera parte. Dictadura 39

Periodista por accidente

Después de pasar las vacaciones de verano en Almería, regresé a Madrid para estudiar tres carreras distintas, a la vez, durante el curso 1965-1966: Arquitectura, Ciencias Políticas y Periodismo. Creía que podía con todo.

En septiembre de 1965, conocí al periodista José Luis Balbín en una de las primeras tertulias de mi colegio mayor. Era un joven delgado, alto y sabiondo, casi pedante. Aquel día vino sin pipa. Lo trajo otro colegial para que nos hablara del periodismo. Yo era un aspirante a tal oficio, cargado de dudas, y Balbín trabajaba ya en la sección de Internacional del diario vespertino Pueblo.

Su periódico, como mi colegio, era propiedad del sindicato vertical de Franco, el único autorizado en España, obligatorio para todos los trabajadores y empresarios. Su nombre oficial era Organización Sindical. Uno de los pilares del nacionalsindicalismo franquista era la prohibición de la huelga y del cierre patronal. La presunta paz social estaba, pues, garantizada por ley. La paz de los cementerios, sostenida por la represión violenta de toda disidencia y el miedo consiguiente a disentir en público.

En cuanto el joven periodista empezó a hablarnos sobre James Meredith, el primer negro que había entrado en la Universidad de Misisipi, escoltado por los agentes federales del presidente Kennedy, me percaté de que era un demócrata, no precisamente amigo de la dictadura de Franco.

Unos meses después de la charla de Balbín, en 1966, Meredith fue tiroteado. Sobrevivió al atentando de milagro, y, lejos de arredrarse, siguió luchando contra el racismo con su «Marcha contra el miedo». Lo que más me perturbó entonces, y aún hoy, fue la compatibilidad moral que pudo encontrar el joven negro entre sus ideales antirracistas y su convivencia con los políticos racistas del sur de Estados Unidos.

«Este James Meredith tiene una doble vida, como la nuestra», pensé entonces. Más tarde supe que los dos partidos norteamericanos, el Demócrata y el Republicano, estaban plagados de racistas en los estados exesclavistas del Sur. Salvando las distancias, no sabía si era un oportunista o se habría alistado en el Partido Republicano para dinamitarlo desde dentro. Con esa intención, desde el sindicato clandestino de estudiantes, nosotros queríamos infiltrarnos en el SEU.

La prensa libre no fue un regalo.indb 39 18/4/22 11:59 40 José Antonio Martínez Soler

Golpe de Estado en Indonesia

José Luis Balbín me invitó a visitar la redacción de su periódico cualquier día después de cenar, cuando él hacía su turno de guardia. Allí fui de inmediato. Subí a su planta en un ascensor montacargas sin puertas. Me mostró la sala de redacción, prácticamente vacía por la hora, así como los teletipos que no paraban de escupir rollos de papel con noticias en su mayoría internacionales. «Si llega algo gordo, urgente, suena esta campanilla de alerta», me explicó.

Recortó las noticias de internacional, las ordenó en unas carpetas, y solo pegó dos tomas en un folio y corrigió el texto. Lo demás era morralla. Me fijé lo mejor que pude. Allí aprendí que había que subrayar las letras que debían ir en mayúsculas y poner los acentos. El teletipo lo picaba todo en minúsculas y sin acentos. También, que había que escribir a máquina, en otro folio, el titular de la noticia, el antetítulo y el subtítulo o sumario, si lo llevaban. Si la noticia procedía de varias fuentes, se hacía lo que él llamaba un «refrito», mezcla de todas las versiones, y se firmaba como Agencias.

Con el folio del titular, Balbín envolvió el otro folio con las dos tomas del teletipo revisadas y pegadas. Metió el rollo en una lata cilíndrica. Me fascinó el sistema de comunicación con el taller. Bastaba con meter la lata en un tubo. Como en un tobogán, aquella salió disparada, varios pisos abajo, hasta el taller. La rotativa, en la planta baja, parecía un armatoste gigante en la bodega de un transatlántico. Nada que ver con las máquinas planas del Yugo, el diario de Almería. Otro día fui al diario Pueblo a la hora precisa para ver, sentir, la rotativa en acción. El suelo de hormigón parecía temblar bajo mis pies mientras la rotativa escupía ejemplares del periódico a gran velocidad.

Balbín me pidió un favor: si podía ir a estudiar algunos días, durante un par de horas, en su mesa de redacción, después de cenar, en tanto que él recibía clases de alemán cerca del periódico. Él me llamaría por teléfono por si había ocurrido algo. Acepté encantado. Pasé dos noches, plácidas y aburridas, repasando en su mesa mis Materiales de Construcción de segundo de Arquitectura. Al regresar de su clase nocturna de alemán, Balbín revisaba los teletipos, que yo había recortado y ordenado por países. Nada de interés para publicar, salvo lo procedente de alguna zona del mundo donde entonces era de día.

En la tercera noche, a finales de septiembre o primeros de octubre, me sobresaltó la campanilla de alarma del teletipo de la Agencia La prensa libre no fue un regalo.indb 40 18/4/22 11:59 Primera parte. Dictadura 41 EFE. ¡Qué nervios! Era casi medianoche y Balbín se retrasaba. Yo estaba prácticamente solo en la redacción.

Busqué ayuda. Únicamente quedaba un redactor, bastante mayor, medio dormido en un sillón, en la esquina opuesta a la pecera de los teletipos. De un salto, me puse frente al rollo de noticias de EFE Internacional, que a gran velocidad inundaba ya el suelo de papel. Y Balbín sin llamar.

El teletipo daba la alarma continuamente con cada noticia y soltaba tomas sin parar. Todas sobre el mismo asunto: «Movimiento de tropas en Indonesia». Cada una más confusa que la anterior. «Anulada la noticia número…». «Urgente: Golpe de Estado en Indonesia». Yo alucinaba, mientras vivía en directo aquel presunto golpe de Estado militar. Creía estar oyendo los cañonazos y oliendo la sangre en directo. Cada noticia desmentía la anterior. Todo era muy confuso y, a la vez, emocionante. Aún no hablaban de disparos ni de muertos. Y José Luis Balbín sin aparecer.

Sukarno y Suharto. Nunca olvidaré los nombres de estos dos generales indonesios. Aquella noche no tenía ni idea que quién era quién. Afortunadamente, al cabo de casi una hora de noticias y desmentidos, EFE transmitió un resumen de todo lo ocurrido hasta ese momento en Indonesia. ¡Qué alivio!

Era una crónica que a mí me pareció perfecta: el golpe de Estado del general Suharto, jefe del Ejército, había triunfado, pero el presidente Sukarno, que se había apoyado en el Partido Comunista prochino, no había huido, como se dijo, sino que seguía de presidente, con menos poderes y controlado por el golpista. Estados Unidos celebró el golpe. Se temía una persecución inminente contra los comunistas indonesios. En pocos años, miles de militantes del Partido Comunista de Indonesia desaparecieron o fueron ejecutados.

Me olvidé de las crónicas parciales y me concentré en el resumen. Ni corto ni perezoso, me puse manos a la obra. Pegué varias tomas de la crónica general de EFE, subrayé las mayúsculas, puse los acentos y, en otro folio, buscando cada tecla, escribí lentamente con los dedos índices: «Intento de golpe de Estado en Indonesia». Debajo, un sumario de lo ocurrido. Metí los tres folios en la lata cilíndrica y la despaché por el tubo hasta el taller.

Muy poco después apareció un señor mayor preguntando por José Luis Balbín. Le dije que había salido un momento a la calle, pero que lo de Indonesia ya estaba en el taller. Respiró aliviado. Se marchó. Al poco, llegó Balbín corriendo, sudando. Lo había oído todo en la radio del taxi. Le dije en voz baja: «Lo tuyo de Indonesia La prensa libre no fue un regalo.indb 41 18/4/22 11:59 42 José Antonio Martínez Soler ya está en el taller». Bajó nervioso, temiéndose un desastre. Al regresar, todo colorado, sacó una botella de un armario y me invitó a una copa.

Al día siguiente, a mediodía, miré los ejemplares amontonados en un quiosco de prensa. El diario Pueblo, con el mismo titular que yo escribí, llevaba impreso en primera página mi trabajo tal cual: «Intento de golpe de Estado en Indonesia». No habían cambiado ni una coma. «Ya soy periodista», pensé. Prematuramente, sin duda.

Muchos años más tarde, le dije a Balbín, que dirigía y presentaba entonces el programa La Clave en TVE, que yo era periodista por su culpa. Se echó a reír. Apenas recordaba la noche del golpe de Estado en Indonesia que fue tan importante para mi vocación incipiente. Para él, una más, careció de importancia. Para mí, aquella noche me abrió el camino hacia la profesión más hermosa del mundo.

El diario, el único libro para este oficio

No fue solo mi curiosidad, insaciable entonces tanto como ahora, lo que me llevó a cambiar de carrera profesional. Fue la necesidad de ganar pronto unas pesetas para mantenerme por mi cuenta sin tener que depender de mis padres. Mi curiosidad me conducía, desde luego, más allá de una escuela técnica, aunque la de Arquitectura tuviera, a mi juicio interesado de entonces, el barniz humanista de la creación artística. Me influyó bastante más comprobar que los colegas que estudiaban Periodismo escribían colaboraciones para revistas y periódicos y cobraban por pieza publicada. Conseguir ingresos inmediatos, como ellos, fue lo que me empujó hacia el periodismo. O sea, fue por dinero. No por amor.

Sin beca para pagar mis estudios, por no haber superado todas las asignaturas de primero de Arquitectura, mis padres me ayudaban algo económicamente. Me sentía fatal.

Tras la experiencia de una sola noche en el diario Pueblo, concebí la esperanza, casi la locura, de trabajar como periodista en el escalón más bajo posible. Una temeridad. Indagué entre mis compañeros del colegio mayor y de la escuela de Periodismo de la Iglesia donde estaba preparando mi examen de ingreso. Tuve la posibilidad de publicar alguna colaboración en el diario YA, heredero de El Debate, de la Editorial Católica, ligado a la escuela. Fracasé. Ni siquiera sabía escribir a máquina. Solamente con dos dedos y buscando cada tecla.

Esquela de Balbín

 

Periodista por accidente

Balbín, pag. 40

Balbín Pag 41

Balbín. Pag 42

 

 

Me puse a vender libros en el Paseo

Con catorce años, en 1961, y con varios amigos de Acción Católica, algo que competía con las congregaciones de La Salle, organizamos una Feria del Libro en el Paseo de Almería, frente a Correos. Me dijeron que era la primera Feria del Libro autorizada desde la guerra civil. Ningún dictador es amigo de los libros. Prefieren quemarlos. Hoy lo recuerdo en el diario La Voz de Almería y en este blog de 20 minutos.es. Y mi último libro: «La prensa libre no fue un regalo.

Almería, quién te viera…(26), Publicado hoy en La Voz de Almería

Con Miquel Iceta, ministro de Cultura, en la caseta 67 de Marcial Pons en la Feria del Libro y mi libro «La prensa libre no fue un regalo». Al fondo, Juan Eslava Galán.

Almería, quién te viera… (26)

Me puse a vender libros en el Paseo

 J.A. Martínez Soler

Con catorce años, en 1961, y con varios amigos de Acción Católica, algo que competía con las congregaciones de La Salle, organizamos una Feria del Libro en el Paseo de Almería, frente a Correos. Me dijeron que era la primera Feria del Libro autorizada desde la guerra civil. Ningún dictador es amigo de los libros. Prefieren quemarlos.

La mayoría de las obras en venta eran clásicas, como El Quijote, o religiosas, como “Imitación de Cristo” que solo los de mi edad recordarán como el “Kempis”. Nos dio mucho trabajo hacer las listas de las aportaciones de cada editorial y las cuentas para devolver libros invendidos y el dinero cobrado por los vendidos. Al final, nos cuadraron las cuentas. Los libreros nos fiaban porque íbamos avalados por el padre Juan López Martín que llegó a canónigo.

Los de la JOC (Juventudes Obreras Católicas, que yo veia como un nido de ”rojos”) aportaron un par de cajas de libritos pequeños, muy baratos y pobremente editados. Decían que eran “la bomba”. Yo me compré algunos que, amarillentos, aún conservo. No estaban en el Índice de la Iglesia, por el momento, pero me consta que no eran muy bien vistos por la jerarquía católica ni por la policía política de Franco (la “brigada político-social”) que llamaban “la social”.

Algunos libritos tenían la palabra “socialismo” en la portada. “Para clientes de confianza”, nos dijo uno de los primeros curas obreros que yo conocí entonces. Nos recomendaron que guardáramos algunos de ellos debajo del mostrador que habíamos improvisado con tablas y borriquetas prestadas. Iban contra la pobreza y el hambre en el mundo. Mezclaban cristianismo y socialismo. ¡Ay, si me llegan a ver mis frailes con aquellos libros! En La Salle, el colegio que fue cárcel, los maestros nos decían que eran panfletos comunistas. No eran muy amigos de los matices.

Como uno más de los organizadores temerarios, mi primera Feria del Libro en el Paseo de Almería fue toda una experiencia enriquecedora. Por distintas razones, mi última Feria del Libro, en el Retiro de Madrid, donde acabo de presentar mi nuevo libro “La prensa libre no fue un regalo” también ha estado cargada de emociones. En la caseta de Marcial Pons, que he compartido con el gran Eslava Galán, tuve cola de amigos y colegas de Cambio 16, Doblón, TVE, El Sol, El País, 20 minutos, etc., a quienes no había visto en muchos años.

 ¿Cómo se escribe Voltaire?

Aún me gusta leer. De todo. Recojo papeles de la calle y leo lo que ponen. Debo mi afición a la lectura, en primer lugar, a mi padre. Fue un gran lector, pese a no haber tenido estudios ni siquiera de enseñanza primaria. Su madre, cosa rara en una criada de la época, le enseñó muy pronto a leer. También debo agradecer esta afición, que tanto placer me ha dado, a la Señora, doña Serafina Cortés, viuda de Cassinello. Me pasó libros infantiles y juveniles de sus nietos, algunos sin estrenar. Mi madre apenas sabía leer y escribir, y lo lamentaba, pero percibía que la lectura era buena para sacar provecho a la vida. Mi padre nos presionaba para que leyéramos más. Nos decía a mi hermana Isabel y a mí que “es difícil engañar a un pueblo que lee”. Quizás por eso la maestra Isabel Martínez Soler dedicó su vida a promover la lectura entre los niños y niñas de Almería. La biblioteca del CEP (Centro de Profesores) lleva su nombre.

En el capítulo de agradecimientos, tengo que destacar el papel decisivo que tuvo el hermano Rufino, un sabio botánico de La Salle, que me enseñó a amar la Naturaleza y a asombrarme con el estudio de los seres vivos, ya fueran dinosaurios o mosquitos. Me inclinaba hacia las ciencias. Pero hubo otro maestro, el hermano Amado de María, que me empujó hacia las letras. Era un sevillano de finísimo humor y gran declamador de poemas. Él fue quien, en el momento oportuno, me incitó a amar la Literatura. Gracias a él aprendí de memoria un montón de versos, algunos de los cuales no podría borrar de mi mente, aunque quisiera. Están grabados en mi disco duro.

Con no poco esfuerzo, conseguí olvidar casi todo el “poema del alma” de Meléndez Valdés dedicado “A Dorila”. Lo memoricé con doce o trece años. Esta estrofa, poco recomendable para un niño, no consigo eliminarla de mi mente: “La vejez luego viene/ del amor enemiga/ y entre fúnebres sombras/ la muerte se avecina.”

Ya digo que, por unas razones o por otras, la muerte estaba muy presente en la educación que recibíamos en La Salle. Ahora veo el porqué. Nada como el miedo a la muerte para captar feligreses. Herman Melville, otro cervantino, lo tenía muy claro en su Moby Dick: “La Fe, al igual que el chacal, halla su alimento entre las tumbas”.

 Yo sabía que Benito Pérez Galdós, por ejemplo, favorito de mi abuela Dolores, estaba muy mal visto por mis frailes. Le despreciaban y le llamaban “garbancero”. Nunca supe por qué. Me dijeron que algunos de sus libros (no los “Episodios Nacionales”) merecían estar en el “Índice”.

Para los jóvenes que no lo sepan, el “Índice” era entonces la lista de libros prohibidos por la Iglesia Católica cuya lectura te ponía en pecado mortal. Si te morías así, sin confesar, ibas directo al Infierno. No saben muy bien los Hermanos de las Escuelas Cristianas, incluido Amado de María, el favor que nos hicieron dándonos esa pista del “Índice”. Bastaba con que citaran una obra o un autor de esa lista negra, prohibida por pecaminosa, (“¿Cómo ha dicho, hermano, que se escribe Voltaire?”), para que lo anotáramos abierta o subrepticiamente y lo buscáramos en la Biblioteca Villaespesa que estaba en el Paseo.

Casi nunca es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo vemos así porque en el pasado éramos mas jóvenes y fuertes y teníamos la vida por delante. Pasear por la Feria del Libro en el Parque del Retiro de Madrid me ha dado un ataque de nostalgia (“La sonrisa al trasluz”, según Gómez de la Serna) porque me ha trasladado a un pasado juvenil al que le tengo cariño. Me ha recordado la primera Feria del Libro en la que participé con unos amigos, y con apenas unos cientos de ejemplares, en el Paseo de Almería.

En el Retiro exponen hoy más de 400 libreros con muchos miles de ejemplares y allí acuden líderes de toda clase y condición. Mientras firmaba mis últimos ejemplares disponibles esa tarde, se me acercó Miquel Iceta, ministro de Cultura, y celebró el título de mi ultimo libro. “Muy acertado”, me dijo.  Le repliqué que lo escribí para mis hijos y nietos que están creciendo en libertad y apenas la valoran. Le añadí:  «La libertad, ministro, es como el oxígeno. La valoras mucho más cuando te falta y, por eso, creo que este libro puede ser un buen regalo para la lectura veraniega de hijos y nietos que, a veces, piensan que la democracia fue un regalo y que no corre peligro”.

El ministro me dio la razón, pero no me compró el libro. Con este título no me pareció apropiado regalárselo.  Otra vez será.

Con Juan Eslava Galán, Pedro Pons y mi hijo Erik, en la caseta de Marcial Pons en la Feria del Libro de Madrid.

Con mi nieto Leo y los dos últimos ejemplares en la Feria del Libro

Cubierta de mi último libro

 

Lavapies: Del teatro a la plaza

Nuestro amigo Matthew I. Feinberg acaba de publicar un estudio innovador y sorprendente. «From the Theater to the Plaza». (Espectáculo, protesta y espacio urbano en el Madrid del siglo XXI). A partir del teatro y el espacio físico de Lavapies ha investigado, desde casi todos los ángulos posibles, las relaciones entre el arte y su entorno. Nos describe y explica cómo Lavapies -«diverso, multicultural y uno de los barrios más icónicos de Madrid- ha emergido como un lugar de movimientos de resistencia y de florecimiento cultural».

Cubierta del libro de Matthew Feinberg. «Del teatro a la plaza»

Durante varios cursos he asistido a mis clases de tallasmadera.com en el corazón de Lavapies, un sótano mágico de la calle de la Primavera, 9, que va desde la Calle de la Esperanza hasta la calle de la Fe. Imposible encontrar nombres tan profundos y socorridos para las calles de un barrio multicultural y mestizo como Lavapies. El taller del escultor Pablo Redondo (Odnoder), que nos cobijaba, está detrás de la plaza que tantas veces me recordaba barrios de Manhattan, la capital del mundo, cuando yo era corresponsal de RTVE  en Estados Unidos.

Taller de tallasmadera.com en el corazón de Lavapies

Allí empecé a conocer, saborear y amar Lavapies. He recorrido sus calles con mi amigo Matt, subyugado por la riqueza cultural, artística, gastronómica y racial del barrio. No pude imaginar que sus observaciones, siempre agudas e innovadoras, dieran como fruto esta obra tan singular y tan necesaria para comprender lo que está pasando en las ciudades contemporáneas super gentrificadas, ante nuestras propias narices.

Contra cubierta del libro de Matt Feinberg

Para quienes quieran entender los cambios operados en nuestras ciudades en las ultimas décadas, desde la crisis económica del 2008 y los movimientos de protesta anti austeridad del 15-M-2011, este libro («From the Theater to the Plaza») puede iluminarles zonas oscuras de gran valor (arte, creatividad, convivencia multicultural,  mezcla racial, espacio físico, poderes locales, gastronomía local y global, espectáculo, etc) que apenas notamos a nuestro alrededor y que afectan a nuestra vida cotidiana.

Enhorabuena, Matt. Y gracias por fijar tu lupa académica y tu amor a España en un barrio como Lavapies. Abres un camino muy rico para los investigadores que han de seguir tus pasos.

Con Matt Feinberg (derecha) y Christopher Magnus de sobremesa en mi casa.

 

Con Sandra Krysiak pensamos con las manos

Ayer estuvimos de Exposición de fin de curso en el taller de tallasmadera.com (Tupatio, Eduardo Marquina, 7). Para quienes no hagan cosas con sus manos, esta entrada en mi blog les parecerá una tontería, una insignificancia. Sin embargo, para los alumnos de la maestra Sandra Krysiak (licenciada en Bellas Artes y maestra de La Escuela de Arte La Palma) el encuentro de los artistas con su obra y la de sus compañeros fue algo muy especial digno de ser compartido por quienes tengan el gusanillo de hacer algo con sus manos. «Pensar con las manos», dice Pedro Sanz Labajos, director de La Palma. Eso, y grandes dosis de humildad, es lo que aprendemos con Sandra. Al jubilarme en el diario 20 minutos, cambie la pluma por la gubia. Y  he disfrutado mucho con el cambio.

Alumnos de Sandra Krysiak en Tupatio. La flecha señala al pobre Pablo Guerreiro, con obras seleccionadas para el Premio Reina Sofía. El mejor bailaor sin castañuelas.

Con Raúl y Angel, tres abuelos a la sombra.

Mi Cervantes teme al dragón de Ismael Mesa, un número 1 de la talla.

Con Sandra Krysiak, Adelaida Gordillo y Miguel Aranguren. Miguel es escultor, pintor, escritor y casi torero.

En el Epílogo de mi ultimo libro La prensa libre no fue un regalo») no pude evitar presumir un poco de mi nueva afición artística. Aunque me siento un becario entre tan buenos tallistas me tratan como si fuera uno de ellos. Copio y pego aquí los tres párrafos dedicados a la talla en mi libro:

«En las clases de talla en madera, progreso adecuadamente. Nunca me creí capaz de crear esculturas con un pedazo de madera. Darle vida a un tronco. Quitar lo que sobra para que emerja la imagen que hay escondida dentro de un cacho de madera o de piedra. El mazo, la gubia y el formón son medicinales. Y la convivencia con mis compañeros de taller, cada uno ideológicamente de su padre y de su madre, me ha sorprendido muy agradablemente. Comparto las clases de la maestra Sandra Krysiak con personas de muy distintas edades y convicciones. Me llevo bien con ellos. Nos reímos. Sin la talla nunca los hubiera conocido, y me habría perdido una parte importante de la humanidad que ellos encierran.

El periodismo me hizo vivir en un gremio con información privilegiada, en el buen sentido de la palabra, y no fiarme de todas las fuentes de información que, interesadamente, pretendían colarme su versión de los hechos. Como vemos diariamente, muchas noticias no son tales, sino bulos alimentados por charcos putrefactos y no por fuentes limpias y contrastables. Por eso, pasé media vida profesional en posición de alerta. En ocasiones, esta desconfianza, casi crónica, resultaba agotadora.

En cambio, hablar con mis compañeros de talla y, sobre todo, escucharlos, con naturalidad, en confianza, es mi terapia actual. Tenemos momentos de tensión y concentración máxima, con los ojos fijos en la punta afilada de la gubia cuando atacamos un nudo o una veta traicionera del duramen o de la albura del tronco. La madera te habla. El nudo te grita. Cuando pasa el peligro de astillar la madera por donde no queremos, oímos suspiros de alivio y aplausos de la maestra. Respiramos.»

Tres párrafos sobre la talla en mi Epílogo.

Con Lurdes, Sandra, Rafa, Sergio y Pablo, con nota alta. Toño, al fondo, chupando cámara.

Con Pablo Redondo (Odnoder), Adelaida y la dedicatoria de mi troll para mi nieto Leo. Odnoder es un compañero que ya vuela solo por las alturas de la fama.

Una tarde espléndida con grandes obras de arte solo superadas por la grandeza de mis compañeros de mucha talla.

 

 

Hablamos de mi libro en la radio. ¡A favor!

Para quienes tengan tiempo libre y ganas de saber algo más sobre mi último libro «La prensa libre no fue un regalo» ofrezco hoy la entrevista que Isidro López Cuadra me hizo el sábado en Radio Villalba. Todo a favor, pues Isidro es un buen amigo.

Portada del libro

El que avisa no es traidor.

¡Te recomiendo que escuches este audio de iVoox! Programa Música y Cultura – 11-06-2022 – La prensa libre no fue un regalo de Martínez Soler

https://go.ivoox.com/rf/88373437

Hay que escucharla con interés y/o con … mucha paciencia.

Gracias.

 

 

Emoción máxima en la Feria del Libro

Este libro («La prensa libre no fue un regalo»), que presenté ayer en la caseta 67 de Marcial Pons en la Feria del Libro de Madrid, lo escribí pensando en mis tres hijos y mis dos nietos. Con todo mi amor, a ellos lo dedico. Los cinco nacieron y están creciendo en libertad. Afortunadamente, no saben lo que es vivir bajo una dictadura tan cruel como la del general Franco, el amigo de Hitler y Mussolini, que sufrimos sus padres y abuelos.

Portada de mi último libro, ya a la venta.

Debido al confinamiento por tan larga pandemia del Covid, he tenido la oportunidad de escribir esas memorias profesionales y, en parte, personales de un mundo que casi no existe. Hablo de una época de lucha por conquistar la libertad, arrebatada por un golpe de Estado en 1936, una guerra civil (1936-1939) y una larga postguerra de represión violenta por parte de a Dictadura franquista hasta que, muerto el tirano en 1975, recuperamos la libertad por la que habíamos luchado en la clandestinidad.

Así quedó mi cara quemada, tras el secuestro y las torturas que sufrí tras la muerte del dictador Francisco Franco

La prensa ayudó como pudo a esa transición a la Democracia. Lo cuento en estas páginas. Es un libro en el que pueden reconocerse muchos padres y abuelos para los que la libertad, como el oxígeno, se valora más cuando falta. Por eso, pienso también que podría ser un buen regalo para la lectura veraniega de hijos y nietos a los que nunca les faltó la libertad en España. Ayer tuve la suerte de que mi nieto Leo viniera a la Feria del Libro a darme un abrazo, cuando solo quedaban ya dos ejemplares por vender. Anuncié la presentación del libro hace unos días en las redes, pero nunca imaginé que sería algo tan emocionante.

Con mi nieto Leo y los dos últimos ejemplares del sábado 4, en la Feria del Libro

Poco antes, Miguel Iceta, ministro de Cultura, de quien soy fan, pasó a saludarnos por nuestra caseta de la Feria. Visita que agradezco. Aunque es mucho más joven que yo, el ministro aprobó y compartió conmigo el título del libro.

Con Miguel Iceta, ministro de Cultura, en la caseta 67 de Marcial Pons en la Feria del Libro y mi libro «La prensa libre no fue un regalo».

Tuve, además, la fortuna de compartir la caseta 67 con el gran Juan Eslava Galán, cuyas obras tanto he disfrutado. En la foto, con Pedro Pons, Juan Eslava y mi hijo Erik Martinez Westley, un trío de ases.

MIguel Iceta, ministro de Cultura y Deportes, se fue inmediatamente a Paris para acompañar al rey Felipe VI en la final gloriosa de Roland Garros que ganó -¡cómo no!- nuestro gran Rafa Nadal.

Hoy he disfrutado con la victoria de Nadal (14 copas de Roland Garros) y ayer, con las visitas inesperadas a la caseta de la Feria del Libro de amigos y colegas de Cambio 16, Doblón, El Pais, TVE, 20 minutos, etc, que no había visto en años, y de colegas de tallasmadera.com, mi actual audiencia cautiva favorita, con quienes, gubia en mano, he compartido muchas anécdotas que ahora verán en el libro que generosamente compraron. A todos ellos, muchas muchas gracias.