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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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Los Diez Mil del Soplao, recuerdos

Ha pasado un mes largo desde que apareció la crónica. Libero, una vez que ha pasado la venta al público de la edición de papel, mi colaboración en la revista Planeta Running.

Los Diez Mil del Soplao es una prueba múltiple que se celebra en Mayo en Cabezón de la Sal y las sierras colindantes. Todo comenzó como una prueba de bicicleta de montaña pero pronto dejaron paso a los tipos de los muslos duros y la cara angulosa. Los pateadores de sendas aterrizamos en Cabezón con la sana intención de correr bien 45 bien 118 kilómetros. Pues allí me planté, a conocer el equipo que dirige el archiconocido Chus y saber si la famosa ruta de los Puentes acaba con la paciencia de uno. Saber si los avituallamientos eran gigantescos o simplemente pantagruélicos.

Conocido es el atractivo de las tierras norteñas para hacer más cosas que ir a practicar tu deporte favorito. Así que no me extenderé en cómo pasé el resto del fin de semana.

A efectos periodísticos, esto fue lo que dio de sí la prueba.

No todo va a ser correr (Los Diez Mil del Soplao)

Aviso. Esto es una crónica personal. Posiblemente se hable de todo menos de correr. Incita a la ‘otra’ buena vida.

Aviso segundo. Aficionados al deporte con un enfoque demasiado purista pueden sentirse molestos. Pero esto es un blog, no es obligatorio leerlo. Obligatorio es que hagáis la declaración de las rentas del capital y del trabajo. Y ni así.

Va.

La expedición son cuatrocientos kilómetros de carretera, en mi caso, para comprobar que en muchos sitios se vive mejor que en la ciudad de uno. Sí. Los madrileños corroboramos una y otra vez que nos han engañado y que seguimos picando. A pesar de saber de antemano todo esto, o quizá por ello,  conduje durante casi cuatro horas dejando un peso atrás. Me dirigía a participar en un mito de los deportes de montaña. Los 10.000 del Soplao, sobre los que tanto se habla cada año y que aquí detallé hace unos días.

No es una carrera de 10.000 metros. No es que se asciendan o desciendan 10.000 metros de desnivel, lo que en sí mismo sería una barbaridad, aunque posible. El asunto es que se pretende llegar a los diez mil participantes en las dos modalidades campestres más divertidas, sanas y naturales: corriendo o montado en bicicleta de montaña. Por las primeras estribaciones de las montañas de Cantabria.

Escogí la distancia de 45km por una razón evidente y múltiple, interconetada: es una distancia para la que no tengo que entrenar mucho, máxime cuando hace dos semanas corrí el atónito RNR Maratón de Madrid y en otra semana correría los 43km campestres del Anochecer.

Debo confesar que hay otra. Si termino en siete u ocho horas, tengo la tarde libre para darme un garbeo por la hostelería santanderina. El presupuesto no me da para explorar los michelines de San Vicente (Annua) o del entorno capitalino (El Cenador de Amós, El Nuevo Molino). Además prefiero dejarlos para una excursión con mi familia amada.

Solamente así puedo sintetizar lo que me mueve a correr. Y es el lema de mi vida deportiva: el running me permite comer y beber sin medida, con la garantía que el ejercicio se ocupará de quemar todo exceso.

Ya dije que a muchos deportistas esta perspectiva no les parecería bien. Ni sana. Ni deportiva, puestos a asumir.

Con estas, después de dejarme los cuádriceps descendiendo por la pista de cemento hacia Mazcuerras, con curvones peraltados al 24%, sodomizar mi resistencia mental mirando hacia arriba en el Toral, un ascenso de escasamente mil metros de longitud pero doscientos metros de desnivel, después de pisar barro y caer, tirarme arrastrando el culo por lodazales en la ruta de los Puentes, disfrutar como un bellaco (así lo muestra la Foto de Jairo Niebla) en un descenso homicida, riendo por primera vez en mi vida mientras  caíamos por un cortafuegos deslizante, después de todo eso, pude aparcar el coche, contento, feliz por haber terminado en un honorable puesto 234º de casi 400 llegados a meta, tras siete horas y cuarto de batalla.

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Luego me costó más tiempo encontrarlo. Llovía y me perdí un poco (algo hay que decir).

Entre medias, pude conocer el nuevo sitio de vinos y tapas llamado Las Hijas de Florencio, en el nobilísimo Paseo de Pereda, justo frente a los barquitos de juguete de la real clase aristocrática del país de juguete. Me costó acomodarme en un taburete de la barra (debo recordar que venía de correr cuarenta y cinco kilómetros por la montaña) así que tiré de anticoagulantes naturales. Probé un fresco verdejo Palacio de Bornos, que me sirvieron con una tapita de un queso aparmiggianado. Ideal.

A la media hora me dolían los cuádriceps. Le eché la culpa al taburete pero, en realidad, la culpa la tenía un tramo de barro que tuvimos que ascender después del avituallamiento de la campa de Ucieda. También que me empeñé en bajar al galope del Toral y debí agitar las fibras musculares más de lo debido.

Todo esto son excusas para decir que de segundas paré en la franquicia de tapas Al Punto, en Hernán Cortés con Gándara. La cosa es que tenía bastante tiempo hasta la hora de cenar y me seguía informando de opciones de moda. Ante el momento, un rioja me hidrató y probé si la lista de precios era un gancho o realmente la diferencia de precios con Madrid se mantenía compensada con calidad. Así las cosas, me apreté una de minihamburguesa (sic) con queso y otra de morcilla de Sotopalacios con pimientos de piquillo. Recientes de la plancha.

Cada vez me dolían menos las piernas. Habían desaparecido los espasmos involuntarios de los gemelos que me dieron rematando los dos kilómetros de asfalto que conducen a la abarrotada línea de meta de Cabezón de la Sal y ni me acordaba, vaya, de una rigidez en las cervicales que me da en el trabajo.


Foto: Facebook El Rochi

Haciendo tiempo para cenar, paré en el Rochi (c/Florida). Es un conocido restaurante cercano a la zona del Ayuntamiento y que tiene un ala gemela con el formato de bar de pinchos. Se nota cierta cercanía a la costumbre vasca del pintxo en la barra. Me gustó y entré para leer un poco la prensa y conversar con su camarera. Resultó que transmitían el Festival de Eurovisión en la televisión de casi todos los españoles (exceptuando quienes defraudan fiscalmente, cuyo dinero no va a financiar la televisión pública, obviamente). Por tanto, mientras fuera llovía lo que no había llovido durante la celebración del Soplao, me sirvieron una copa del tempranillo 828 y dos pinchos. Uno era un pudin de cabracho y el otro un pincho de tortilla con verduras y salmón.

Si espiritualmente ya estaba recuperado de los cuarenta y cinco kilómetros a pie, físicamente empezaba a sentirme en paz con el cosmos. Evidentemente, era el vino.

Por recomendaciones, cené en La Vinoteca. En calle Floranes, al lado de la plaza Numancia. Ojo al lugar, regentado y atendido por Koldo y Luis, amén de su joven y atento equipo de sala.


Foto: sobremesa.es

A ver si sé contarlo. Tienen un Menu gastronómico (sub 30€). Eliges tres platos de carta y un postre. Con una copa de Pitaccum, esa mencía tan chula de 2008 y que estmamos disfrutando de la producción  berciana, me dejé recomendar y llevar. Total, llevaba así todo el sábado, dejándome llevar por las indicaciones de cántabros con sentido común.

Una terrina de conejo y foie con guisantes frescos y un poco de cebollino. Su punto de pimienta y de -quizá- comino.
Canelón con falso relleno de cigala. Salsa blanca de vino. Amabilísima.
Un interesante rabo de cerdo ibérico, deshuesado, también presentado como terrina. Con sumo gusto y con un puré cremoso y sabroso.

Postre, crema de limón sobre migas de bizcocho y helado de nata y una fresa y una hojita de menta.

Todo excelente. Por un momento llegué a pensar que me estaban tratando demasiado bien. Quizá creyeron que era un crítico gastronómico. Pero deduje que la cosa es como es. La calidez de La Vinoteca.

Debo decir que, en ese momento, pensé en pedir un certificado de empadronamiento en Cantabria. Pero habría sido injusto para mi familia, habría sido innoble para esa urbe que tanto amamos, Madrid.

Además, se habría terminado la posibilidad de viajar a sitios de los que solamente has leído, oído. Se habría esfumado la aventura.

Y no saldrían posts tan jugosos ni inocentes como este. Aunque a algunos les parezca que lo que cuento es indigno, que fomenta el alcoholismo y que está en contra del espíritu del corredor de las cumbres.

Los Diez Mil del Soplao. El Infierno Cántabro

Corría 2007 cuando se organizaba por primera vez una prueba de bicicleta de montaña en los alrededores montañosos de Cabezón de la Sal. Ciento sesenta de los cuatrocientos inscritos completaban los más de ciento cincuenta kilómetros en bicicleta de montaña. La prueba asomaba al calendario en un lluvioso Mayo cántabro y dejaba imágenes y leyenda de dureza, barro y puro monte. Había nacido el Infierno CántabroLos Diez Mil del Soplao.

Hoy viernes por la noche arrancan los primeros participantes de seis mil deportistas de largo aliento. El Infierno se ha convertido en un evento múltiple con versiones de ciclismo de carretera, montaña, marcha a pie y trail en varias distancias.  Los Diez Mil del Soplao organizan un quintal de rutas para que miles de aficionados a las largas distancias puedan saborear más barro, pradera y kilómetros. Porque la aventura en campo abierto gana adeptos.

A las 23h de hoy los primeros participantes comienzan con la fabulosa salida en Cabezón. En mitad de una noche marcada por la lluvia y los vientos del norte cantábricos, 150 ultramaratonianos tirarán hacia un bucle de 123 kilómetros que recorre la Reserva de Saja. Amanecerán castigados por correr y caminar de noche y su primer alivio será comprobar que Bárcena Mayor, la joya rehabilitada de la zona, les ofrece un avituallamiento majestuoso.

Será a las 8:00 del sábado cuando tres mil bikers y más de dos mil marchadores y corredores repitan el ritual de la salida. Al tronar de «Thunderstruck» la población norteña aplaudirá el comienzo de las pruebas de BTT (165km y 10.000m de desnivel acumulado), caminata y maratón (45km y 4.000m de desnivel acumulado). Además existen retos más particulares como la prueba combinada o la ruta cicloturista, a celebrar el próximo 1 de Junio.

Una primavera cambiante

El despliegue de medios y voluntarios ha ido creciendo paralelo a las diversas ediciones. En una época del año con meteorología cambiante, donde se han dado ediciones con calor infernal y con lluvia y bajada de temperaturas, el cariño de los habitantes de la zona y la preparación de los deportistas es lo poco que se puede anteponer a un Soplao que exige lo mejor de cada uno.

«El que no quiera mojarse que se dedique al pádel o al fútbol sala. Ahí no hay barro», afirma un participante. Los participantes han aprendido de las ediciones pasadas que el sobrenombre infierno no es épica gratuita. En la edición de 2011 el sol pegó sobre las espaldas de los bikers. En 2012 el barro y el frío determinaron cambios de urgencia a los que muchos se refieren estas horas previas. Los recorridos largos se cortaron y hubo tensión entre corredores y organización.

Las predicciones del tiempo para este fin de semana acompañan a la locura primaveral. «No es nuevo», aseguran participantes locales, «esto es el norte y no podemos asegurar sol y treinta grados». El facebook de la prueba revienta de las atmósferas a las que está sometido.

La organización ha optado por remitir a los participantes a las experiencias previas y no mantiene más correspondencia con participantes que piden cambios, anulaciones, o la garantía de que el viaje y la inversión monetaria no sean en balde. Al fin y al cabo la bicicleta de montaña o el trail running son deportes de aventura.

Imágenes: BikeZonaTV