El pasado jueves asistíamos a una charla sobre material de ese que te puede salvar la vida. Y más atrás de la fila ocho, algunos asistentes bromeábamos. Porque somos un poco el veterano que ha pasado por cien batallas y tiene los testículos pelados. Y somos varones y pasamos de los cuarenta.
O sea. Grupo de riesgo.
El ponente, experto en carreras muy largas y muy duras, nos reiteraba lo importante que sería la seguridad para las carreras ultratrail de este verano en la sierra de Madrid. Y que no escatimáramos en proteger partes por donde el cuerpo pierde calor.
¿Sabíais que un 40% del calor corporal se larga por las extremidades y cabeza?
Unas manos con guantes o un gorro pueden hacer que el equilibrio del cuerpo en pleno ejercicio se mantenga de una manera más eficiente.
Pues bien. Llega el domingo y, como no era alta montaña ni ultra trail ni había dorsal por medio, y sí una excelente panda de amigos recogiendo kilos de alimentos a cambio de kilómetros corridos, metí la pata hasta las últimas costuras.
Por gilipuertas y por sobrado.
Marzo de 2013. Madrid. 08.02am. Un viento constante resecaba la piel. El frío objetivo marcaba unos 6ºC pero el subjetivo (el famoso windchill efect) lo bajaba un par de grados más. A ratos sol y a ratos nubes. Tal que de estas pintas.
Brazos, manos, una camiseta normal, pantalón corto, y … el pelo recién cortado el sábado. Veinticuatro horas antes estaba desprotegiendo el cartón. Setenta y dos horas antes, sonriendo altanero con las recomendaciones a novatos. Claro. Yo es que ya he corrido ochenta y tantos maratones y ultra trails.
Pues pasadas dos tranquilas horas de correteo seguía sin subir la temperatura ni amainar el viento. En dos paradas técnicas breves empecé a buscar un chaleco de abrigo con el que hice la tercera hora. Pero ya iba encogido. Y en diez minutos más el viento había llevado camino de la Alameda de Osuna todo el vapor de agua que recubría mi piel. Había perdido calor y agua del cuerpo por no cubrirme la cabeza.
En media hora tenía que alternar trote con algunos ascensos caminando.
En mitad de Marzo me estaba deshidratando. Y el resto de los kilómetros hasta el 42 no fueron muy agradables, con amenazas constantes de calambres.
¿Qué quiere decir esto? Que no hay que bajar nunca la guardia. Aunque se rompa la magia de esa improvisación que nos ha hecho famosos a los iberos, no hay que salir a la ligera a hacer deporte de larga duración. O, si se puede tener un mínimo a mano, que a menos de veinte minutos de donde nos encontramos haya (a) civilización donde guarecernos, (b) nuestro coche con ropa y alimento o (c) qué menos que cobertura 100%.
Ni los más veteranos nos libraremos de pasar un mal rato o de no disfrutar de este deporte.