Ayer comentábais sobre si era o no era el Maratón Alpino Madrileño el más duro o no. Salía a debate la necesidad de que fuera necesario que estemos llegando a este extremo.
¿Es correr algo más que un hobby en el que nos sentimos bien? ¿Hacia dónde está divergiendo la mera pasión por hacer ejercicio?
Significarse como «el maratón más duro» está compartiendo líneas con calificativos como «brutal», «el más populoso». Es frecunte leer expresiones de asombro porque vamos a encarar, o alguien ha terminado con éxito «el ultra trail más fantástico» o «la experiencia más exultante de la vida de un runner».
Me pregunto si todo esto no se está yendo de las manos. No solamente en el mundo de correr; tomad la bicicleta, el viajar o conocer los vinos de nuestra tierra. Tenemos que hacer un viaje aún más fabuloso, donde nadie haya ido. Necesitamos dominar los taninos de la una mencía o la merlot. Hay que correr una vez en la vida la Quebrantahuesos.
¿Nos gusta correr o nos gusta afrontar retos?
Más. ¿Nos gusta afrontarlos o nos tiramos de cabeza a ellos como una necesidad vital?
En su muy discutido libro sobre dónde está el límite, un defensor de la consecución de retos como Josef Ajram dice:
Decidí convertirme en ultrafondista y participar en las pruebas más duras del mundo para tratar de averiguar dónde estaba el límite del cuerpo humano –dónde estaba mi límite–
Blogs, artículos, tweets donde continuamente se relatan las travesías, heroicidades o miles de metros de desnivel acumulado.
Y, enfrente, como situados en una mesa de negociación de las que aparecen en televisión, está toda una legión de seguidores, corredores con cien aproximaciones diferentes al correr. Tanto en ruta como en campo. Muchos leen y miran con cara de espanto. Pero ¿esto no iba meramente de correr? ¿En qué estáis pensando? Son preguntas que hacéis a diario los que no corréis, los que leéis este blog.
Pero en la misma mesa-auditorio hay un contingente cada vez más grande. Que adora la gesta y planea la suya propia. Que colecciona retos. Quizá sea un modo de crecimiento personal, me dice mi propia conciencia buena (el angelito de mi hombro derecho). Quizá que hemos perdido la perspectiva como hombres con todo conseguido y, a la vez, con nada, dice el demonio del otro hombro. Tenemos todo lo que el estado del bienestar nos ofrece. Pero hay una insatisfacción. Nos inscribimos en superpruebas. Concursamos en televisión para conseguir ese sueño. Queremos ser los que mejor caten el vino, los que más matices distingan en un aceite virgen extra. Y que nos lo certifiquen.
La psicología ha definido dos tipos de motivación: la intrínseca, cuando afrontamos un reto por el mero placer, sin una recompensa externa, y la extrínseca. La búsqueda de un reto para conseguir algo determinado, un cambio en el status, el reconocimiento. El deporte amateur se expande después delos años 70 y 80. Parece que hay ‘booms’, picos, que se revoluciona, cuando se han sobrepasado las grandes crisis sociales y económicas. ¿En qué parte situarías tú el participar en carreras a pie?
¿Se trata de una manera entretenida de pasar el tiempo libre? ¿Se trata de una manera que tienes de cruzar tu crisis de los cuarenta? ¿Hace falta que alguien o algo te esté esperando en meta, cuando luego lo cuentas en foros, #RSS o paseas con tu camiseta de ‘finisher’?
Un amigo con miles de kilómetros a su espalda decía amargamente en su muro:
cada vez me atrae menos competir en carreras y si buscarme mis historias por mi cuenta, sin tanta tontería (…) No somos heroes, somo simplemente afortunados por poder hacer lo que nos gusta. Correr 100, 200, o 1000 km, no te hace ser mejor que nadie, ni más valiente, ni más duro como persona. Es otra cosa.
Desde una perspectiva un tanto titánica, el rey de reyes, Kilian Jornet, escribía hace unos meses que «No hay nada más maravilloso que darse cuenta que no somos nadie, que somos insignificantes«.
¿Tomas partido en este debate?
¿Eres de los de los retos o de los del disfrute? ¿Eres de los que contestan «las dos cosas»?