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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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El correr chi. Lipú

Vamos con salsa picante para el lunes. Deja que fluya la gravedad. Que las lesiones discurran por el río opuesto al que te arrastra. Que el cuerpo siga los dictados de Danny Dreyer.

O de la Dolores Vargas.

No soy yo muy de rumbas pero es mejor arrancar así la semana.

En correr, ¿qué es mucho y qué es poco?

Basta ya. Dejemos de acusarnos y de reprochar los méritos de unos y otros. No es agradable ver cómo hay mil prismas o modos de ver esto. Que esto es, básicamente, poner un pie detrás de otro.

«Huy, tú es que corres mucho».
«Uf, yo es que ahora me dedico a hacer medios maratones y maratones»
«¿Cómo vamos a correr juntos con lo que tú le zumbas?»
«Voy a correr los ochenta kilómetros de X como preparación de los ciento cincuenta de Y»

Y así vamos. Siempre con la excusa separadora por delante. Regañados como los cercopitecos. Los de culo rojo.

Noto que es algo que ha calado a todos los niveles. Desde el más profesionalizado corredor popular que transpira atletismo, hasta el temeroso novato que piensa que los tipos con cara de hambre nos veríamos molestados si nos saludan.

¿De qué vamos?

No. Es totalmente en serio. «Deja a cada uno que corra como quiera», escribiréis. Venga, escribidlo. No os comáis las uñas, si al final esto es un blog de opinión y todas valen lo mismo.

¿Qué es mucho y qué es poco?

Como muestra, un botón. Servidor de vosotros, hasta hace unas semanas, pensaba que 2013 era un año casi perdido, de transición. Apenas he tenido tiempo -pensaba- de armar dos meses buenos. Podía haber llegado a la conclusión de que, durante el verano, cierto abandono me habría invadido. La de carreras nuevas que van saliendo. La de viajes perdidos. Qué palizas me he perdido pensando en que no podría estar a la altura. Y he corrido en invierno dos veces más de 42km, el maratón de Madrid en Abril, por las sierras cántabras otros 43km en Mayo, y otros tantos en Noviembre por las sendas del Parc de la Collserola (esta será la 87ª carrera de 42km o más que haga en mi vida). Cinco maratones de asfalto o montaña en un año.

¿Y tengo los huevos de planteármelo en términos de «año perdido»?

Ya digo que somos materialmente injustos con los que no pueden sacar tiempo para correr. O los que deben parar a los quince minutos de trote. Por forma física, tiempo, ganas, facultades o pasta para abonar las inscripciones. Un diligente opinador del mundillo (cuyo nombre no daré para que no me cobre naming rights) dice que somos gilipollas.

No es del todo cierto. No somos. Nos hemos hecho. Queda tan lejos la época de Felisín Carvajal

El gimnasio me mata (2)

Nosotros corremos. Ya os conté el otro día que corremos tanto que deterioramos algunas partes del organismo. No es que correr sea malo. Ni agresivo. Tienes que ser muy cafre para cascarte algo. Oye, que sucede. Pero el límite de lo cafre, ya sabes,»¿Dónde está el límite?«.

Correr es tan simple que abandonas grupos musculares casi enteros. Pasan los kilómetros y adelgazas, pierdes masa muscular. Y es cuando toca ir a por esas máquinas y compartir ducha con esos máquinas. En definitiva, hay que hacer uso de ese bono anual de camino hacia la tonificación, la salud integral del corredor y no sé cuantas cosas más. Al gimnasio, por la gloria de mi madre.

Hoy tocaba algo resumible en un tweet pseudomatemático.

Y luego encontrar el aire perdido, y seguir sudando mientras uno se ducha, seguir sudando más con las pulsaciones todavía buscando su ser, y salir a la calle.

Y coger frío. Solamente por no coger frío es cuando uno se mete al bar y comparte barra y periódicos de fútbol con los habitantes de la zona industrial deshabitada.

¿Qué podía haber salido a correr por el campo? También. Pero si me hubiese dado ese lujo a las siete de la mañana ahora estaríamos hablando de un ritmo en progresión, de qué cantidad de conejos se han reproducido por los montes y parques de la periferia madrileña. Todo sería más psicotrópico. Y no habría quedado nada de espacio para esa maquinaria fordista de producción de músculos en masa. Siete kilómetros, corriendo hasta que salía un ciento ochenta en el monitor de pulso. Mañana cuento qué pasa con esas zapatillas que salen volando cuando soplas. No se me olvidará, por lo bucólico o por lo penal.

Odio eterno al Running moderno.

«Pues deje usted de correr»

-«Doctor, me duele la rodilla izquierda al correr se me queda como encasquillada y el dolor es fuerte».
-«A ver (palpando)… Tiene ud. las rotulas para fuera. le voy a recomendar una cinta para poner debajo a ver si le alivia y si no pues deja ud. de correr y ya está».

Es un caso típico de alguien que comienza. Y el experto médico nos dice que no corramos. ¿Quién lleva la razón?

Animados por la moda o por bajar peso o por lo que sea, empezamos a correr. Que es beneficioso. Pero que no nos reporta más que sinsabores porque nuestra forma física quizá sea mala, o porque es buena pero la estamos estirando demasiado. En general, me importa más tranquilizar a los que empezáis. Los runners expertos muchas veces necesitamos una paliza bien dada. O medio año parados a ver si se nos quita la tontería cuasi-profesional.

Entended que sí. Estamos aprendiendo a correr. Las posturas que mantenemos en el ordenador o en el sofá son diferentes. Y los dolores (que pueden ser muy intensos y quitarnos la vida) son ajustes en la mecánica de lo que hacemos.

¿Culpa nuestra?

No sabemos correr porque no nos han enseñado. Correr -dicen- que es algo natural pero nuestras años de hábitos han sido fatales.

Que nadie se sienta mal. Los brazos tienen que ir relajados, en un ángulo más abierto que los famosos 90º. El trote debe ser suave. El calentamiento concienzudo y, la vigilancia de las molestias, constante.

En esos primeros momentos estamos acostumbrando a las articulaciones de las piernas y a los músculos, pero también al tren superior. Siempre recomiendo ejercicios de técnica de carrera. Los típicos de skipping, talones al culo, etcétera

Y, sobre todo, paciencia. Entended que los médicos tienen que atender a los enfermos de verdad. Sabed que un corredor experimentado desconfiará de todo médico que le diga que no corra. Buscará el que le dé la solución que desea oír: que podrá seguir corriendo mientras hace esto y esto otro.

Somos así. Riámonos de nuestra etiología.

Me comería un bisonte

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-«Con patatas y seis flanes»

Es la enternecedora frase con la que se quita la ropa y encamina sus pasos a la ducha. El corredor muy probablemente venga de correr durante bastantes kilómetros.

-«Y dos bandejas de lasaña y una ración de oreja»

¿Es normal ese hambre sin control?

¿Tantas calorías se han gastado en ese maratón?

El gasto energético es un multiplicación de tiempo y kilómetros por calorías consumidas. Calor y agua son los resultados de las ecuaciones químicas de nuestro cuerpo. En las referencias habituales se habla de que un corredor, puesto en condiciones de calor y kilometraje largo, podría estar perdiendo hasta tres litros de agua y sales diluidas. Es el límite de lo razonable, puesto en términos de un experto. Quizá un litro sería ya demasiado si estás dando tus primeros pasos. Por eso es tan importante la hidratación.

Pero eso debería conducir a ter más sed. Este corredor hace dos o tres días que dejó de tener sed y ahora está canino.

-«Y una fuente de papas con mojo y medio cochinillo»

Después de un largo esfuerzo, entrenamiento o competición, es evidente que el cuerpo está recuperando. Uno de los síntomas que asustan a propios y extraños es que, subidos en una báscula, al terminar esa larga carrera, ¡pesamos uno kilo menos que dos días antes! Y en plena ingesta de todo.

Pero es que, al terminar ese ultra trail donde la teoría marca que hemos consumido hasta 8.000 kcal, ¡pesamos un kilo más que en la salida! ¿Dónde está el problema?

-«Y una tarta de cinco pisos»

Va de sesos.

Hay varias explicaciones a estas variaciones aparentemente tan raras. Quizá os puedan servir y os veáis reflejados en alguno de estos puntos.

Cuando sudamos durante muchas horas se pierde una enorme cantidad de sales. La pérdida (hiponatrenia) durante, un ejemplo, la Madrid-Segovia o la Hiru Haundiak/Tres Grandes, hace que repongamos agua en cantidades industriales. Al llegar al déficit de sodio en las células comienza a entrar agua por las membranas que la recubren. Tanto de modo intracelular como extracelular, se produce una retención de líquidos. Si hemos trotado y caminado durante 18 horas, notaremos cierta hinchazón. Y ganaremos peso.

El límite son dos o tres litros, a partir de los cuales se manifiesta una patología seria. Pero ‘pesamos más’.

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El responsable de que todo eso se esté llevando a cabo es el cerebro. Y está acostumbrado a operar de mil maneras. Durante el ejercicio físico de larga duración puede atender las señales de fatiga, analizarlas y descartarlas. Tanto que puede hasta ser inducido a ignorarlas (así funciona la cafeína, por ejemplo, con el sistema nervioso central). En cualquier caso la función del cerebro es mantenerse alerta. Como hemos visto antes, para evitar la peligrosa pérdida de sodio y potasio, que puede venir por tres mecanismos biológicos independientes.

Y es muy posible que esas alertas hayan saltado. El corredor que ahora se comería unas brochetas de rinoceronte ha estado dos, tres, cinco y -por qué no- hasta doce horas caminando y corriendo. Y las temperaturas le han marcado otra alerta. Si la hidratación y la pérdida de sales ha sido muy grande, las lucecitas rojas habrán saltado como chispas.

¿Y si el cerebro se puso en «modo supervivencia» pidiendo que comiéramos de todo y gastáramos menos durante la carrera? Podría ser una explicación del aumento de peso. Extraña, sobre todo, porque los estudios se hartan de demostrar que un maratón o un ironman te hace perder unos dos kilos.

Al finalizar, ¿se «fiaría» el cerebro de nuestro amigo de que sí, que todo ha terminado? ¿Deja pasar unas horas hasta que sus niveles se relajan? ¿Es en ese momento en que ya deberíamos parar de comer como limas?

Todas estas preguntas se abren al fascinante mundo del funcionamiento del cerebro. Sin ir más lejos, recientemente se ha desvelado (Matsui et al, J Physiol 590.3 (2012) pp 607–616) cómo, al igual que los depósitos de glucógeno -la gasolina- de los músculos, después de un ejercicio prolongado, las fuentes de energía para las neuronas (astrocitos) podrían recargarse para acometer un esfuerzo similar. Dicho de otro modo, igual que un corredor entrena a los músculos para llenarse o supercompensar con más glucógeno después de un largo entrenamiento, podría ser que el cerebro usara los mismos mecanismos de supercompensación que los cuádriceps o los gemelos.

Al menos, con ratas, funciona.

-«Y un yogur de beber. De los grandes»

Al menos, con las ratas.

¿Puedo alternar caminar y correr?

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En muchas ocasiones empezar a correr es todo un dilema. ¿Tenemos que empezar a correr cuando apenas estamos seguros de aguantar dos minutos seguidos sin escupir el corazón?

Por eso en los planes más tradicionales, en aquellas guías que inundaron los Estados Unidos en los años setenta, se introducía el caminar como una herramienta de ayuda. De descanso y de ayuda, siendo más exactos.

Y es que correr es sencillo pero una persona sin apenas forma física debe tomarse las cosas con tranquilidad. Caminar unos minutos de manera alterna con el incipiente trote cumple dos funciones, para que nos entendamos.

Por un lado baja la intensidad del trabajo cardiaco. Las famosas pulsaciones bajan del nivel «alerta submarino nuclear con fuga en los reactores» a «desactivar alertas, era solo un calentón».

Por otro, no paramos sino que aprovechamos para seguir trabajando a intensidad baja o moderada. No vamos a desgranar lo sano que es caminar, porque hay mucho escrito. Cuando estamos trotando de manera intensa no sólo es la velocidad de latido de nuestro corazón sino también la intensidad con que bombea. Eso que nuestros mayores de cuarenta se miden constantemente: la presión arterial. Pues bien, al detenernos después de un trote intenso la tensión se desajusta y desciende. Si paramos, corremos el riesgo de un desajuste con cierto peligro. Si seguimos caminando la diferencia entre alto y bajo es menor y, por tanto, más conveniente para nuestro organismo.

 

A otro nivel ¿debo alternar la carrera con caminata?

Tu caso no es este. Ya eres un runner experimentado. ¿Qué sacar de esto? Vamos a dejar de lado las recuperaciones puntuales entre ejercicio máximo. Cuando un corredor está entrenando con mucha intensidad, haciendo intervalos a toda pastilla, lo frecuente es detenerse para recuperar esas casi doscientas pulsaciones. Pero hay otros muchos casos donde no solamente se debe introducir la caminata sino que nos hará más fuertes.

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En la carrera por el campo, hasta hace quince o veinte años, todo se subía corriendo. Por muchas cuestas que tuviera el campo, caminar era detenerse: fracasar.

Pero el desarrollo de las carreras de ultradistancia y la montaña más dura nos ha mostrado que es preciso caminar. Es más. Hay que entrenar la caminata. O eso, o te arrancarán las pegatinas en mitad de tu crisis de corredor y maldecirás a esos tipos que se escapan cuesta arriba, ¡andando!

 

¿Un ejemplo para mí, que soy un principiante?

Hay un lote para los que queréis arrancar. Una especie de guía para el «día cero».

Como calentamiento, camina a ritmo vivo durante 5 minutos (que te dé la sensación de que a ese ritmo te iría mejor trotando).
Trota 30 segundos, camina a ritmo vivo 90 segundos (minuto y medio).
Ahora repite esa secuencia cuatro veces más.
Para enfriar el cuerpo, camina a ritmo vivo otros 5 minutos.

¿Ha sido mortal? ¿Lo puedes afrontar? Si has podido con ello, la rutina te debería llevar a aumentar esos bloques de trotar y caminar por tramos de medio minuto. No tienes ninguna prisa. Debes -además- incidir en ejercicios generales de fortalecimiento y estiramiento.

Con estas premisas tan asequibles, quién se va a resistir.

La vuelta al cole de un corredor

La Frontera cantaba aquello de «chirría el casco de mi viejo galeón». El Capitán Akhab se refería sin duda a ese retorno a salir a correr después del parón veraniego. Rodillas que retiemblan, medios kilos extra en abdomen, pecho y muslo, ya sabes.

Pero es que Akhab es muy viejo. En su época se paraba en verano. O Akhab pensó que el calor del verano era demasiado extremo para seguir con ese hobby recién iniciado con la primavera. Pero no. Ahora está el trail, la montaña, la pasión por llevar el GPS a las vacaciones y subir nuevas rutas playero-costeras a wikiloc…

Aunque sigue siendo cierto que por varios motivos Septiembre supone una especie de vuelta al cole. Retomamos la actividad.

Veamos qué es lo que nos chirriará.

1. La psicología de los nuevos propósitos.

Septiembre. El mes de los coleccionables, del final de la ropa de verano, los regresos de las fiestas locales y en el que, por fin, se puede dormir a gusto echándose una sabanita extra por encima. Con la primavera llega la ‘operación bikini’ del running. En septiembre llega la ‘operación ropa de trabajo’. Claro, una vez sacamos de nuestra cabeza la tercera cuesta del año, la de los libros de texto.

Algo ha pasado en nuestro cuerpo después de las parrillas, barbacoa, cervecita con limón y diversos ‘grandes momentos de la historia de la humanidad’ leyendo bajo esa higuera o domando al león con siestas que se podrían medir en eras geológicas.

2. Asumámoslo. Sí. Hemos ganado peso.

En el peor momento. Al volver a nuestra urbe -asumimos que el 80% de los lectores de este blog siguen las tendencias de urbanización de Europa Occidental- nos damos cuenta de una cosa: el resto del grupo de trote o colegas de entrenamientos no ha parado. Están negros como tizones. Secos como la mojama. Sus gemelos son dos perniles de conejo de monte. Y nos va a costar un par de semanas quitar ese lastre que tan simpáticamente nos quedaba con la ropa de verano. Dos semanas en las que nos quedaremos en el primer acelerón o la primera cuesta. Al bloc de notas: «el verano que viene no paro».

Ante esto, tengamos paciencia sin límite. Correr intentando recuperar todo lo perdido será un billete para las lesiones. El peso extra cargará los tendones más. De ahí deriva la mayoría de las lesiones por sobrecarga.

3. Las marcas deportivas sacan catálogo nuevo.

Bueno. El catálogo viejo no está tan mal. Las rebajas de verano son un cesto donde aún podemos pescar. Pares sueltos antes de que lleguen esas preciosidades y esa ropa y esos complementos.

«Hay que afrontar el invierno bien equipados», pensamos muchos. ¿Y eso? ¿Eres un personaje de Juego de Tronos? ¿Te van a atacar los habitantes del otro lado del muro?

Pero es cierto. Tantos días rebuscando en los cajones para encontrar la camiseta más fina o el pantalón más liviano, tanto calor pasado. El primer día que un corredor ve los cortavientos de Salomon o los guantes finos de Raidlight, se da cuenta que así no puede sobrevivir.

4. Y es que tenemos un año más.

Darse cuenta de esto nos hará vivir más tranquilos el retorno al correr. Interioriza que este año puede que no recuperes tan rápido. También podría ser que ya no progreses más en tus tiempos.

Al final mucho de todo este blabla se reduce a la ecuación «Cuanto quiero arriesgar a correr ahora para poder seguir corriendo durante toda la vida».

¿Qué? ¿Te va a costar más este año?

 

Cuenta tu experiencia corredora más estrambótica

Agosto es un mes con montones de horas de luz. Pero en invierno se han escuchado historias terribles. Los corredores han afrontado sombras, luces, hasta -casi- avistamientos UFO.

¿Nos cuentas tu extraña experiencia mientras saliste a correr?

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Mi «ese día» está relacionado con la guerra.

Afortunadamente no vivo en un país con un conflicto armado declarado. Solamente exiwsten los fines de semana con crucial ‘derby’ futbolístico. Ni los debates políticos son guerra ni de guerrilla.

Pero una madrugada transitábamos los del grupo de las seis de la mañana. Esa heladora matinal de Enero tocaba variar el recorrido que habitualmente movíamos entre parques y avenidas del periurbano de Madrid. Desolados, como siempre, no presentan problemas de atropello.

Uno bajo cero. Variamos a la puerta del polideportivo. Los dos antonios y servidor vuestro. Rodaje o trote lleno de charla, apenas hubo que mencionar la luna llena como iluminación suficiente. Nos atrevimos a adentrarnos unos metros en las anchas pistas de tierra de la Dehesa Boyal. Barrera de entrada, las encinas dejan apenas un pasillo de claridad al que nuestros ojos se acostumbran con cierta rapidez.

Diez segundos más, las retinas pueden enfocar con comodidad a la blanca arena, claramente delimitada por lo negro, por la hierba casi quemada por el hielo. Y, de repente, una sombra.

Dos sombras, cuatro, seis. Y puntos rojos.

El frenazo, ahora que lo pienso (y nos hemos reído de ello muchas veces ya), podría haber puesto alguna de esas sombras en situación de alarma. Y una sombra alarmada podría ser un incidente. Gordo. Aquellas sombras eran soldados de los cercanos acuartelamientos de Madrid-El Goloso. Estaban haciendo ejercicios nocturnos y se habían metido encinar adelante hasta el mismo borde de la ciudad.

¿Y si nos da por gritar o asustarnos más? ¿Estaban avisados aquellos militares de qué hacer si alguien gritaba o si un civil se cruzaba como un conejo?

Imaginad la adrenalina, cómo corría de regreso a las heladoras calles del barrio.

Corredor, al diván: ¿qué piensan los demás de tu afición?

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¿Están contentos con que corras? ¿Les da lo mismo mientras respetes la parcela de los demás? ¿Te animan a que corras tus carreras y entrenamientos?

¡Cómo no! Correr es sano. Se lo recuerdas constantemente. Espera, quizá seas un gran e impetuoso propagandista del mas saludable de los hobbies (como decía el escritor peruano Mario Vargas Llosa). Ser entusiasta es una cosa pero no tener otro tema de conversación es otra.

Vamos a hacer un sencillo ejercicio.

¿Torturas a los demás con tus batallitas?
¿Eres de los que comienza una conversación en un bar de copas tocando el tema de los tiempos de tus series?
¿No comprenden por qué sales a tomar algo con unas zapatillas inmaculadas y no con ropa de calle?

Si has dudado en alguna de las tres opciones, seguramente tengas que pedir hora. No sabemos si existen terapeutas para corredores impenitentes. Pero, de haberlos, deberían pensar en franquiciar sus consultas. El éxito está asegurado.

Y es que, ¿notas que pasamos con frecuencia de la afición a la obsesión?

El mundo del runner es lógicamente apasionante. La misma existencia de este blog lo demuestra. En lugar de preguntar a tu compañero sobre su coche nuevo,

Me contó mi entonces novia sobre un par de grandes corredores populares que disfrutaban de una efervescencia juvenil sin igual. No era que estuviesen detrás de ellas como machos en celo. Más bien, a la segunda cerveza (lo siento, los jóvenes de los años ochenta no éramos nada sin el consumo de estas cosas) o, incluso a la primera, ya estaban contando sobre aquella carrera de diez kilómetros o si «hacían los miles a tres quince».

No tengo que dudar de ella. Si mi esposa todavía recuerda lo de los miles a tres quince, uno, dice la verdad y, dos, salía con tipos que corrían que se las pelaban.

¿Te ves en las mismas?

Quizá no seas consciente pero podría ser que tu facebook contiene más fotos de carreras que de otros aspectos de la vida. También es posible que en el escritorio de tu oficina haya post-its con fechas de carreras o tiempos de entrenamientos y no tantas fotos de tus hijos.

Pregunta a tu alrededor.

Mejor, siéntate en este diván. Quizá podamos comprenderte mejor.

Como aficionado a correr ¿crees en un atletismo asediado por el doping?

Domingo tarde. El primer viaje viene de USA. Tyson Gay ha dado positivo en un control. El tipo que más rápido corría al norte del Pecos.

Jamaica aprovecha para anunciar otra bomba. Los caribeños, en cuyos campeonatos nacionales compitieron más de dos docenas de héroes olímpicos, anuncian que sus dos flechas del año han tomado substancias prohibidas.

Todavía resuenan los nombres de ciclistas cazados en la última temporada. Más rocambolesco ha sido el caso de la cadena de distribución de drogas  deportivas en Guadalajara en la que caían implicados atletas españoles.

En plena época de retos superados, ciclistas que escalan puertos como cabras desbocadas y que miden en kilovatios sus galopadas, tenistas que se recuperan milagrosamente de una semana a otra, los futbolistas mejor pagados del planeta que cuentan con un salvoconducto misterioso que les impide tocar el tema… ¿queda espacio para que todavía creas en el deporte de élite?

Hace dos décadas veíamos en casa una final de Juegos olímpicos de atletismo. Me levanté al baño en plena final de velocidad. Al volver miré al sofá y dos practicantes de atletismo durante décadas coincidían en que les había dejado fríos. El tercero en fanatismo, el que ha machacado los pasillos de saltos, las calles de la pista de atletismo -yo- chequeó su pulso. Flojo. Estable. Nada de adrenalina y eso que los cronómetros habían saltado por los aires. Reyes destronados, canadienses que escupían en la estética vencedora estadounidense, Carl Lewis, Ben Johnson, Christie, nombres de lo imposible.

 

Correr así, metido en esos cuerpos, era una solución mágica al esfuerzo humano. Y las soluciones mágicas son un engaño. Siendo un concepto sobre el que todos estamos de acuerdo, las tenemos a la puerta de casa. En las estanterías de nuestra tienda deportiva favorita. Podemos comprar creatina, proteínas, podemos comprar a escondidas anabolizantes o usar anti inflamatorios para enmascarar lesiones y dolencias. Pero el esfuerzo de cada uno tiene un límite.

Y es que el doping te lleva a poder entrenar más al límite. Nadie sube más rápido una cuesta o esprinta más rápido por inyectarse hormona de crecimiento. Pero la combinación de porquería química hace que el dolor llegue más tarde. Hace que el cansancio venga dos repeticiones intensas más tarde.

Ganar tiempo en el entrenamiento de los campeones es un concepto de amplia aplicación. También se gana tiempo mientras los especialistas trabajan en el laboratorio para una substancia que camufla la trampa. Cuando surge una noticia capturando a un tramposo, se gana tiempo mientras las noticias aplastan la actualidad y se deja de hablar del caso. Tiempo para que los abogados negocien con las federaciones implicadas. El tiempo no es ya únicamente luchar contra las horas, minutos y segundos. El tiempo es la gran trampa del siglo veintiuno.

El tiempo que dedicamos a hacer deporte es limitado. ¿Llegará un momento en que apartemos la mirada de los grandes campeonatos y las escalofriantes marcas?

¿Seremos practicantes que vuelven la cara a la élite?

Y me resulta intrigante pensar en los cimientos del circo. Si las marcas no dan la espalda a la trampa ¿qué venderán?