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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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Sexo y correr

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Ya estábamos tardando.

Ayer tuvísteis vuestra ración de romanticismo garycooperqueestásenloscielos y, presumiblemente, lo uno llevó a lo otro. Como, además, sois de sangre caliente, la torridez del hogar condujo a algo parecido a la escena de tantos y tantos vídeos:

– «Cariño, me voy a correr»

Ella o él contestarían con un indeterminado grado de emoción:

– «Cuando vengas echa toda la ropa de correr a la lavadora, que toca poner una de oscuro».

Correr, bromas aparte, está relacionado con casi todo. El sexo, para muchos, lo es todo. Es inevitable pensar en la intersección de ambas esferas. Todo más casi todo es el auténtico Xanadú de los que intentamos terminar un párrafo embalados hacia el siguiente. Ahí vamos.

Es bien sabido que el ejercicio practicado de manera regular tiene beneficio a capazos para tu salud. Te ayuda a perder unos gramitos y regula asuntos tan delicados como la presión arterial, ayuda contra el riesgo de diabetes de tipo 2 y otras delicadezas coronarias. El riego sanguíneo es fundamental en la excitación de los varones por cuestiones hidráulicas. En la mujer también hay un mucho de irrigación sanguínea.

Algunos dicen que mejora tu estado mental. Siendo esto complejo y conociendo los estados mentales que andan sueltos por ahí, es cierto – apoyémoslo, esto es un lobby del sudor, en definitiva – y te hace aumentar la autoestima, el humor e incluso podría combatir la depresión.

Grosso modo, el primer escalón de la ruta que recorre la respuesta sexual está sacada de lo más hondo del cerebro. Si correr nos mantiene la irrigación del cerebro en un buen tono, es de prever que ese carácter neurohormonal del sexo esté puesto al día. Los famosos neurotransmisores (química pura y dura) que se activan con ese riego límbico hacen que comiencen otros mecanismos vasculares «menos elevados y nobles». Correcto. «Esos».

¿Podemos decir que correr de manera regular te hace más saludable para afrontar tu vida sexual?

Sí a todo. Cómo no. Correr es sano y el sexo es sano. Y apetecible (correr, no siempre).

Ojo, hablamos de funcionamiento normal o de-normal-a-alegre. Y ¿los excesos? ¿Puede interferir que nos exijamos mucho por el deporte? Todos sabéis a qué me refiero. La ecuación funciona bien cuando se trata de la activación hormonal más la irrigación de un sistema complejo.

Cuando el organismo está alterado en lo hormonal, o el estrés de un ejercicio extenuante nos ha desequilibrado los mecanismos de recuperación (electrolitos, oxigenación de los músculos, etc) ¿nos estamos cargando la apetencia sexual?

Son preguntas y dudas que me gusta lanzar al aire.

Como ya sabéis que me gusta quitar hierro y uno es una mente inquieta, aquí diez preguntas sobre el sexo y el running que siempre quise escribir en algún lado.

1. ¿Te quedan ganas de sexo después de correr?
2. ¿Es para tí más importante tener dos horas libres para el sexo o para entrenar?
3. Chico, ¿serías capaz de encontrar utilidad para ‘eso’ que se te ha quedado arrugado como una pasa?
4. Chicas, ¿veis sexy a un tipo más bien flaco? (descontando las mallas de lycra y el que venga sudado)
5. ¿Se te calienta más la boca ensalzando tus virtudes en la cama o en las carreras?
6. ¿Por qué llevas los pezones como escarpias si tu y yo somos como hermanos de toda la vida? Ah… el frío, dices.
7. ¿Por qué en una hora de rodaje siempre se reservan veinte minutos para hablar de sexo?
8. ¿Pero… tu no estabas hecho un asco hace dos kilómetros? Ha sido sacar el tema de las chicas y ¡míralo ahora!
9. Te gusta correr solo por eso de la soledad del corredor de fondo. ¿Te gusta el sexo sólo?

Last, but not least…

10. ¿Qué hacemos corriendo a esta hora intempestiva y no practicando un poco de sexo con alguien?

Dicen que se conoce gente.

¡A retratarse!

¿Acompañas a tu pareja a ver cómo hace deporte?


Foto: Alfredo Luna Corsair Staff Photographer.

Cuando éramos novios (y nuestro noviazgo duró bastante, creedme) solía decir a mi pareja lo ridícula que me parecía la esclavitud de esas chicas que asistían impertérritas a los partidos de fútbol sala de los colegas. El tercer tiempo al que eran invitadas por sus chicos se extendía al Gran Mesón. El Gran Mesón era un templo de las raciones de oreja y de las raciones de bravas. Si lo sigue siendo, perdonadme que no lo sepa corroborar pero no voy a bajar seis calles hasta ahí.

Pero la cosa cambió.

– «¿Te parece si aprovechamos para ver Sevilla el sábado? El club monta un viaje en autocar al medio maratón de Los Palacios«.

Sin maldad. De hecho cuando nos conocimos en casa ya se corría. Padre, hermana, todo quisque era, a ojos de mi novia, una compota simpática de desesperados con hábitos raros.

Aquel sábado en que acordamos acudir a la excursión de los corredores populares nadie vió Sevilla en condiciones. Ni mi novia, ni yo, ni las decenas de acompañantes que se trasladaron al remolino.

– «Una y no más» – me dijeron a la vuelta. Y fue prácticamente cierto. Solamente algún evento gordo o pintoresco. Nunca más, salvo que me sorprendieran con una propuesta de asistir a una carrera, ni mujer ni hijos tuvieron que esperar a que yo pasara. He organizado eventos y he corrido durante unos pocos años y siempre he mantenido esa verdad: correr gusta, ver correr es una variable indeterminada.

Pero que está ahí. Es el mundo de los acompañantes de papá, del churri, del novio, ese personaje deportista con grandes dotes de convicción. Ese adulto que ha descubierto que correr es su modo de vida, su pasión. Y luego están esas madres esperando a que superpapi cruce a lanzar un beso o pase raudo como la segunda oleada de un tsunami. Son segundos que al corredor le suponen una inyección de adrenalina tal que podría adoptar media docena de madres con sus churumbeles para poder repetirlo cada cinco kilómetros, como los avituallamientos.

Pero el código civil impide la poligamia y el alquiler de familias. Sobre lo que no dice nada es sobre el tiempo como dimensión elástica: para el runner son 10 segundos; para los acompañantes… suma veinte minutos de transporte público, veinte de análisis y escaneado visual del mapa de la ciudad, diez de buscar un buen sitio y treinta de esperar.

Al frío, viento, la lluvia o el solazo. Niños, hijos míos y vuestros, que se aburren, se asustan o se hacen pis porque no calculan todavía la verdad de las verdades: los dispares ritmos entre los corredores de cabeza y tu ritmo.

– «Y papá, ¿cuando pasa?»

Muchos otros corren los últimos cien metros de la carrera de vuestra mano, mientras una algarabía intensa pone a tu esposa a gritar y correr en paralelo a ti (salvo que te hayas equivocado de niño y la otra madre grite de pavor).

¿Ninguno lo habéis hecho? ¿No habéis sugerido a vuestra pareja que vaya a veros correr?

Hay que reconocer que las cosas suelen ser mucho más normales. Tu quedas, vas, incluso la carrera pasa dos veces por meta y ahí están tus queridos tomando café con amigos y que, posiblemente, los entornos familiares diverjan enormemente:

Habrá familias donde la pasión deportiva se comparte. Ellos, a tu maratón. Tu, a su basket o a fútbol.

Habrá familias en las que les pille ya mayores y con sus vicios. Tu repentina pasión por correr es tuya. Allá tu con ella.

Habrá familias donde lo normal sea el deporte y vayan o no vayan a verte en función de que coincidan los calendarios de él y ella. Entonces compartís expedición, ruta, carrera, todo.

Conozco algunas familias donde todo ha terminado con un amistoso divorcio.

¿Qué tienes que contar al mundo?

¿Alguna experiencia como corredor? ¿Eres pareja de corredor y quieres expresar desde el anonimato tus emociones más profundas?