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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Pero Pau Gasol hijo mío, pero Pau Gasol

Eso, «pero Pau Gasol, jomío rediós». Casi un peropaugasór. «Gasooooooorrrrrr (rugido de aficionado a los deportes de equipo, siempre que el equipo sea la selección española de su España) … oye, ¿quién es Pau Gasol, es español?» Era como cuando se acercaba un parroquiano al bar de la plaza, en los veranos del Reynolds y del Alfa Lum y del La Vie Claire, y dejaba deslizar por su alcoholizada garganta de sobremesa «Vamos Pericoooooo, ¿oye, cuál es Perico?». Sí, no, ese no, el de las gafas no, el otro. Ese es francés. Y el parroquiano lanzaba una blasfemia que traspasaba los rayos catódicos del bar de Enrique y por lo menos hacían tambalearse al francés ese que estaba corriendo el Tour.

En la admireibol sección deportiva del diario global de la catársis del centroderecha se titula ¿Qué le pasa a Pau Gasol?

Velahí, concho. Es que los Dallas de Mavericks o algo así les están metiendo 3-0 (¿goles de?) y los dejan fuera de las eliminatorias por el título. Eso es. Los Lakers no son lo mismo y mira que algo va a tener que ser con nuestro ala pívot. Es que anda a otras cosas. Es queeeeeee. No tiene que ver que el equipo contrario haya accedido a tales o cuales méritos. Eso no encaja con la suprema verdad cristalina como el anís del mono de que ellos no y nosotros, esos Lakers más españoles que la hostia, nosotros sí tenemos a Pau (Gasol). Que mete los puntos, coge los rebotes, hace obras benéficas y anuncia bancos y relojes, y los otros no tienen a Pau. En un deporte donde los equipos cuentan con una plantilla de catorce soldados, que se reparten tortas, bloqueos, saltan y topan durante casi cincuenta minutos de reló parao, lo que renta es un español número uno.

En la más profunda de las realidades a los españoles no se les ocurre pensar cómo ha jugado el de Sant Boi cada noche durante los casi 80 partidos de un año. En la liga más cruel e intensa de cuantas se celebran en el planeta, muy por encima de la liga fantástica del marca, o del supermanager de la ACB, hay una treintena larga de equipos con superatletas partiéndose los cuernos. Pero por este lado del Atlántico, latitud 40ºN, sólo abrimos la página de baloncesto si, de camino a terminarnos el cortado con porras nos topamos con una cacho de foto a todo color de … Pau Gasol.

A Pau Gasol le pasa lo mismo que le pasa a Nadal, que le pasó a Fernando Alonso, a Ballesteros, que se ha cansado de girar (d.e.p.) o a Angel Nieto, a Gemma Mengual o a Gervasio Deferr o Mireia Belmonte (versos preparando todos y todas). Les pasa lo de los conciudadanos que tienen. Que comparten nacionalidad con las hordas que solo les aclamarán cuando sean el número uno del mundo. Eso sí, cuando lo sean, las hordas obedecerán ese impulso ciego que es la ignorancia y les arrojarán a los leones. Las hordas, pero con s de discapacitadas auditivas, ojearán la misma prensa cuando se les queden seis páginas pegadas por los chorretes de los dedos en el bar o el ministerio. Salvo las partes de las hordas que decidieron un día sondear los límites del espectador y discurrir hacia el otro lado, al del deportista practicante, la masa que ve gol tv y lee el sport o el as usará los sesudos dictados del chorrete y del mando a distancia.Y hay un problema que ningún científico está atreviéndose a meterle mano: nuestro educadísimo pueblo español terminará idiota perdido porque sólo le cuadran los deportes y gestas donde un español pueda ser número uno y, al mismo tiempo, siente una anuladora y arrebatadora pasión por un deporte de equipo, donde importan tanto las banderas como las ecuaciones en derivadas parciales y, para más coña, no hay ránking absoluto del mejor jugador del mundo. Todo lo más, la gala FIFA del balón de oro y cordelillos de diamantes.

A Pau Gasol lo que le pasa es que no le ha dado tiempo a pedir la nacionalidad venusiana.

Bueno, eso y lo de ser alto, que hace que la gente se fije más en uno.

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