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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Un rato por el Camino de Santiago madrileño

Tuve la oportunidad de enganchar un rato del Camino, sin querer casi. Fue el sabado a media mañana. No tenía bien pensado qué o cómo, pero los horarios familiares hicieron que terminase saliendo a correr a las 11. Celebré, pues, la conmemoración del derrocamiento de los Borbones (su efeméride, ojo, no te has perdido nada en la prenas de hoy), saliendo del monte de Valdelatas, apéndice de Madrid cuidado y cercano por las obras, hacia la flecha amarilla.

La flecha condenada. La que te guía por tierra de Campos, por el Bierzo, el bajadón a Triacastela, la entrada a San Lázaro. Pero que también tiene su trocito haciéndose coincidir con la bella ‘Senda Real’ madrileña, el GR 124 que marcarían en su momento la gente de Andarines y que ahora lleva a ciclistas, corredores y peregrinos desde el antiguo alcázar de Madrid, El Pardo adelante, hasta Manzanares el Real y la Fuenfría, camino de Segovia, Medina del Campo y por fin Mansilla, para enganchar con el camino francés, el fetén, el masificado.

Desde la trasera de la SEAR, el Goloso militarísimo, las zanjas del Canal de Ysabel II la bigotuda, hay un reguero de flechas que dan unas ganas tremendas de desconectar, imaginarse uno que no hay final en la gasolina humana, y que se tira siempre noroeste para atravesar la rampa de Colmenar y sus canteros, correr por la jara que atraviesa a Matalpino, remonta por ese vallejo entre Becerril y el risco de Moctezuma, y te lleva a Navacerrada pueblo, pueblo de mercadillos para sesentonas fachas, comerraciones y moteros quaderos que luego difunden la fama de las zonas que el madrileño inconsciente sacrifica para dejar indemnes otros miles de kilómetros de caminos. Es un Camino que, al aficionado a las megadistancias, le pone. Me pone.

1 comentario

  1. Dice ser Carlos

    Es una lástima que ese camino, iniciático en sus orígenes, haya perdido gran parte de su valor a cambio de un mayor folclore, propiciado en gran medida por el cristianismo en su afán de apoderarse de aquellos ritos y costumbres «paganos» contra los que no podía luchar.Yo tengo un amigo que cada pocos años cierra su casa aquí en Avila, coge la mochila y se va a Finis Terrae «a hacer una cura espiritual», como él dice, que es de lo que se trababa antaño: un camino lleno de penalidades que era una excusa para una búsqueda interior. Ni siquiera para en Santiago. Y siempre va solo.Me gusta pensar a veces que correr un maratón es un remedo de ese camino. En un maratón me pongo a prueba, me conozco a mí mismo.Un saludo.

    17 abril 2007 | 12:54

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