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La cena secreta y las anécdotas más divertidas de la visita de Anna Wintour

Anna Wintour, en el Museo del Traje, junto a Ágatha Ruiz de la Prada y su hija Cósima. Foto: IG @cosimaramirez

Anna Wintour, en el Museo del Traje, junto a Ágatha Ruiz de la Prada y su hija Cósima. Foto: IG @cosimaramirez

Mecachis. Se escabulle una durante unos días del mercadeo rosa y se pierde la visita de Anna Wintour. Reconozco que me gusta más Meryl Streep/Miranda Priestly que la endiosadísima directora de Vogue América. Pero también es verdad que no todos los días tiene una la oportunidad de tomar un té con alguien todopoderoso. Y Anne Wintour lo es, al menos en el mundo de la moda, ese universo que mueve más dinero del que ahora mismo podemos imaginar y que está lleno de tejemanejes, medias verdades, humos, trapicheos y… talento. Mucho talento.

La temida Anna Wintour prohibió terminantemente las fotos en la charla que dio a los alumnos en el Museo del Traje y me cuentan que los hombres tipo armario ropero que protegían su integridad no se andaban con concesiones. A ver… he perdido la cuenta de los años que llevo trabajando con famosos y creo que hasta ahora nunca, jamás, había visto que sucediera algo así: ningún periodista infiltrado, ningún paparazzi que haya sacado una foto con teleobjetivo, ninguno de los presentes lo suficientemente osado como para echarle cara al asunto.

Bueno, ninguno, ninguno, no es verdad: gracias a los dioses estuvo presente la más atrevida de todas: Cosima Ramírez, hija de Pedro J. y de Ágatha, que se coló (literalmente) en la recepción con su mamá y le plantó dos besos bien dados en la cara, como ella misma ha explicado. Parece que la Wintour se quedó toda loquita ante el descaro de esa chica extravagante, la única que se saltó las normas y que, además, consiguió lo que parecía inconseguible: la única foto existente con la diosa (véase más arriba).

Otros que saltaron las normas: los chicos de Alvarno. Estos vienen de la escuela del viejo extravagante, Karl Lagerfeld, y saben que en este mundillo de vanidades no hay que andarse con chiquitas. Me caen bien porque no es la primera vez que se saltan las normas y no sólo son deslenguados, sino que también tienen talento: a ver si Anna se digna a abrir en su Mac extrafino última generación la memoria que hábilmente le dio uno de ellos con su colección.

Salir en Vogue América supone tocar el cielo para los diseñadores españoles, de ahí que cuando hace dos o tres semanas unos cuantos empezaron a recibir invitaciones y la voz se corrió empezó a cundir el pánico: “ahhhhhhhhgggggg que yo no estoy invitadaaaaaaa”, dijo más de una y más de uno, de los nervios, y empezaron a hacer gestiones para la codiciada invitación.

Y Amaya Arzuaga, mi admiradísima Amaya Arzuaga, que no se entera la pobre de nada porque está todo el día dale que te pego en Lerma, venga trabajar, pues se quedó sin invitación, algo que no le ha importado, por mucho que se haya publicado lo contrario en distintos medios. Las diseñadoras grandes como Amaya Arzuaga están por encima de todas estas chiquillerías de patio de colegio.

Pero pasemos a más contar más anécdotas: sabemos que ha estado alojada las menos de 48 horas (es rica, pero su apretadísima agenda no le permite pasar ni siquiera tres días en un país que no había visitado hasta ahora) en el Ritz y que se celebró en la embajada de EE UU una cena secreta en su hombre, una cena en la que todo el mundo se acercó, la miró, le dijo dos cumplidos y un tópico en su cara y la criticó un poco a sus espaldas. El arte del critiqueo español, ya saben. Aunque es bien cierto que esta vez ha habido más halagos que críticas: la Wintour sabe cómo meterse a la gente en el bolsillo.

Pero la sorpresa no ha sido esas frases que ha soltado, eficaces y efectivas, que repite por el mundo y que se sabe de memoria, como por ejemplo una que yo llevo repitiendo años sin que nadie me escuche: “No hay que seguir las tendencias porque hoy no existen. Solo cabe ser distinto”.

Es una obviedad. Si no, ¿de qué el éxito total de Mario Vaquerizo?

La sorpresa, decía, ha venido de la mano de… Ana Boyer. Hemos descubierto que la cena secreta en la embajada de EE UU, sobre la que tanto se había especulado, existió verdaderamente, pues ha sido ella la que muy generosamente lo ha contado en su cuenta de Instagram, donde también ha detallado la marca de su vestido, un modelazo que ronda los 5000 euros. Ahí es nada.

Ana Boyer y Fernando Verdasco, en la cena. ¿Qué les parece el vestido?

Ana Boyer y Fernando Verdasco, en la cena. ¿Qué les parece el vestido?