Hemos quedado con Berta y Marco. Ambos sufren una discapacidad auditiva, y vamos a compartir una mañana junto a ellos. Al entrar en la asociación, todo cambia. El silencio es limpio, vacío… ellos cambian su audífono a modo T.

Estamos en una oficina adaptada para personas sordas. Paneles en paredes y techos mejoran la acústica, y un sistema de emisor y receptor forma un bucle magnético que amplifica de forma adecuada los sonidos.

Berta y Marco nos invitan a dar un paseo por el centro de Madrid. La primera dificultad es el habla. Han de leer los labios para entendernos, por lo que tenemos que mirarnos continuamente para poder mantener una conversación fluida. Debemos vocalizar claramente, y mantener una velocidad en la conversación adecuada. “Si nos hablas muy deprisa, no te entendemos”.

Salimos a la calle, y la ciudad no perdona. El audífono no discrimina los sonidos, y los ruidos de las obras y el tráfico se magnifican.

Visitamos un museo. Por fortuna, la taquilla está adaptada para discapacitados auditivos. De nuevo, en modo T se entiende todo. “Disponemos de guías electrónicas y collares, pero muchas salas no disponen de bucles magnéticos para los audífonos”.

Aseguran que los grandes problemas están en las pequeñas cosas. Tomarse un café en un local lleno de gente, resulta imposible. Hacer la compra e intentar seguir visualmente los labios del tendero, imposible. “Nunca sabes cuando te dicen quién es el siguiente” –nos comentan. Ir al médico y comprender lo que te dice, misión imposible.

Seguimos la calle hasta encontrar un cine. Normalmente esperan a que se ponga a la venta el DVD, ya que tiene opción de subtítulos. Muchas salas no subtitulan las películas.

Nos despedimos de Berta y Marco. Estamos en la Calle Preciados. La piqueta y el tráfico de Gran Vía no perdonan. Y la sociedad discrimina, por defecto, al diferente. “Haced un día la prueba. Caminad durante un día con tapones en los oídos. Entonces, entenderéis todo”.