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La interactividad mata

O eso es de lo que nos quieren convencer quienes consideran videojuegos como Manhunt o Resistance: Fall of Man poco menos que entrenadores de asesinos en serie, o lavados de cerebro que transforman a pacíficos adolescentes en tremebundas máquinas de matar. El mismo tipo de imágenes y acciones en otros formatos como libros (American Psycho, A Sangre Fría, el Antiguo Testamento) o películas (La Matanza de Texas, Hostel, cualquiera de Sylvester Stallone o Chuck Norris, la serie de El Silencio de los Corderos), sin embargo, no deben ser tan efectivas en provocar homicidios sanguinolentos. Así que debe ser la interactividad lo que diferencia a los videojuegos de otras formas de cultura; la interactividad, o simplemente que los videojuegos son recientes, ya que libros y películas también causaron (antaño) temores hoy en su mayoría superados. Sin embargo, quien atribuye a la interactividad una especial capacidad perturbadora sólo está demostrando su ignorancia. Unas horas con un videojuego en compañía de otros jugadores harían comprender a nuestros autoproclamados defensores morales que los videojuegos no alteran la mente: simplemente divierten. Claro, que a lo mejor su odio se debe a eso.

Los protectores

Aparentemente el principal problema de orden público en Europa, lo más urgente y necesitado de inmediata solución, no es la inmigración, las redes criminales, el terrorismo autóctono o la amenaza islamista: son los videojuegos violentos. Porque los ministros de Justicia europeos han dedicado su valioso tiempo a analizar con detalle de qué manera limitarlos y controlarlos para reducir su temible amenaza a la sociedad. Qué obsesión. Y qué peligro de protectores; gente que sinceramente cree que jugar a un videojuego es un paso en la degradación moral que lleva al asesinato, como deben creer también que ver películas ultraviolentas te hace sociópata y beber vino te coloca, de modo inevitable, en la ruta de la adicción a la heroína. Gente que piensa que los videojuegos son una adicción en sí mismos; jugar como comportamiento patológico. ¿Qué preocupante clase de personas nos protege? ¿Qué clase de retorcidas ideas ocupan sus mentes?

Qué diferente es la realidad a las onnubilaciones de nuestros protectores. En lugar de preocuparse por peligros imaginarios bien harían en escuchar a los que saben de esto; a quienes por conocerlos y amarlos tienen verdadera capacidad de criticar los videojuegos y analizar su impacto social. Porque el impacto de los videojuegos es inmenso, y lo será mayor, y debe ser estudiado, entendido y conocido. Pero desde el respeto y el conocimiento, no desde la caricatura, el velado rechazo y la ignorancia. Conocido el largo y sangriento historial que tiene en Europa la defensa de la población contra ideas consideradas perniciosas, convendría que Los Protectores supieran de qué están hablando. Antes de que lo estropeen todo.

Hoy sábado 16 de junio Javier Candeira presenta su trabajo ‘El Rei de la Casa‘ en el Dorkbot Madrid; la entrada es libre. Se trata de una reflexión desde el arte sobre los videojuegos, su impacto social y la propia sociedad. Hecha por alguien que de esto sabe. Además de ser un amigo.

Hasta un niño

La Iglesia Anglicana quiere (exige) a Sony que retire un juego de ordenador porque incluye una escena de batalla en la Catedral de Manchester. Y porque, aparentemente, los dirigentes de la Iglesia Anglicana son incapaces de realizar una sencilla operación que cualquier niño de 10 años sabe hacer: distinguir entre lo que es real y lo que es imaginario. La leyenda cuenta que cuando los Hermanos Lumière presentaron el cinematógrafo los espectadores, que desconocían la imagen en movimiento, se apartaban aterrados de la locomotora que avanzaba hacia ellos. Desde entonces las gentes educadas saben que lo que pasa en una pantalla puede no ser real; que los actores no mueren cuando les disparan, ni los grandes lagartos arrasan Tokio. Igualmente, cualquier jugador de ‘Resistance: Fall of Man‘ es sin duda capaz de entender que la Catedral de Manchester en el juego es un decorado; no es real, como no lo son los extraterrestres que invaden la Tierra, ni los muertos que provocan. Hasta un niño distingue entre juego y realidad. Los obispos anglicanos, al parecer, no.