Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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Antes muerta que de todos

Se decía de los soviets que siempre discutían bajo el principio de que lo suyo era suyo, y lo de los demás, negociable, pero los hay peores. El lobby estadounidense de la ‘propiedad intelectual’ draconiana comienza el año bajo otro principio: lo suyo es suyo, y lo de los demás, también. Según un estudio recién publicado los esfuerzos por ‘proteger’ su ‘propiedad’ por parte de estas empresas no sólo reivindican lo que les pertenece, sino que ya de paso arramblan con todo lo demás: lo que no es suyo, las creaciones de terceros, lo que es de otros. El asunto es especialmente sangriento en lugares como YouTube y MySpace, que rebosan de vídeos, textos y músicas creadas por sus propios participantes con la explícita intención de que otros participantes las disfruten, gratis. Algunas empresas interpretan la defensa de su modelo de negocio como una licencia para rapiñar las creaciones ajenas, lo cual puede suponer un efectivo tapón al crecimiento de una vigorosa creatividad en Internet. En suma: para defender su manera de ejercer, y beneficiarse de, la cultura, están dispuestos a estrangular su crecimiento y democratización. Y se llaman a sí mismos defensores de la industria cultural… Arranca bien el 2008.

Creative Commons: Cinco años ya

Si Lucifer, en su infinita maldad, hubiese construido deliberadamente una máquina diseñada para destrozar a cada paso las leyes de protección de la propiedad intelectual, no habría sido capaz de crear nada mejor que Internet. La Red intercambia información entre ordenadores haciendo copias; cada vez que pinchamos un enlace o enviamos un correo estamos haciendo centenares, miles de copias de la información transmitida. Sin copias no hay red de redes. Por su parte la actual legislación de propiedad intelectual se basa en declarar ilegal cualquier copia de una obra protegida (y todas las obras, de entrada, lo están). En efecto: la anglosajona legislación basada en el ‘copyright’ y la ‘humanista’ del continente, basada en el Derecho de Autor, tienen las mismas raíces: cualquier copia está prohibida en ausencia de un permiso explícito. La esencia misma de la Propiedad Intelectual consiste en ilegalizar la copia.

Esto coloca ambos conceptos en curso directo de colisión, porque los dos a la vez no pueden sobrevivir: o Internet o la Propiedad Intelectual entendida como prohibición de copiar deben desaparecer. Dado que los beneficios económicos y sociales de Internet son demasiados como para eliminarla a estas alturas, habrá que inventar una nueva manera de compensar la creación que no pase por prohibir de entrada toda copia.

Creative Commons es el primer intento en este sentido. Su filosofía consiste en hackear las leyes actuales de propiedad intelectual para usarlas de otra forma sin tener que modificarlas, un proceso largo y complejo (o sea, político). Las licencias Creative Commons sencillamente permiten a los autores conceder permiso de copia a cualquiera que cumpla ciertas condiciones. Y conceder este permiso de modo legal, irrevocable y estándar, para facilitar al máximo el uso de sus obras en los contextos que ellos mismos definan.

El uso de una licencia Creative Commons no significa que la obra se pueda piratear; las protecciones normales de la ley actual se levantan selectivamente, de tal modo que algunas permanecen activas a gusto del autor. Esto permite experimentar con nuevos tipos de contenidos y explorar modelos de negocio que no se basan sólo en la prohibición absoluta de copiar. Nuevos modos de creación, como la cultura ‘mashup’, dependen de que exista un modo efectivo de conceder permisos de copia [pdf] a gran escala.

Sucede que además este tipo de creación está particularmente bien adaptado a las realidades de Internet. En un entorno de sobreabundancia de información la remezcla, la localización y la cita pueden convertirse en productos culturales de enorme valor, siempre que las leyes permitan su desarrollo. Los artistas están explorando ya las múltiples posibilidades que se abren ante ellos.

Las leyes que nos han servido durante un par de siglos tendrán que cambiarse. La lógica misma de la actual Propiedad Intelectual está averiada, y deberá adaptarse a las nuevas realidades. Porque la propiedad intelectual es diferente a la propiedad material, y tratarlas por igual es un peligro, y una falacia. Pero mientras tanto el ‘copyleft’ y soluciones intermedias como Creative Commons nos servirán para avanzar. Por eso hay que felicitarse de que este proyecto cumpla un lustro ya. Y por eso hay que desearle una larga y fructífera vida, mientras desarrollamos un nuevo concepto de la protección a la autoría que haga obsoletas ideas como las Creative Commons. Porque el día que esto ocurra, todos habremos ganado.

Quitar el canon no es suficiente

Timeo danaos et dona ferentes (temo a los griegos aunque traigan regalos), decía en una obra de Virgilio el sacerdote troyano Laoconte para intentar que sus conciudadanos dejaran fuera de las murallas al gigantesco caballo que habría de ser su perdición. El latinajo viene a cuento ante la sorprendente noticia de que el Partido Popular, tras peculiar discusión intestina al respecto y llevado de la necesidad imperiosa de meter el dedo en el ojo al gobierno, puede decidirse a contribuir a acabar con el llamado canon digital. Lo cual debería ser una buena noticia sin paliativos, de no ser porque puede no ser suficiente. Es más; podría meternos a todos en un lío todavía peor que el actual.

Nadie duda de que el canon digital español, tal y como está planteado, es una aberración. Su aplicación penaliza la extensión de la sociedad de la información en un país ya atrasado en su adopción, y anima además un tipo de compensación sesgada, injusta y contraproducente a los autores de obras culturales, reforzando a los intermediarios en detrimento de los verdaderos creadores. Pero muchas de las cosas que se están diciendo sobre el canon son sencillamente erróneas. Y la simple eliminación del canon no basta, porque esta compensación es la encarnación de una estructura de la propiedad intelectual equivocada y corrupta. Eliminar el canon no es suficiente: hace falta rehacer toda la estructura, o la cura puede ser peor que la enfermedad.

Si el canon se elimina, los intermediarios culturales solicitarán sin duda que se elimine su causa. Que no es la piratería, sino el Derecho de Copia Privada: un error común pero letal que el letrado Rajoy y sus asesores no deberían cometer tan a la ligera. La legislación española reconoce al comprador de una grabación o libro el derecho de copiarla para su propio uso; es esta copia la que el canon compensa. Si el canon desaparece, el Derecho de Copia Privada podría desaparecer también. Esto eliminaría cualquier restricción al uso de ‘candados tecnológicos’ en las grabaciones, razón por la cual hace tiempo lo solicitaron algunos intermediarios culturales (apoyados entonces, por cierto, por el PP). Quitar el canon sin una amplia reformulación del sistema de protección a la Propiedad Intelectual es pura demagogia, que puede causar más mal que bien. Cuando los dioses quieren castigarnos, decía el personaje de Memorias de África, atienden nuestras plegarias. Teniendo en cuenta de las manos que viene este regalo, igual esta vez es mejor dejar el caballo fuera.

3 mil millones de euros al año

Tres mil millones de euros defrauda un navegante normal si se aplica de modo estricto la legislación de propiedad intelectual. El cálculo lo ha realizado el profesor de derecho John Tehranian [pdf], con la intención de subrayar el absurdo de esas leyes, y ha sido destacado por el blog BoingBoing. Tehranian calcula que sin utilizar redes de intercambio de ficheros entre iguales (P2P) una persona que utilice la web de modo normal violaría derechos de propiedad intelectual que le harían acreedor a 8,5 millones de euros de multas, cada día. Es cierto que la legislación estadounidense de propiedad intelectual es muy diferente a la europea, aunque últimamente se aproximan cada vez más. Pero está claro que una ley que convierte a millones de personas en potenciales criminales por valor de millones de euros al día está mal hecha y no puede sobrevivir sin provocar graves problemas a la sociedad que la padece. Es hora de buscar modelos alternativos, antes de que la ley que nos hemos dado acabe con nosotros.

Corregida la cifra en 3 ceros (de billones a mil millones) el 20/11/2007. Porque no basta con conocer la diferencia entre el billion anglosajón y el billón castellano; además hay que recordar que en EE UU el punto no indica millares, sino que equivale a una coma; la cifra citada en BoingBoing son 4.544 billions en inglés, que son 4,544 mil millones, no 4.544: ahí estaban agazapados los tres ceros. Craso y vergonzante error por el que pido disculpas. Gracias por el soplo, Alvy.

Los datos de todos

En España el dominio público es un concepto jurídico importante; tanto, que tiene un artículo de la Constitución (el 132) dedicado en su totalidad. Asimismo, el Código Civil detalla en su artículo 339 algunos ejemplos de bienes adscritos al dominio público: los que son de uso público (caminos, canales, ríos, torrentes, puertos y puentes construidos por el Estado, riberas, playas, radas, etc.), y los que pertenecen al Estado y se utilizan para el servicio público (murallas, fortalezas y obras de defensa, y las minas antes de su concesión). La base teórica incluye el uso común, que se define como la utilización que cualquiera puede llevar a cabo sin pedir permiso, de modo anónimo y sin necesidad de cualificación. Como usar una carretera, o una playa; son los bienes que pueden ser utilizados por todos de modo indiscriminado y según precise cada uno para cubrir una necesidad sentida por los miembros de la comunidad.

En el siglo XXI, a las carreteras, riberas y playas se ha unido todo un nuevo universo de bienes susceptibles de cumplir con estas condiciones y de ser considerados, por tanto, del dominio público: los datos. Los datos que el Estado genera en el cumplimiento de sus tareas, e incluso los datos que determinados organismos estatales están diseñados para crear, recopilar y analizar. Es obligación moral de un estado ilustrado liberar esos datos y ponerlos a disposición de los ciudadanos, sus legítimos propietarios; es deber de una política con vistas al futuro el ampliar el dominio público al mundo de la información. Porque los datos deben ser de todos, mientras no se demuestre lo contrario: es lo justo, es lo moral. Y hoy en día, es posible. ¿Por qué, entonces, no se hace?

Un recado del precio de un piso

La industria discográfica de EE UU, a través de un juez, ha enviado un mensaje a la comunidad internauta: un recado que demuestre su postura respecto al intercambio de ficheros entre iguales (P2P). Y lo ha hecho con una multa a una madre de dos hijos: 6.600 euros por cada una de las 24 canciones pirateadas que encontraron en su ordenador. En total la multa alcanza los 156.000 euros, que en pesetas es el precio de un piso en España (26 millones). La multada no ha puesto en peligro la vida o la honra de nadie, ni arrebatado el pan de un bebé, ni apaleado a un gato. No: lo que ha hecho (ella misma o alguno de sus protocriminales hijos) ha sido compartir música: poner canciones a disposición de terceros para que las copien y las escuchen. Este abominable proceder ha sido debida y drásticamente castigado, demostrando que la industria discográfica no se para en barras a la hora de defender sus derechos. Por si los más de 26.000 pleitos que ha puesto ya en los EE UU no lo hubiesen dejado claro. Y luego dirán que la gente les odia, cuando lo único que hacen es mandar mensajes. Es cierto que las leyes hay que cumplirlas hasta que se consiguen cambiar, pero esto es ridículo y debería servir como aviso, a los demandantes y a los potenciales demandados, de que este camino es absurdo. Así no hay manera de defender propiedad intelectual alguna. ¿Y si no puede pagar? ¿La meterán en la cárcel por compartir música? ¿A ella, y a cuántos más?

Una cuestión de principios

¿Qué es más importante, un perjuicio económico o una libertad fundamental? En un robo las cosas están claras: para encarcelar a un acusado de robar hace falta un juez. Porque ciertas libertades son fundamentales, así que un funcionario (un policía) no puede coartarlas hasta que un juez decida. Obvio, ¿no? Pues determinados defensores de una propiedad intelectual draconiana quieren acabar con este principio básico de la democracia y reemplazarlo por otro: una libertad como la de expresión puede ser eliminada por un funcionario, si es para proteger los derechos de autor. Ahora trate de imaginar lo que podría pasar si una agencia sin control judicial y con poder de censura previa cayera en manos de la opción política que más aborrece usted. Exacto: podría convertirse en una amenaza a la libertad, y bloquear cualquier opinión contraria al gobierno de turno. Por eso el poder judicial es el encargado de controlar las libertades fundamentales: para evitar estos riesgos. Y por eso la propuesta de ‘agilizar’ el bloqueo eliminando a los jueces es una aberración que ningún partido democrático debería siquiera considerar. Por principios.

Corregidos dos ‘es por eso que‘; gracias, crol. 2/10/2007.

Patrimonio de todos

Tiene una Plaza de San Marcos completa, con su Campanile, un Palacio Ducal y no uno, sino tres Gran Canales recorridos por góndolas. Pero el recién inaugurado Venetian Macao no está en una laguna en el adriático, sino en el otro extremo del planeta: en Macao, hoy China y antaño bajo dominio portugués. Como su hermano mayor, aunque más pequeño, el Venetian de Las Vegas, el megacasino con galería comercial (350 tiendas) y hotel recién aterrizado en Macao aprovecha la inolvidable y conocidísima geografía e historia de La Serenísima para los propósitos menos románticos imaginables: juego, comercio, turismo de masas. Y no es el único: sólo en Las Vegas hay un Luxor que se inspira en la tradición egipcia, un Caesar’s Palace que explota la iconografía grecorromana y por supuesto los New York, New York y Paris Las Vegas que directamente copian el ambiente de una ciudad de hoy. O quizá debiéramos decir el mito, porque ninguno de estos complejos comerciales y turísticos se preocupa de la autenticidad en la reproducción: todo lo que necesitan es el barniz, el brillo, el ambiente de una civilización, y eso es todo lo que reproducen; un lejano eco del original que sea suficiente para sacar el dinero a los turistas. Podríamos deplorar la presente cultura, por la cual mucha gente parece preferir la copia al original, siempre que la copia contenga tiendas de Prada, mesas de ruleta y habitaciones con aire acondicionado. Pero hay una pregunta todavía más interesante en estos tiempos de desbocada propiedad intelectual: ¿de quién es el espíritu de Venecia? ¿Quién es el dueño del mundo grecorromano, o del mito de París? ¿Alguien es propietario de la imagen del Taj Mahal?

¿Tiene dueño el aura de la Alhambra, que un grupo estadounidense está duplicando en su país para albergar un complejo académico. ¿Debe tener propietario un mito, un ambiente, una evocación, una historia? Podría considerarse que los actuales habitantes de una ciudad, los custodios de un mito, tendrían una clara defensa de propiedad, ya que viven allí. Pero la reivindicación por los descendientes de las hazañas de sus antepasados es siempre dudosa, y abundan los casos en los que la continuidad no está nada clara: los creadores de la Alhambra y sus descendientes ya no viven en Granada, como tampoco lo hacen en Agra los descendientes de los mogoles que erigieron el Taj Mahal. Las poblaciones cambian a lo largo de los siglos. La identidad es flexible con la historia.

Pero es que además no sería del todo justo, porque un mito nace tan sólo con la colaboración de los receptores; no puede existir sin el resto de nosotros. París no sería París sin las imágenes que evocan en millones de mentes películas como Casablanca (que se rodó en Hollywood), como Venecia no sería Venecia sin la respuesta emocional que evocan las obras de Shakespeare ni la Alhambra tendría tanta fuerza sin Washington Irving y el eco de sus inventadas leyendas. Venecia, las emociones que evoca, su aura, su mito no pertenecen, no pueden pertenecer sólo a los venecianos de hoy: pertenecen a la Humanidad. Nos pertenecen a todos, para lo bueno y para lo malo. Lo mismo ocurre con Luxor, París, Roma o Nueva York; lo mismo ocurre con la Alhambra. Porque hay cosas que no pueden ser de nadie, ya que son de todos. Son cultura.

Hace falta que las leyes dejen claro cuándo algo es de todos; cuándo un patrimonio es demasiado grande, demasiado importante como para permitir que unos pocos lo monopolicen, lo controlen, lo reduzcan. Es importante que todos sepamos lo que es nuestro, de todos, y lo que no lo es; lo que puede cerrarse y lo que no. Es importante que los estados se encarguen de este papel de protección y exaltación de lo mejor de todos nosotros mediante la divulgación y extensión de los tesoros culturales. Y si queremos influir, ser importantes, tener un peso en la cultura universal, hay que ser generosos. El peso en lo cultural de los países y las gentes se va a medir por aquello que compartan; por lo que sean capaces de regalar y aportar al Patrimonio de la Humanidad. Para ser ricos hay que regalar.

Imagen del Venetian Las Vegas por Michael180, tomada de Wikipedia Commons.

El porqué del ‘copyleft’

Según la ley de propiedad intelectual una obra tiene dueño hasta 70 años tras la muerte del autor y luego es del dominio público. En principio un libro editado hace 90 años, un periódico publicado hace 80 o un cuadro pintado hace 100 son del dominio público. Pero si alguien fotografía ese cuadro o fotocopia ese libro o periódico, esas copias generan un nuevo derecho de autor. La Gioconda es libre, pero no se puede usar una fotografía de la Gioconda porque tiene dueño. Así ocurren absurdos como que la Biblioteca Nacional genere un derecho de autor al escanear periódicos que ya están en el dominio público. Estas normas de la era analógica complican horrible e innecesariamente el uso de cualquier obra digital; uno nunca está seguro de no violar la propiedad intelectual de alguien. Por eso se inventó el ‘copyleft‘, una forma legal de que el autor pueda dar permiso de uso. Sin ‘copyleft’ la propiedad intelectual amenaza con crecer hasta bloquearnos.

Sofocar la creación

Hay dos tipos de injusticia; el más obvio consiste en tratar de modo diferente a los iguales pero el segundo es más sutil aunque igual de injusto: tratar por igual cosas desiguales. Un buen ejemplo es insistir en que la ‘propiedad’ intelectual es idéntica a la propiedad material, y por tanto deben regirse por las mismas normas; que ambos derechos deben ser eternos. Cosa que no ocurre, ya que responden a leyes distintas, y por una muy buena razón: nada tienen que ver una y otra. Confundirlas es injusto, y perjudicial.

La llamada ‘propiedad’ intelectual está construida con ideas, y la propiedad material está hecha de átomos. Ésta es la diferencia esencial entre ambas, lo que hace que identificarlas sea una falacia. La propiedad material no puede reproducirse, tiene que utilizarse de modo exclusivo, puede vallarse. Las ideas en cambio pueden duplicarse, pueden vivir en varias cabezas al mismo tiempo y son muy difíciles de encerrar. Una cosa material no sale de la nada, por lo que su cantidad es limitada; las ideas no tienen sustancia, por lo que son ilimitadas. Por eso hacen falta leyes especiales para regular la ‘propiedad’ intelectual, leyes diferentes de las que se aplican a los objetos. Por eso la ‘propiedad’ intelectual no existió hasta el siglo XVIII, mientras que la propiedad de las cosas es antigua como el mundo.

La ‘propiedad’ intelectual es un acuerdo entre los autores y la sociedad. Las sociedades acceden a mantener la ilusión de que las ideas son de alguien para favorecer su creación y uso. A cambio, exigen que la duración del pacto sea limitada, y que después esas ideas se liberen para el uso de todos, resarciendo así los costes de ese esfuerzo. Esto es así porque las ideas tienen otra cualidad fundamental: están construidas a partir de ideas previas. Sin ideas sobre las que construir, la creación es imposible. Un autor no crea de la nada, sino que utiliza lo creado por autores anteriores. Los elementos de una cultura son de la sociedad que la produce, no de los individuos que la componen. Imagine un mundo en el hiciera falta permiso para escribir una novela, en el que las notas musicales fueran de propiedad privada, en el que ‘ser un quijote’ fuese imposible sin pasar por caja, en el que los colores de Renoir o las formas de Picasso fuesen patrimonio de sus herederos, y no de la Humanidad.

Ése es el mundo que nacería de la ‘propiedad’ privada de las ideas: un mundo en el que imaginar nuevas obras sería imposible, en el que la creación estaría dirigida por abogados; un mundo que para proteger la innovación la estrangularía. Hay ejemplos. Como afirma el ‘Informe Gowers‘, redactado por encargo del gobierno británico para tener datos ante la reforma de la legislación pertinente. El informe recomienda endurecer la lucha contra la piratería, y también rechaza aumentar el plazo de duración del ‘copyright’ más allá de los 50 años actuales. Porque cometer una injusticia no favorecerá a la creación, sino que la asfixiará.

Corregido un verbo mal puesto el 14/12/2006. Gracias, Pilar.