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La técnica del horror

La tecnología es obra humana, y todo aquello de lo que es capaz la Humanidad queda reflejado en sus herramientas. Como la Humanidad mata para hacer justicia, se han desarrollado utensilios y modos de utilizarlos para matar judicialmente. Aunque a veces no eficientemente, como acaba de ocurrir en Irak. La horca, antigua forma de ejecución que es, tiene su truco, y si no se hace bien los resultados pueden ser horripilantes para el afectado y los testigos. La versión moderna de la horca está diseñada para romper en un instante el cuello del ejecutado con el fin de proporcionar una muerte limpia, rápida e indolora. Para ello no sólo la soga y el nudo deben tener especiales características, sino que la caída del condenado debe tener una determinada longitud de acuerdo con su peso: física elemental. Demasiada caída, y se produce la decapitación; demasiado poca y el resultado es aún peor, si cabe: una larga agonía por asfixia. En ambos casos un espanto mayor incluso que matar a alguien por orden de un estado.

Como todas las técnicas, las de ejecución fallan a veces. Pero hasta cuando funcionan bien son espantosas. El acto es tan brutal que a lo largo de la historia se han inventado muchos sistemas de ejecución más humanos [!?], muchos de los cuales han acabado por ser sinónimos de brutalidad y salvajismo pese a que fueron diseñados precisamente para acabar con la incompetencia de los verdugos y el consecuente sufrimiento inútil de los ejecutados. Ejemplos son la guillotina, que evitaba las salvajes chapuzas comunes en las decapitaciones con hacha o espada, o el garrote vil. Por no hablar de otras tecnologías, también cargadas de ingenio y funcionalidad, también realizadas por seres humanos, pero diseñadas para alargar y hacer lo más dolorosa posible la muerte del ejecutado. Regodearse en el sufrimiento de aquel a quien matas no es nuestro mejor rasgo.

Malo es que los estados decidan que matar es una buena manera de castigar el crimen. Peor es que intenten hacerlo de forma humanitaria y fracasen. Pero lo peor de todo es que ha habido, y sigue habiendo, regímenes políticos en los que ni siquiera una muerte limpia basta para saciar el ansia de venganza social. A veces da un poquito de asco ser humano.