Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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Objetos de la mente

Algunos autores querrían abolir cualquier diferencia entre la ‘propiedad’ intelectual y la propiedad a secas. La obra de un escritor o un pintor sería, para ellos, como una casa, un automóvil o un coche: algo sobre lo que el propietario tiene absoluto y perpetuo control, y que puede incluso dejarse en herencia. Algo, en suma, no diferente de una parcela. La cultura debería así tratarse como si fuese una rama de la economía inmobiliaria. Lo que ocurre es que hay notables diferencias entre una propiedad hecha de átomos y otra fabricada con bites. Los objetos físicos, desgraciadamente, no pueden copiarse a voluntad y a coste casi cero. Los objetos de la mente, en cambio, se reproducen con facilidad, lo que hace mucho más costoso protegerlos. Además las creaciones culturales surgen de la mente de sus creadores, que están repletas de obras anteriores: ninguna novela, cuadro o canción emerge de la nada plenamente formada. Todas ellas provienen de una tradición, que está compuesta por obras de artistas anteriores; si toda la cultura tuviese un propietario, producir nueva cultura sería imposible. Es por eso que los objetos de la mente no pueden regirse (y no lo hacen) por las mismas leyes que los objetos materiales. Porque sería el caos.

Antes muerta que de todos

Se decía de los soviets que siempre discutían bajo el principio de que lo suyo era suyo, y lo de los demás, negociable, pero los hay peores. El lobby estadounidense de la ‘propiedad intelectual’ draconiana comienza el año bajo otro principio: lo suyo es suyo, y lo de los demás, también. Según un estudio recién publicado los esfuerzos por ‘proteger’ su ‘propiedad’ por parte de estas empresas no sólo reivindican lo que les pertenece, sino que ya de paso arramblan con todo lo demás: lo que no es suyo, las creaciones de terceros, lo que es de otros. El asunto es especialmente sangriento en lugares como YouTube y MySpace, que rebosan de vídeos, textos y músicas creadas por sus propios participantes con la explícita intención de que otros participantes las disfruten, gratis. Algunas empresas interpretan la defensa de su modelo de negocio como una licencia para rapiñar las creaciones ajenas, lo cual puede suponer un efectivo tapón al crecimiento de una vigorosa creatividad en Internet. En suma: para defender su manera de ejercer, y beneficiarse de, la cultura, están dispuestos a estrangular su crecimiento y democratización. Y se llaman a sí mismos defensores de la industria cultural… Arranca bien el 2008.

Creative Commons: Cinco años ya

Si Lucifer, en su infinita maldad, hubiese construido deliberadamente una máquina diseñada para destrozar a cada paso las leyes de protección de la propiedad intelectual, no habría sido capaz de crear nada mejor que Internet. La Red intercambia información entre ordenadores haciendo copias; cada vez que pinchamos un enlace o enviamos un correo estamos haciendo centenares, miles de copias de la información transmitida. Sin copias no hay red de redes. Por su parte la actual legislación de propiedad intelectual se basa en declarar ilegal cualquier copia de una obra protegida (y todas las obras, de entrada, lo están). En efecto: la anglosajona legislación basada en el ‘copyright’ y la ‘humanista’ del continente, basada en el Derecho de Autor, tienen las mismas raíces: cualquier copia está prohibida en ausencia de un permiso explícito. La esencia misma de la Propiedad Intelectual consiste en ilegalizar la copia.

Esto coloca ambos conceptos en curso directo de colisión, porque los dos a la vez no pueden sobrevivir: o Internet o la Propiedad Intelectual entendida como prohibición de copiar deben desaparecer. Dado que los beneficios económicos y sociales de Internet son demasiados como para eliminarla a estas alturas, habrá que inventar una nueva manera de compensar la creación que no pase por prohibir de entrada toda copia.

Creative Commons es el primer intento en este sentido. Su filosofía consiste en hackear las leyes actuales de propiedad intelectual para usarlas de otra forma sin tener que modificarlas, un proceso largo y complejo (o sea, político). Las licencias Creative Commons sencillamente permiten a los autores conceder permiso de copia a cualquiera que cumpla ciertas condiciones. Y conceder este permiso de modo legal, irrevocable y estándar, para facilitar al máximo el uso de sus obras en los contextos que ellos mismos definan.

El uso de una licencia Creative Commons no significa que la obra se pueda piratear; las protecciones normales de la ley actual se levantan selectivamente, de tal modo que algunas permanecen activas a gusto del autor. Esto permite experimentar con nuevos tipos de contenidos y explorar modelos de negocio que no se basan sólo en la prohibición absoluta de copiar. Nuevos modos de creación, como la cultura ‘mashup’, dependen de que exista un modo efectivo de conceder permisos de copia [pdf] a gran escala.

Sucede que además este tipo de creación está particularmente bien adaptado a las realidades de Internet. En un entorno de sobreabundancia de información la remezcla, la localización y la cita pueden convertirse en productos culturales de enorme valor, siempre que las leyes permitan su desarrollo. Los artistas están explorando ya las múltiples posibilidades que se abren ante ellos.

Las leyes que nos han servido durante un par de siglos tendrán que cambiarse. La lógica misma de la actual Propiedad Intelectual está averiada, y deberá adaptarse a las nuevas realidades. Porque la propiedad intelectual es diferente a la propiedad material, y tratarlas por igual es un peligro, y una falacia. Pero mientras tanto el ‘copyleft’ y soluciones intermedias como Creative Commons nos servirán para avanzar. Por eso hay que felicitarse de que este proyecto cumpla un lustro ya. Y por eso hay que desearle una larga y fructífera vida, mientras desarrollamos un nuevo concepto de la protección a la autoría que haga obsoletas ideas como las Creative Commons. Porque el día que esto ocurra, todos habremos ganado.

Quitar el canon no es suficiente

Timeo danaos et dona ferentes (temo a los griegos aunque traigan regalos), decía en una obra de Virgilio el sacerdote troyano Laoconte para intentar que sus conciudadanos dejaran fuera de las murallas al gigantesco caballo que habría de ser su perdición. El latinajo viene a cuento ante la sorprendente noticia de que el Partido Popular, tras peculiar discusión intestina al respecto y llevado de la necesidad imperiosa de meter el dedo en el ojo al gobierno, puede decidirse a contribuir a acabar con el llamado canon digital. Lo cual debería ser una buena noticia sin paliativos, de no ser porque puede no ser suficiente. Es más; podría meternos a todos en un lío todavía peor que el actual.

Nadie duda de que el canon digital español, tal y como está planteado, es una aberración. Su aplicación penaliza la extensión de la sociedad de la información en un país ya atrasado en su adopción, y anima además un tipo de compensación sesgada, injusta y contraproducente a los autores de obras culturales, reforzando a los intermediarios en detrimento de los verdaderos creadores. Pero muchas de las cosas que se están diciendo sobre el canon son sencillamente erróneas. Y la simple eliminación del canon no basta, porque esta compensación es la encarnación de una estructura de la propiedad intelectual equivocada y corrupta. Eliminar el canon no es suficiente: hace falta rehacer toda la estructura, o la cura puede ser peor que la enfermedad.

Si el canon se elimina, los intermediarios culturales solicitarán sin duda que se elimine su causa. Que no es la piratería, sino el Derecho de Copia Privada: un error común pero letal que el letrado Rajoy y sus asesores no deberían cometer tan a la ligera. La legislación española reconoce al comprador de una grabación o libro el derecho de copiarla para su propio uso; es esta copia la que el canon compensa. Si el canon desaparece, el Derecho de Copia Privada podría desaparecer también. Esto eliminaría cualquier restricción al uso de ‘candados tecnológicos’ en las grabaciones, razón por la cual hace tiempo lo solicitaron algunos intermediarios culturales (apoyados entonces, por cierto, por el PP). Quitar el canon sin una amplia reformulación del sistema de protección a la Propiedad Intelectual es pura demagogia, que puede causar más mal que bien. Cuando los dioses quieren castigarnos, decía el personaje de Memorias de África, atienden nuestras plegarias. Teniendo en cuenta de las manos que viene este regalo, igual esta vez es mejor dejar el caballo fuera.

Ojalá los libros fueran coches

¿Qué es más irritante, ser robado o que lo tomen a uno por idiota? En este día del libro nuestros políticos nacionales, de la mano de los europeos, han conseguido la rara hazaña de irritarnos a la vez por ambos conceptos. Por una parte crean una nueva tasa sobre los libros según cómo se usen: los que estén en bibliotecas pagarán extra. Por otro aseguran que en ningún caso será el usuario el que abone la tasa, puesto que los gobiernos central y autonómico se encargarán de su pago. ¿Y con qué dinero, cabe preguntar, con el sueldo de los señores diputados o europarlamentarios? No: con el de los presupuestos que sufragamos todos los ciudadanos con nuestros impuestos. Y todo para favorecer a unos particulares: en concreto a una industria anclada en una lógica perversa basada en controlar y cobrar una y mil veces el producto una vez vendido.

Para entenderlo, usemos una analogía: imagine que la venta de coches funcionase como la edición de libros o música. Usted compraría un coche, y lo pagaría, y sería suyo. Pero dentro de su precio se incluiría una compensación al fabricante por el negocio que pueda perder si le presta usted su coche a un amigo (canon por reproducción mecánica). Asimismo las empresas de alquiler de automóviles deberían indemnizar al fabricante por sus pérdidas, dado que quien alquila no compra (canon de bibliotecas). El fabricante también cobraría un tanto por litro de gasolina vendido, ya que la mayoría de la gasolina se usa en automóviles (canon por copia privada). Por fin, para llevar otras personas en su coche tendría que pagar otra vez (comunicación pública). Sin duda la industria automovilística solicitaría también duras leyes para acabar con la piratería, con tanta gente comprando gasolina sin canon, prestando el coche durante semanas o viajando con amigos sin pasar por caja. Incluso se hablaría de un diabólico invento llamado ‘ferrocarril’ capaz de transportar a miles sin pagar un euro por ningún concepto… un invento que la industria estaría intentando ilegalizar, o controlar, o mejor aún cerrar. Porque de lo contrario ¿qué sería de los pobres diseñadores de automóviles?

Pero claro, no es lo mismo. El gobierno no tiene entre sus funciones y objetivos el fomento del parque automovilístico, ni tiene un compromiso especial con los diseñadores de automóviles. Sí que tiene entre sus funciones y objetivos el fomento de la cultura , y entre sus compromisos uno muy especial con los autores, a través de sus representantes. Quizá tanta atención sea la causa última del desastre que se avecina: del modo como los defensores de la cultura y los encargados de su fomento se están cargando la industria cultural con leyes absurdas, contraproducentes e irritantes para sus clientes. Naturalmente, ningún político sería tan suicida como para fomentar así la industria automovilística. Pero la cultura es otra historia; debe ser protegida a toda costa. Hasta su destrucción total.