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Chapuzas evolutivas

Una de las más profundas pruebas a favor de la existencia de un proceso de evolución en los seres vivos son las chapuzas que se encuentran en el funcionamiento de sus sistemas. Porque la evolución es un proceso ciego que trabaja con lo que tiene a mano y no planifica a largo plazo en numerosas ocasiones, así que muchas veces la ventaja de hoy se convierte en una desventaja mañana; o la supervivencia de hoy depende de utilizar un rasgo de ayer de una forma completamente diferente e inadecuada desde el punto de vista de la ingeniería. La evolución es, por necesidad, una gloriosa chapucera cuyos apaños desacreditarían a cualquier diseñador por poco inteligente que fuese.

El último ejemplo acaba de aparecer en la revista científica Science: al parecer nuestra vulnerabilidad letal al virus del SIDA se debe a una chapuza del pasado. El VIH es un virus demasiado mortal; recordemos que a un parásito en general no le conviene matar a su huésped, porque se queda sin recursos, pero el SIDA tiene una elevada mortalidad (en ausencia de tratamiento) que no se corresponde con sus parientes que atacan a otros simios. Esta anomalía parece deberse a la existencia en el genoma humano, pero no en el de chimpancés y gorilas, de una adaptación contra una enfermedad antigua. Un retrovirus llamado PtERV1 devastó hace millones de años las poblaciones de grandes simios, y la Humanidad desarrolló para defenderse una variante específica de la proteína protectora TRIM5-alfa muy efectiva: no queda rastro alguno de PtERV1 en nuestro genoma, aunque sí en chimpancés y gorilas. Una gran chapuza en su momento, que ahora resulta ser un problema, puesto que esa variante de TRIM5-alfa es lo que hace hoy particularmente letal al VIH. La eficaz chapuza contra un retrovirus de antaño nos hace vulnerables al retrovirus de hoy. Sólo un diseñador digno de Ibáñez haría arreglos tan mal pensados que salvan hoy y matan mañana. La evolución, que no puede planificar el futuro, los hace todo el tiempo.