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El último viaje del SS Independence

Es el último representante de una era, tecnológica y comercial: la de los buques de pasajeros trasatlánticos. Pero tras una larga y variada carrera, el SS Independence ha partido, probablemente camino del desguace. Durante más de un siglo las rutas comerciales del Atlántico Norte fueron las más rentables e importantes de todas las rutas marítimas. Los barcos eran la única forma de ir de Europa a América, y los que hacían los trayectos entre Londres, París, Hamburgo o Nápoles y Nueva York acabaron adquiriendo características míticas. La elegancia de los barcos, su potencia y velocidad (medida en un trofeo al cruce más rápido, el Gallardete Azul), entraban en competencia entre buques de distintos países, cuyas habilidades en la construcción naval representaban el orgullo nacional. Barcos como el Titanic se construyeron para estas rutas, pero también leyendas como el Norway/France, el Queen Mary, el Michelangelo, el Ile de France, el United States, el Andrea Doria, el Lusitania, el Normandie… y tantos otros buques, que transportaron a América a millones de personas, y fueron pasto de triunfos y tragedias sin igual.

A esta orgullosa estirpe pertenecían el SS Independence y su gemelo, el SS Constitution, cuando fueron construidos a principios de los años 50. Estaban diseñados para transportar rápidamente y con estilo a pasajeros entre ambas orillas del Atlántico, concretamente en la ruta conocida como ‘Línea del Sol’ que unía Nueva York con los puertos italianos (Nápoles, Palermo) y/o franceses (Niza) del Mediterráneo en una o dos semanas de lujo y confort. Además, estaban preparados para reconvertirse en transportes de tropas si lo requería el Tío Sam, y de hacerlo de modo más eficiente que algunos de sus antecesores, hundidos durante las guerras mundiales realizando esa función. Propulsado por turbinas de vapor, alcanzaba unos más que respetables 23 nudos, y durante varios años tras su botadura realizó su cometido pintado con el casco negro y la superestructura blanca que eran casi el uniforme de los trasatlánticos.

Para mediados de los años 60 el Independence ya no era rentable como barco de pasaje. Habían aparecido barcos más nuevos y eficaces, que le habían robado cuota de mercado. Pero sobre todo los trasatlánticos fueron derrotados por una tecnología que nada tenía que ver con su mundo, pero que acabó con su negocio casi de un día para otro: el avión reactor. El cruce más rápido del Atlántico Norte lo hizo el SS United States (dotado con la maquinaria destinada a un portaaviones) en tres días y medio; un reactor apenas tardaba ocho horas. Por si fuera poco, los aviones de pasajeros de cabina ancha eran seguros, y económicos. De repente aquellos orgullosos ‘monstruos marinos‘ carecían de sentido económico como transportes de pasajeros.

Muchos trasatlánticos se reconvirtieron en cruceros vacacionales, empeño en el que pasaron buena parte de sus carreras con éxito; en el caso que nos ocupa, tras una profunda reforma y un nuevo esquema de pintura. De hecho lo que acabó de rematar al Independence (el Constitution se había hundido camino del desguace en 1995) fueron los ataques terroristas del 11 de septiembre y sus consecuencias sobre el turismo: la empresa de cruceros que lo empleó durante 25 años en Hawaii quebró, y el barco estuvo desde entonces amarrado en San Francisco, en toda su fantasmagórica gloria. Sus últimos propietarios conocidos lo han vendido, no se sabe a quién, y el casco está siendo remolcado supuestamente hacia Singapur. Lo más seguro es que este magnífico descendiente de las leyendas marítimas de antaño acabe sus días en algún desguace de barcos del Índico, herido de muerte no por una versión mejor de sí mismo, sino por algo completamente nuevo, contra lo que no pudo luchar, porque contra el avión la rapidez (de un barco) y la lujosa comodidad de nada servían. El avance tecnológico puede acabar hasta con los más formidables triunfos del ingenio. Es una lección que se sigue repitiendo hoy.

El fin del último clíper del té

El Cutty Sark se ha perdido, y con él perdemos el último superviviente de un excitante periodo de la historia marítima. Se trataba del último ‘Clíper de China, o del té’ aún con nosotros, una clase de buques hiperespecializados de altísima tecnología para su época que hoy podríamos comparar tan sólo con el Concorde. Construidos exclusivamente para la velocidad, los también llamados ‘Clíper extremos’ eran tal vez las máquinas más eficientes jamás construidas para transformar el viento en impulso motriz. Su razón se ser no era la capacidad de carga, sino la rapidez; su diseño estaba optimizado para que consiguieran transportar pequeños volúmenes de carga muy valiosa (te, especias, correo, personas) lo más deprisa posible desde el Lejano Oriente hasta Inglaterra dando la vuelta por el Cabo de Buena Esperanza, aprovechando al máximo los vientos Alisios: la Ruta de los Clípers. Y lo conseguían, obteniendo velocidades jamás conocidas antes de su desarrollo.

Para ser los primeros en traer cada año el té verde de China a Europa se construyeron barcos sofisticadísimos jamás igualados en prestaciones. Con su armazón de hierro fundido y su tablazón de madera la estructura del caso era fuerte y resistente pero muy larga y flexible. Sus proas cóncavas y sus enormes aparejos, normalmente de cuatro palos con velas cuadras y dotados de velas auxiliares de foque (sobrejuanetes, estays, cangrejas) y de Alas laterales, tripulados por marineros expertos y capitanes agresivos que hacían de cada travesía una competición pública, los ‘cliper extremos’ conseguían velocidades sostenidas de hasta 7 nudos durante periodos de días: algo jamás superado en la navegación comercial a vela. A cambio eran caros de operar, con grandes tripulaciones que llevaban una vida peligrosa y agotadora. Aquellos marineros trabajaban al límite en condiciones difíciles de imaginar hoy, trepando a mástiles de 20 metros de altura en cualquier viento o condición meteorológica, con ‘una mano para el barco y otra para ti’ y siempre con el riesgo de romper (como le ocurriera en su primer viaje al Cutty Sark) por forzar en exceso el buque. Eran otros barcos, y eran otros hombres.

La llegada de los buques de vapor, lentos y humeantes, pero más económicos de operar con su menor tripulación y la seguridad de su llegada con independencia de los vientos arrinconó a los clípers y otros grandes veleros en las rutas menos rentables, como la lana de Australia, o el guano y el aceite de lámpara con Sudamérica. La apertura del Canal de Suez dio la puntilla a los Clípers de China, al acortar enormemente la ruta y permitir evitar las tormentosas latitudes de los ‘Rugientes 40. Para la segunda década del siglo XX los ‘Tall Ships’ (barcos altos) y sus tripulaciones eran tan sólo un recuerdo del pasado; un eco de otros tiempos. El último de aquellos prodigios de la tecnología decimonónica ha perecido, y con él una pequeña parte de nuestra historia.

Cutty Sark en su dique seco de Greenwich, Inglaterra, en Google Earth.