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La bondad y el arsénico

Un profesor estadounidense nacido en Bangladesh acaba de ganar un premio de un millón de dólares por su invento de un sistema barato y eficiente para eliminar el arsénico disuelto en el agua, que va a ayudar a detener una de las mayores catástrofes medioambientales de la historia: el envenenamiento masivo de millones de habitantes de su país de origen. Envenenamiento que tiene su origen en el mejor de los instintos humanos, la compasión convertida en ayuda al desarrollo de los países más pobres de la Tierra. Pero que en esta ocasión se transformó en una catástrofe humana de proporciones desmedidas. Y es que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones, porque los dioses tienen un retorcido sentido del humor. Aunque a veces la tecnología que nos mete en líos nos ayuda a salir de ellos, como parece va a ocurrir esta vez.

Todo empezó entre los años 70 y 80, cuando organizaciones humanitarias internacionales (Unicef entre ellas) quisieron echar una mano a uno de los países más pobres y más poblados del planeta: Bangladesh. Uno de los principales problemas de sus gentes era la escasez de agua no contaminada para beber, paradójica en un país que es geográficamente un enorme delta fluvial. Las ONGs estudiaron el problema y dieron con una solución simple: la construcción de pozos que de modo barato y mediante sencillas bombas manuales podían proporcionar abundante agua subterránea y libre de patógenos. Con ayuda de las organizaciones occidentales se hicieron millones de pozos en Bangladesh, la mayoría de menos de 100 metros de profundidad. Durante décadas entre 10 y 20 millones de personas bebieron de esos pozos. La mortalidad por enfermedades infecciosas se redujo espectacularmente. Pero empezaron a aparecer otras enfermedades, en especial de la piel, y extraños cánceres.

En 1995 se descubrió que el subsuelo de la zona está contaminado con arsénico [derecha], un elemento tradicionalmente utilizado como veneno, tóxico y cancerígeno por acumulación, y muy difícil de detectar en el agua. Los sedimentos del área contienen elevados porcentajes de arsénico que pasa al agua, especialmente la que está entre los 20 y los 100 metros de profundidad. Millones de personas acabaron afectadas de arsenicosis, una intoxicación crónica que produce terribles enfermedades. Para colmo, si difícil es detectar el arsénico aún más complicado es quitarlo del agua, sobre todo de modo barato. Millones de personas han de elegir entre envenenarse mañana, o infectarse hoy. Miles han muerto ya, víctimas de las consecuencias indeseadas de la buena voluntad ajena.

Esta historia terrible puede por lo menos no ir a peor. La Academia Nacional de Ingeniería de los EE UU acaba de conceder su Premio Reto Grainger a la Sostenibilidad a Abul Hussam, un químico nacido en Bangladesh y nacionalizado estadounidense que da clases en la universidad George Mason. Reconoce así su invención de un filtro sencillo capaz de eliminar el arsénico del agua. Hussam, que nació y creció con dos de aquellos pozos en su casa, ha desarrollado tras años de pruebas un filtro compuesto de arena, carbón vegetal, pedazos de cerámica y hierro fundido que elimina virtualmente todo el arsénico del agua que lo atraviesa, y no necesita mantenimiento alguno. Con estos filtros los pozos volverán a ser seguros, y se podrá eliminar una verdadera catástrofe humana. Aunque para los afectados será ya tarde, bueno es saber que ya no habrá nuevos envenenados. A veces nuestros mejores deseos se transforman en nuestros enemigos; pero al menos esta vez lo vamos a arreglar.

Gracias, Knight Science Journalism Tracker