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Gracias, Barón Lister

Estos días se cumple el 140 aniversario de la publicación del primer artículo en una revista médica hablando de cirugía y antisepsia. En otras palabras, hasta hace menos de siglo y medio cualquier operación, por pequeña que fuese, suponía un peligro mortal. Los cirujanos usaban en los quirófanos ropas empapadas de sangre y vísceras, porque un delantal manchado se consideraba una muestra de experiencia. La habilidad del médico se medía por su rapidez a la hora de trepanar o amputar. El instrumental se utilizaba en varios enfermos seguidos sin enjuagarlo, y los médicos atendían los partos de varias mujeres sin lavarse las manos siquiera. En las salas de los hospitales el olor a putrefacción y a gangrena era insoportable. No es de extrañar que la mortalidad de los operados fuera aterradora, impensable; mucho mayor que la de una batalla moderna. Más que cirugía había que hablar de carnicería.

En la década de 1860 el francés Louis Pasteur había realizado sus hoy clásicos experimentos sobre la generación espontánea de vida, que demostraban la existencia y ubicuidad de seres vivos invisibles, responsables de la fermentación, la putrefacción de la materia orgánica y de enfermedades infecciosas en los gusanos de seda. Un folleto de Pasteur puso a un joven cirujano escocés llamado Joseph Lister [arriba] a pensar. Y en marzo de 1867 Lister publicó en The Lancet un artículo en el que proponía el origen bacteriano de la infección en las heridas y métodos para luchar contra ella: el uso del fenol como antiséptico para lavar el instrumental, las manos de los cirujanos y las heridas abiertas. El efecto fue espectacular; procedimientos quirúrgicos que antes eran una sentencia de muerte por infección casi segura (‘envenenamiento de la sangre’, o sea septicemia) se convirtieron en rutina. El riesgo de morir tras la cirugía decreció espectacularmente, y años más tarde la invención de la anestesia permitió la realización de procedimientos más largos y complicados. Por esta aportación al bienestar humano el tímido, discreto y profundamente religioso Joseph Lister fue nombrado Barón y le erigieron una de las dos estatuas que Londres ha dedicado en su historia a cirujanos.