Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

Archivo de marzo, 2008

Profundidad del tiempo

Es difícil para nosotros, humanos, darse cuenta de lo que significa el tiempo profundo, pero hay algunos lugares del planeta donde la eternidad puede contemplarse en directo. Uno de esos lugares es la Orilla Sur del Gran Cañón del Colorado. Tras atravesar kilómetros de elevada meseta cubierta de pinos, cuando nos acercamos al borde, la inmensidad de lo que se contempla abruma los sentidos; el aire ligero de los 2.000 metros de altitud y la falta de referencias se combinan para que el paisaje parezca plano, como un inmenso telón de teatro donde un pintor loco ha imaginado una feroz herida en la superficie de la Tierra; un desgarrón ciclópeo e imaginario. La primera mirada produce estupor, más que maravilla; la mente simplemente es incapaz de abarcar los tamaños, las distancias, las caídas que dibujan las rocas rojas sobre un cielo inmenso. Es un panorama abrumador al que ninguna imagen puede hacer justicia, para el que ningún relato te puede preparar. Entonces a un lado y otro uno contempla los acantilados verticales, quizá ve caer un guijarro rodando hacia el abismo, y contempla su caída. La mirada se dirige abajo, abajo, cada vez más abajo hasta que a un kilómetro de profundidad se divisan las perezosas aguas de un río color barro: el Colorado. Y se siente vértigo.

Sabemos que ese mecanismo, el desprendimiento de guijarros y su arrastre por el hoy perezoso Colorado, es lo que ha tallado el ingente conjunto de zanjas de un kilómetro de profundidad que es el Gran Cañón. Pero el volumen de material faltante desafía el entendimiento. ¿Cómo es posible que el lento desplomarse de piedras y las antaño anuales inundaciones del río sean capaces de completar tamaña excavación? La respuesta está en ese otro abismo, el tiempo. Nuevas dataciones publicadas en Science revelan que el Gran Cañón es más antiguo de lo inicialmente pensado: empezó a formarse hace 17 millones de años. Eso son 17 millones de temporadas de inundaciones primaverales, épocas de tormentas de verano, estaciones de heladas de invierno. Eso son 850.000 generaciones de un animal que viva 20 años por generación, como los humanos. Eso es tiempo profundo: suficiente como para que la acumulación de inundaciones y desplomes excave una inmensa herida e la corteza terrestre, y también para que los cambios de frecuencias de alelos entre distintas poblaciones transformen un mono arborícola primero en un mono bípedo y caminante, y más tarde en un mono que se cree sabio. El tiempo profundo es lo que transforma lo pequeño, baladí e inconsecuente en lo grande, importante y decisivo; lo que permite que las montañas crezcan, los mares se abran y las especies evolucionen. Un grano de arena aquí, una nueva variante genética allá, son poca cosa en el breve transcurso de nuestras vidas; incluso en el escaso alcance de nuestra historia. Pero en el tiempo profundo esos mínimos cambios tienen el poder de mover continentes y crear nuevas ramas de la vida. El abismo al que se asoma uno en el Gran Cañón, con ser un rasgo geológico joven, no solo produce vértigo por su altura: lo que estamos viendo es una representación que podemos entender de la profundidad del tiempo.

Violación de la privacidad con resultado de muerte

Los datos descontrolados matan. O si no, que se lo cuenten a Raúl Reyes, o en su día a Dzyojar Dudáyev, o a las decenas de activistas palestinos asesinados por las fuerzas israelíes. Basta con que caigan en manos enemigas el puñado de bites que representan un lugar en un momento dado para que sea posible acabar con la vida de alguien. Por eso es tan importante la privacidad, es decir, el que uno mismo tenga la capacidad de controlar qué datos están en manos de quién, y cuándo. Porque lo contrario es una amenaza que puede llegar a ser mortal. Cualquier teléfono móvil es una emisora que se identifica continuamente. Si esa identificación puede relacionarse con una persona, un atacante que disponga de una mínima capacidad tecnológica puede triangular la posición del teléfono, y por tanto de la persona. Los teléfonos de satélite, que emiten con mucha mayor potencia, necesitan sin embargo una sofisticada infraestructura tecnológica para la triangulación. En un móvil normal, la misma red de la compañía telefónica puede realizar esta operación con sencillez, simplemente utilizando software. En resumen, cualquier individuo cuya relación con un teléfono móvil sea conocida puede ser seguido, o asesinado, usando medios cada vez más sencillos y, por tanto, más al alcance de muchos posibles enemigos. Es por eso que la asociación entre nombre y teléfono debiera ser privada, y sólo debería descubrirse bajo el más férreo control judicial. Es más que dudoso ese control en casos como el de Reyes o Dudáyev, por no mencionar el problema jurisdiccional (¿qué juez? ¿bajo qué ley?).

Piénselo; mucha gente no derramará lágrima alguna ante la eliminación de un terrorista. Pero el terrorista de unos es el luchador por la libertad de otros; en algunos casos es una cuestión de definición. Si esta tecnología hubiese estado en manos del ocupante nazi en la Francia de la Segunda Guerra Mundial, la Resistencia hubiese sufrido sobremanera. O piense en lo que hubiese podido pasar si la tecnología hubiese caído en manos de un estado totalitario como la Unión Soviética o la Alemania nazi. No nos parece demasiado mal que quien comete crímenes sea localizado, o incluso eliminado, pero los crímenes que justifican este tratamiento pueden ser también ideológicos, incluso imaginarios. En un estado opresivo la definición de ‘crimen’ es arbitraria, y sin privacidad de ella dependerá nuestra libertad, e incluso nuestra vida. Simplemente trate de pensar en lo que podría ocurrir si este tipo de tecnología cayese en manos de la opción ideológica que usted más aborrece. Temible, ¿verdad? Para colmo la tecnología cada vez ofrece más poder a grupos más pequeños de personas: ya no hace falta toda una infraestructura estatal para hacer cosas que antes sólo podía hacer todo un país. Esto supone que lo que hoy hace Israel, EE UU o Colombia mañana lo podrán hacer organizaciones terroristas, y pasado mañana un individuo.

Es por eso que el derecho a controlar quién tiene nuestros datos personales se está convirtiendo ya en uno de los más importantes cimientos de la libertad futura. Las leyes deben limitar el acceso a ese tipo de información al máximo, con el consentimiento de la persona o como mínimo bajo estricto control judicial. Porque la privacidad es algo más que el derecho a evitar que a uno le incordien con correo electrónico basura o le llamen por teléfono con ofertas a la hora de la cena. La información mata, y tenemos que disponer de un mínimo derecho a la autodefensa.

Clonar no es fotocopiar

La ganadería brava de Victoriano del Río quiere clonar a su semental, un toro llamado ‘Alcalde’ que a través de su simiente ha proporcionado grandes éxitos al criadero. Con ello el ganadero bravo demuestra una recomendable capacidad de mirar hacia el futuro y un notable talento para el márketing. Además de un notable desconocimiento de la ciencia. La clonación no es un proceso de ‘fotocopia’ de seres vivos: el clon de ‘Alcalde’ ni siquiera será completamente idéntico a su original en lo genético, ya que el genoma de las mitocondrias (las factorías energéticas de las células) es independiente, y se hereda de la madre. Además, el caso de la archiconocida oveja ‘Dolly’ ha demostrado que los animales clonados sufren procesos de envejecimiento acelerado y enfermedades que no se corresponden con su edad cronológica: el proceso de clonación deja huellas. El descendiente clónico de ‘Alcalde’ (¿’Alcalde bis’?) no tendrá necesariamente los mismos talentos que su antecesor genético. Lo cual no quiere decir que la operación no resulte un éxito rentable, desde el punto de vista de las relaciones públicas. Científicamente, es otro cantar: la clonación no es una vacuna contra la muerte, ni siquiera de los genomas. Por mucho que lo diga Hollywood, un clon no es una fotocopia.

El Síndrome de Dudáyev

Una epidemia está acabando con muchos líderes guerrilleros del mundo; una enfermedad mortal que podríamos denominar el Síndrome de Dudáyev, por el nombre de una de sus primeras víctimas. Como le ocurriera al líder checheno Dzyojar Dudáyev, uno está tranquilamente hablando por teléfono cuando de repente una bomba aérea o un misil sale de no se sabe dónde para reventar justo en la posición de uno. Y adiós líder guerrillero; más o menos lo que parece haberle ocurrido al número dos de las FARC colombianas, Raúl Reyes. La técnica parece una adaptación de los asesinatos selectivos del ejército israelí en Cisjordania y Gaza, que los estadounidenses han extendido al resto del planeta en su lucha contra Al Qaeda (el Mundo-Gaza al que nos dirigimos). Aunque la versión israelí y estadounidense utiliza un método de baja tecnología para resolver el principal problema de este tipo de ataques, a saber, identificar y localizar el blanco. Mientras que el Síndrome de Dudáyev se caracteriza por la sofisticación tecnológica: el chivato es, en este caso, el propio teléfono móvil de la víctima. En cierto sentido es el propio asesinado el que guía el proyectil que lo mata. Limpio y elegante.

En el caso de Dudáyev no está claro si los rusos disponían en 1996 de la capacidad de localizar por sí mismos las señales del teléfono de satélite que utilizaba el presidente checheno, o si recibieron ayuda de los satélites espía electrónicos estadounidenses en esta tarea. En el caso de Reyes parece bastante claro que la localización ha debido llevarse a cabo con ayuda estadounidense, ya que el ejército colombiano no parece una fuerza versada en las complejidades de la guerra electrónica. En cualquier caso, un teléfono móvil (de satélite o convencional) es un arma poderosa en manos de una organización guerrillera, al proporcionar el tipo de comunicaciones que hasta muy recientemente eran privativas de sofisticados ejércitos del Primer Mundo. Pero cualquier cosa que emite, como un móvil, es susceptible de convertirse en una baliza capaz de atraer atención indeseada. O, directamente, en un pararrayos que atraiga la ira divina en forma de un misil de tu enemigo. La misma tecnología que refuerza a los individuos y les permite enfrentarse a los estados con mayor fuerza puede acabar matando a quien la utiliza. Porque la tecnología no es ni buena ni mala, sino todo lo contrario; depende de quién y para qué se utilice. Los líderes guerrilleros, sin embargo, harán bien en vacunarse contra el Síndrome de Dudáyev: esta enfermedad resulta casi siempre letal.

Corregida una errata el 5/3/2008; gracias, Gayoli.

Gol de Airbus a Boeing

La empresa aeronáutica estadounidense Boeing ha tenido una pésima semana. Con lo orgullosos que estaban de haber entregado su ejemplar número 1.400 del venerable B-747 Jumbo, tras 42 años de producción, y su archienemigo EADS-Airbus ha venido a aguarles la fiesta arrebatándoles el contrato del siglo de este año: el suministro de al menos 180 aviones-gasolinera para repostaje en vuelo al ejército del aire estadounidense (USAF) por valor de 26.300 millones de euros. Decir que en Boeing o en el propio Pentágono la decisión ha sido un shock es quedarse corto: es la primera vez que un elemento estratégico del poderío militar estadounidense va a ejercerlo una máquina diseñada y fabricada (en parte al menos) en otro país. Y en el plano simbólico es todavía peor: es como si el Presidente francés o el Primer Ministro alemán utilizaran una limusina Ford como coche oficial, en lugar de automóviles nacionales.

El KC-45 [arriba], la oferta de EADS-Airbus (en asociación con una compañía estadounidense, Northrop Grumman, que montará allí los aparatos) es una adaptación del exitoso avión de pasajeros A-330, que con mayor capacidad por aparato y autonomía ha vencido al modelo de Boeing, un 767 modificado. Pero no sólo el aparato ofrece mejor rendimiento; Boeing se complicó enormemente las cosas implicándose en un tremendo escándalo en 2004, al intentar asegurarse el contrato por medios poco lícitos, aprovechándose de sus contactos privilegiados en el Pentágono. Porque el contrato es muy importante: se trata de la primera fase del reemplazo de más de 500 Boeing KC-135 [izq.] que empezaron a comprarse hace 45 años, y desde entonces han sido la espina dorsal de la capacidad de proyección mundial de la aviación estadounidense. Y también de la dominación por parte de Boeing del mercado mundial de aviones de pasajeros, porque el KC-135 es la versión militar del Boeing 707, el primer reactor de pasajeros de gran éxito, el abuelo de todos los actuales y el nacimiento del viaje aéreo que hoy conocemos. Y de la fortuna de Boeing, que sin el pedido de la USAF hubiese tenido muchas más dificultades para vender el 707 a miles.

Hoy la situación es muy diferente: Airbus ya le planta cara a Boeing de tú a tú en el mercado mundial, y ahora está de hecho introduciéndose en el mercado militar estadounidense, que el fabricante local consideraba propiedad privada. Lo curioso es que con la venta EADS-Airbus está contribuyendo de forma decisiva a la capacidad estadounidense de hacer la guerra donde y cuando quiera: sin los aviones cisterna la fuerza aérea estadounidense tendría mucha menos libertad de acción, al necesitar bases para repostar sus aviones (y para hacer la guerra desde esas bases hay que pedir permiso a los países donde están). Misiones como los bombardeos en Irak y Afganistán con los venerables B-52 o los modernos (y carísimos) B-2 dependen absolutamente del repostaje en vuelo. La capacidad de proyección estratégica del ejército estadounidense quedaría truncada en ausencia de este tipo de aviones. Cuya presencia en los arsenales europeos es francamente escasa, por cierto, lo cual limita mucho la presencia militar europea fuera del área más cercana. En todo caso, el asunto no se ha terminado aún; los políticos estadounidenses harán lo imposible por torpedearlo en el nombre del interés nacional y la honrilla. Airbus ha marcado un gol, pero no tiene ganado todavía el partido.