Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

Archivo de febrero, 2008

Anonymous y la nueva política

El pasado domingo varios centenares de personas estrafalariamente ataviadas se concentraron en festiva protesta frente a la sede de la Iglesia de la Cienciología en Londres y en otras ciudades. Habían sido convocadas por Anonymous, un misterioso colectivo de ‘ciberactivistas’ que se comunica mediante ominosos vídeos en YouTube, y que ha decidido que la Cienciología está en guerra con la Red. Así, Anonymous ha animado una serie de acciones que han incluido desde las manifestaciones del domingo a ataques de saturación que han bloqueado temporalmente algunas páginas web cienciológicas. Con independencia del éxito que pueda cosechar Anonymous en este caso concreto (la Iglesia de la Cienciología es un oponente tenaz), su emergencia representa una nueva forma de acción en la esfera pública; una nueva política. Los participantes en los ‘ataques’ de Anonymous se agrupan en torno a un tema concreto de modo espontáneo usando Internet, para llevar a cabo acciones específicas, sin estructura ninguna. Cada vez más, la Red va a facilitar el surgimiento de ‘partidos instantáneos’ de este tipo, que por su carácter multinacional y mediático acabarán teniendo poder real. Anonymous es sólo el principio.

199 cumpleaños de Charles Darwin

Desde que la humanidad es humana nos hemos preguntado por el origen de la variedad de los animales y plantas que pueblan el planeta. Para una mentalidad religiosa, anclada en la mitología, la respuesta a cualquier pregunta sobre los orígenes, diferencias y semejanzas entre seres vivos era siempre la misma: ‘es la voluntad de la deidad’. Hasta tal punto que origen y divinidades quedaron unidos en la mente de las gentes, formando una unidad, como la que formaban los cielos y los dioses. Las personas etiquetaban para su uso e interés los seres vivos, pero no se molestaban demasiado en preguntar de dónde venían.

Sin embargo los filósofos (amantes del conocimiento) que se molestaban en mirar de verdad no podían por menos que percibir similitudes intrigantes entre los animales, además de sus diferencias. Un gorrión es casi idéntico a otro gorrión, lo cual nos permite agruparlos juntos, pero también se parece mucho a un águila, porque ambos son aves. Analizando bajo la superficie, resulta que gorrión y águila son en muchos aspectos como los mamíferos, y en otros se parecen a los reptiles, que a su vez comparten características con los anfibios. Y así todo. Los seres vivos están claramente relacionados. Cuando se analiza su anatomía en detalle, aparecen profundos parecidos: todos los mamíferos tienen igual modelo de diente, sean musarañas o elefantes; todos los tetrápodos lucen en sus extremidades el mismo esquema, desde el ala de un ave a la pata de un caballo, la mano humana o la garra de un tigre; ciertos huesos de la mandíbula de los reptiles forman parte del oído de los mamíferos. Estos parecidos son un misterio.

Para los creyentes de toda deidad, la respuesta a este misterio era y será siempre la misma: es la voluntad de la divinidad. Pero para filósofos y naturalistas esta explicación es insuficiente. Los animales se agrupan por parecidos, y se separan por diferencias de un modo consistente y sutil. Los estudiosos empezaron a pensar que unos animales podían, tal vez, transformarse, cambiando sus estructuras, pasando de una forma a otra. Estas ideas, sin embargo, tropezaban con una barrera infranqueable: no se conoce mecanismo alguno capaz de transformar hoy en día a un pez en reptil, o a éste en ave o mamífero. Sin saber de qué manera podría haberse producido esa transformación, la idea era ridícula. Especialmente cuando la explicación alternativa (dios lo quiere) era apoyada con frecuencia y contundencia por las autoridades civiles, por la violencia si era necesario.

Y entonces llegó Charles Darwin: un tímido estudiante de teología convertido en naturalista que tuvo la inmensa suerte de realizar un largo viaje alrededor del mundo que le permitió ver con sus propios ojos muchas de las maravillas de la vida en el planeta, y sobre todo tuvo mucho tiempo para pensar. Con lo que pudo observar, ciertas ideas radicales (y dudosas) sobre economía de Thomas Malthus, la idea de tiempo profundo producto de sus estudios con su mentor Adam Sedgwick y su lectura de los Principios de Geología de Charles Lyell, además de su experiencia en la crianza de animales domésticos, Darwin supo comprender el mecanismo de este fenómeno, explicando el procedimiento por el que un ser vivo podía acabar dando lugar a otro diferente.

Funciona así: todos los seres vivos tienen muchos descendientes, todos casi iguales, todos diferentes. A unos les va mejor en la vida que a otros, y estos triunfadores tienen más descendencia, que hereda sus diferencias y obtiene así una ventaja en su propia lucha por la vida. Los descendientes son como los progenitores pero ligeramente distintos; una idea simple. Cuando pasan miles, centenares de miles, millones y decenas de millones de años y de generaciones este motor sencillo es capaz de transformar la aleta de pez en la pata de un reptil, y ésta en la pierna de un mamífero, que se convierte en la aleta de una ballena y acaba cumpliendo la misma función que la aleta original, pero de forma diferente. Sin perder en sus características el rastro de cada uno de los cambios. Elegante y poderoso.

Darwin llamó a su teoría ‘descendencia con modificación’, y a su motor ‘selección natural’, por analogía con la ‘selección artificial’ de los criadores de vacas, perros o palomas, que escogen cuál se reproduce y cuál no en función de sus intereses. La teoría era sólida, y potente, pues permitía entender con facilidad la sorprendente variedad de los seres vivos, y sobre todo, sus misteriosos parecidos. Un antecesor común de toda la vida explica por qué todos usamos el mismo esquema químico básico (ADN, proteínas, lípidos, azúcares); un pez tuvo la primera aleta con quiridio, y por eso lo heredamos todos los tetrápodos; el primer mamífero tuvo un molar tribosfénico que sus descendientes hemos adaptado de mil y una formas, porque las diferencias de hábitat y modo de vida explican todo lo que separa a ratones, osos, gatos y humanos. El misterio central de la biología, el juego de parecidos y diferencias entre los seres vivos, puede explicarse. Ya no hace falta un creador de la vida para comprenderla.

De ahí el genio de Charles Darwin, el primer humano que comprendió la naturaleza de verdad, y de ahí su posición central en la ciencia de la biología, y en nuestro conocimiento del universo. De ahí la férrea oposición a su idea desde quienes creen en un creador, dado que el misterio central de la biología era su único refugio, una vez expulsadas las deidades del cielo por la física y la astronomía. Contraviniendo el postulado central de toda religión, la fe sin pruebas, muchos creyentes sinceros y benévolos se han empeñado y se siguen empeñando hasta hoy en denigrar y rechazar una explicación de la naturaleza viva, sólo porque les roba lo que consideran una prueba de la existencia de la divinidad. Darwin, tímido y bondadoso en lo personal, era consciente de lo que esperaba a su teoría y a él, por crearla. Por eso dudó durante 20 años, y por eso quiso rodear su hipótesis central de tantos datos y tan robustos razonamientos que fuera capaz de sobrevivir a las polémicas que le aguardaban. Hombre religioso en su vida personal, su honestidad intelectual le obligó sin embargo a publicar una tesis que sabía le acarrearía el odio de muchos eclesiásticos y el rechazo de las iglesias del mundo, que sigue hasta la actualidad.

Hoy se cumplen 199 años del nacimiento de Charles Darwin, que encajó las piezas básicas del rompecabezas de la vida de modo tan ingenioso y sutil que los nuevos descubrimientos, desde la bioquímica a la genética, desde la paleontología a la ecología, refuerzan su esquema básico al clarificar los detalles de lo ocurrido en nuestra historia planetaria. Merece la pena recordar y homenajear a quien regaló a la especie humana una de sus cumbres intelectuales: el entendimiento del cómo hemos llegado hasta aquí.

El último viaje del SS Independence

Es el último representante de una era, tecnológica y comercial: la de los buques de pasajeros trasatlánticos. Pero tras una larga y variada carrera, el SS Independence ha partido, probablemente camino del desguace. Durante más de un siglo las rutas comerciales del Atlántico Norte fueron las más rentables e importantes de todas las rutas marítimas. Los barcos eran la única forma de ir de Europa a América, y los que hacían los trayectos entre Londres, París, Hamburgo o Nápoles y Nueva York acabaron adquiriendo características míticas. La elegancia de los barcos, su potencia y velocidad (medida en un trofeo al cruce más rápido, el Gallardete Azul), entraban en competencia entre buques de distintos países, cuyas habilidades en la construcción naval representaban el orgullo nacional. Barcos como el Titanic se construyeron para estas rutas, pero también leyendas como el Norway/France, el Queen Mary, el Michelangelo, el Ile de France, el United States, el Andrea Doria, el Lusitania, el Normandie… y tantos otros buques, que transportaron a América a millones de personas, y fueron pasto de triunfos y tragedias sin igual.

A esta orgullosa estirpe pertenecían el SS Independence y su gemelo, el SS Constitution, cuando fueron construidos a principios de los años 50. Estaban diseñados para transportar rápidamente y con estilo a pasajeros entre ambas orillas del Atlántico, concretamente en la ruta conocida como ‘Línea del Sol’ que unía Nueva York con los puertos italianos (Nápoles, Palermo) y/o franceses (Niza) del Mediterráneo en una o dos semanas de lujo y confort. Además, estaban preparados para reconvertirse en transportes de tropas si lo requería el Tío Sam, y de hacerlo de modo más eficiente que algunos de sus antecesores, hundidos durante las guerras mundiales realizando esa función. Propulsado por turbinas de vapor, alcanzaba unos más que respetables 23 nudos, y durante varios años tras su botadura realizó su cometido pintado con el casco negro y la superestructura blanca que eran casi el uniforme de los trasatlánticos.

Para mediados de los años 60 el Independence ya no era rentable como barco de pasaje. Habían aparecido barcos más nuevos y eficaces, que le habían robado cuota de mercado. Pero sobre todo los trasatlánticos fueron derrotados por una tecnología que nada tenía que ver con su mundo, pero que acabó con su negocio casi de un día para otro: el avión reactor. El cruce más rápido del Atlántico Norte lo hizo el SS United States (dotado con la maquinaria destinada a un portaaviones) en tres días y medio; un reactor apenas tardaba ocho horas. Por si fuera poco, los aviones de pasajeros de cabina ancha eran seguros, y económicos. De repente aquellos orgullosos ‘monstruos marinos‘ carecían de sentido económico como transportes de pasajeros.

Muchos trasatlánticos se reconvirtieron en cruceros vacacionales, empeño en el que pasaron buena parte de sus carreras con éxito; en el caso que nos ocupa, tras una profunda reforma y un nuevo esquema de pintura. De hecho lo que acabó de rematar al Independence (el Constitution se había hundido camino del desguace en 1995) fueron los ataques terroristas del 11 de septiembre y sus consecuencias sobre el turismo: la empresa de cruceros que lo empleó durante 25 años en Hawaii quebró, y el barco estuvo desde entonces amarrado en San Francisco, en toda su fantasmagórica gloria. Sus últimos propietarios conocidos lo han vendido, no se sabe a quién, y el casco está siendo remolcado supuestamente hacia Singapur. Lo más seguro es que este magnífico descendiente de las leyendas marítimas de antaño acabe sus días en algún desguace de barcos del Índico, herido de muerte no por una versión mejor de sí mismo, sino por algo completamente nuevo, contra lo que no pudo luchar, porque contra el avión la rapidez (de un barco) y la lujosa comodidad de nada servían. El avance tecnológico puede acabar hasta con los más formidables triunfos del ingenio. Es una lección que se sigue repitiendo hoy.

¿Terror bajo las olas?

No hay prueba ninguna, hasta el momento, de que los cortes ocurridos en cables submarinos en Oriente Medio y sus proximidades en los últimos días sean deliberados. Pero según aumenta el número de averías, que ya pueden ser cinco, la concentración en tiempo y geografía hace más y más improbable que se trate de una simple agrupación estadística. Sí, es cierto que los cables submarinos tienen averías todo el tiempo; 50 en los que atraviesan el océano Atlántico sólo el año pasado. Por eso los constructores y reparadores de cables tienen buques especializados repartidos por el mundo, para atender cuanto antes a estas reparaciones y evitar la sangría multimillonaria que es un cable cortado. Pero a pesar de quienes quieren ver en estos cortes el preludio de un ataque estadounidense a Irán, hasta ahora la principal razón para que no se pusiera en marcha una guerra de corte de cables es el equilibrio del terror: como la guerra nuclear, el cortes de cables se sabe cómo empieza pero no cómo acaba, y todos los estados participantes salen perjudicados. Especialmente EE UU, situado en el centro de la red mundial de telecomunicaciones.

Los cables son tan vitales desde mediados del siglo XIX que cada gran guerra del siglo pasado comenzó con un episodio de corte hostil de cables. Los británicos incomunicaron Alemania al comenzar la Primera Guerra Mundial, y en represalia los alemanes enviaron al crucero Emden a atacar la crucial estación telegráfica de la Isla Dirección, en el archipiélago de Cocos (Keeling), en el Índico, dando lugar a una de las principales batallas navales de esa guerra en el área. Esa misma estación, clave para las comunicaciones entre Sudáfrica, la India, Singapur y Australia, estuvo a punto de ser silenciada durante la Segunda Guerra Mundial cuando nacionalistas indios, animados por los japoneses, se amotinaron contra los británicos. En tiempos de guerra el equilibrio del terror deja de tener importancia. Pero en tiempos de paz los daños a la industria y el comercio que podría provocar a cualquier estado moderno un corte masivo de telecomunicaciones serían incalculables. Y los satélites son marginales; más del 95% del tráfico de datos e Internet cruza los mares vía cables submarinos.

Aunque tal vez a donde habría que mirar no es a los estados, sino a otras entidades, interesadas en provocar el caos y sin intereses directos en los cables. Por ejemplo, organizaciones terroristas. Dañar un cable submarino en aguas someras no es tan difícil como parece: de hecho sus propietarios ofrecen todo tipo de información detallada sobre su paradero, para evitar los dos grandes peligros accidentales que acechan a la industria: los arrastreros y las anclas. Un grupo terrorista con acceso a media docena de pesqueros tripulados por gente sin miedo a ser atrapados podría organizar una buena en determinadas zonas donde los cables se concentran, como precisamente el Mar Rojo, Alejandría y la salida del Golfo Pérsico. Reparar cables cortados es un proceso complejo y caro (animación Flash), pero un corte masivo de comunicaciones entre continentes ciertamente provocaría considerable caos financiero, y terror. ¿Y no es precisamente ésto lo que buscan los terroristas? Tal vez los cables submarinos se conviertan en el futuro en blanco del terror, si es que no lo han sido ya.

Mapa (pdf) y animación Flash tomados de Alcatel-Lucent Submarine Networks. Postal con sellos de barcos cableros del archipiélago de Cocos (Keeling).

Una telaraña frágil

La pasada semana una avería afectó seriamente al tráfico de Internet de Oriente Medio e incluso más allá, al quedar cortados dos cables submarinos cerca de Alejandría, en Egipto. El incidente subraya la extrema fragilidad de la Telaraña Mundial; porque Internet funciona sobre todo a través de un puñado de cables submarinos como los que resultaron cortados. De hecho otros tres incidentes en el Golfo Pérsico (a miles de kilómetros de allí) han provocado preocupación sobre la posibilidad de un acto terrorista: los cables son un punto estratégico clave, y no muy difíciles de atacar. Al parecer los dos primeros resultaron cortados por el ancla de un barco en apuros durante una fuerte tormenta en el Mediterráneo; un accidente común para los cables submarinos en mares someros. Es posible que el tercer corte se deba al aparejo de un pesquero, también un riesgo clásico. Pero es cierto que la vulnerabilidad de los cables es alta, y un cable cortado genera consecuencias globales. Quizá en el futuro estos cables se conviertan en blanco terrorista. A pesar de sus redundancias, Internet es frágil.

Microsoft, Yahoo! y el fin del PC

La guerra ha terminado, y el ganador es Google. La oferta de Microsoft por Yahoo! es el anuncio de una revolución en la industria informática, un radical cambio de paradigma. Se acaba la Era del ordenador personal (PC), una máquina completa con almacenamiento privado en cada hogar y oficina; el mañana pertenece al llamado ‘cloud computing‘, es decir, a la red distribuida, el almacenamiento de datos en servidores remotos y los terminales simples. La capacidad de procesamiento y el almacenamiento de datos se están moviendo ya, de los bordes de la red a su centro: el futuro es una repetición del pasado, con ordenadores centrales y terminales carentes de inteligencia. El futuro es el ‘googleputer’, y el modelo alternativo ‘pc-céntrico’ que hizo poderosa y rica a Microsoft ha fracasado. Por eso la empresa que fundara Bill Gates necesita a Yahoo!; por eso su oferta es el reconocimiento de una derrota estratégica vital. Microsoft ha perdido el futuro.

Yahoo! ha estado muy ocupada pisando los talones a Google mientras éste construía su superordenador planetario. Siempre por detrás, pero siempre duplicando los pasos del líder mediante compras y absorciones, de modo que ahora Yahoo! dispone de conocimientos y experiencia equivalentes a las de Google en lo que se refiere a la construcción y mantenimiento de los complejos sistemas que permiten al buscador almacenar y mantener ingentes cantidades de información y procesamiento, con fiabilidad y disponibilidad sin igual. Google tiene su ‘googleputer’, pero Yahoo! ha construido su propio ‘yahooputer’ equivalente. Lo que no ha sido capaz de crear es un modelo de negocio que lo respalde, ya que el ‘Proyecto Panama’, cuyo objetivo era alcanzar a Google en venta de publicidad contextual, no ha cumplido. De ahí las malas cifras financieras, y los despidos; de ahí la rebaja bursátil que ha permitido a Microsoft lanzar su oferta. Yahoo! no puede alcanzar ya a Google, pero tiene una opción razonable de ser segundo.

En cambio Microsoft no tiene nada. Su apuesta era avanzar en la misma dirección desde el extremo opuesto; extraer capacidades del PC para situarlas en servidores remotos empezando desde el sistema operativo. Pero la más que tibia recepción que está teniendo Vista en el mercado demuestra que el modelo no funciona. Ni siquiera el inigualado poder de Microsoft entre los fabricantes de ordenadores ni su demostrada falta de tacto a la hora de imponer su voluntad, incluso violando alguna que otra ley, han conseguido que Vista avance lo bastante deprisa. Los usuarios no confían su información a Microsoft, y los sistemas antipiratería de Vista han causado no pocos problemas. Forzados a instalar Vista muchos optan por Ubuntu, MacOSX u otras alternativas (como el propio Windows XP), que ofrecen más control al usuario de lo que hace su sistema operativo. Esta desconfianza hace que la transición a la nube desde el PC no sea posible.

Pero Microsoft carece de capacidad para llevar a cabo esa transición desde la oferta de servicios, como hace Google. De hecho Microsoft avanza reluctante por esta senda, porque necesita demasiado el PC; buena parte de sus ingresos dependen no sólo del sistema operativo, sino de los programas que corren sobre ellos, como la suite ofimática Office. Por eso Redmond no tiene una alternativa real a productos como Google Docs. La ventaja en el concepto de ‘cloud computing’ que antaño le diera la compra de Hotmail (la primera gran aplicación de este tipo) se ha esfumado; ahora el indiscutible rey del mercado es GMail, con el webmail de Yahoo! como segundo. Querer absorber Yahoo! es el reconocimiento de que para sobrevivir Microsoft necesita ofrecer su propia ‘nube’. Y de que no sabe hacerlo por sí sola.

Todo lo cual significa que el PC va camino del basurero de la historia. La idea de un ordenador completo y autosuficiente capaz de conectarse además a la Red está muriendo. La Internet del mañana tendrá en sus extremos terminales ‘tontos’, simples puntos de acceso sin capacidad propia como los que una vez defendieran empresas como Oracle y Sun. En el centro habrá ‘nubes’, vastas granjas de servidores interconectados capaces de almacenar todos nuestros datos y de procesar nuestra información en tiempo real, en una repetición en clave de gran farsa del viejo modelo del ‘mainframe’ con terminales que dio origen a la informática. Eso será más económico, más seguro, más conveniente y más sencillo; habrá menos virus, desaparecerán los problemas de compatibilidad, y las empresas propietarias de las ‘nubes’ se encargarán de garantizar las transacciones y de hacer la vida difícil a los ‘crackers’. A cambio, perderemos toda autonomía: nuestros datos y programas estarán en manos ajenas, lo cual significará menor capacidad de innovación, menos creatividad y un mayor nivel de control sobre los contenidos. Pase lo que pase con Yahoo!, la guerra entre Google y Microsoft ha terminado; y su resultado es que el PC muere. Para nosotros esta derrota no es una buena noticia.

Periodismo obsoleto, y peligroso

¿Qué es noticia, y quién decide lo que es o no es noticioso? A Jack Shafer, crítico de medios de la revista online estadounidense ‘Slate’, no le gustan las noticias demasiado escandalosas. En una reciente diatriba este incisivo crítico descarga su ira contra los titulares de varios medios digitales como FoxNews.com, CNN.com o MSNBC.com, acusándolos de horribles crímenes contra el periodismo con expresiones claramente derogatorias. Así, comenta algunas de las noticias y titulares de los últimos tiempos en estos medios con fases como ‘craven pursuit of clicks‘ (despreciable persecución del clic), ‘sordid and bizarre‘ (sórdido y estrambótico), ‘exploitation‘ (explotación), ‘base impulses‘ (bajos instintos) o el peor de todos, repetido hasta la saciedad: ‘tabloid‘ (periódico, y por extensión periodismo, sensacionalista). Shafer se las arregla para transmitir la vigorosa desaprobación de una tía solterona decimonónica hacia un lascivo e incivilizado sobrino joven: parece mentira, siendo de la familia, un comportamiento tan soez. Y no es una opinión aislada; muchas voces muestran su paternal preocupación por el aparente descarrío de los medios digitales modernos, al parecer dispuestos a cualquier cosa con tal de arrancar el interés de sus parroquianos. A diferencia, tal vez, de sus nobles ancestros como la televisión, las revistas o los mismos periódicos, con su tradicional desapego de los audímetros.

Habría mucho que decir al respecto. El medio digital está a medio inventar, y por tanto debe experimentar y poner a prueba las fronteras. El comportamiento de los internautas demuestra que están interesados en más noticias y más diversas que los lectores de medios tradicionales (basta visitar Digg, Slashdot, Barrapunto o Menéame); los criterios de los medios tradicionales para decidir qué es noticia ya no son válidos. Cosa que es normal, dado que esos criterios de selección se basan en parte en una limitación de espacio disponible (tiempo o papel) que los medios digitales desconocen. En el mundo cada día ocurren muchas cosas, y ya no es posible que sólo los sacerdotes/periodistas decidamos cuáles de ellas son noticia: hacen falta horizontes más amplios. Por último, la crítica de Shafer da por supuesto que las noticias más exóticas, llamativas o peculiares son necesariamente de peor calidad; que es imposible contar con buen criterio profesional una noticia que no sea de un tema ‘serio’.

Pero la frase más pasmosa, en su conjunto y por partes, es ésta: ‘To be sure, all three Web tabs publish lots of staid and responsible news stories about politics, the economy, and culture, so there’s no danger of journalism-that-is-good-for-you being driven off viewers desktops‘ (por supuesto, las tres páginas publican muchas informaciones serias sobre política, economía y cultura, así que no hay peligro de que el periodismo-bueno-para-tu-salud sea desplazado de las pantallas de los lectores). Es la idea del periodismo como amarga medicina que hay que tragar con el mínimo gesto de desagrado. La información como un penoso deber, similar al sexo victoriano, aquel que recomendaba a las mujeres británicas en el dormitorio ‘cerrar los ojos y pensar en Inglaterra’ con el fin de procrear nuevos casacas rojas. La muy calvinista sospecha ante cualquier cosa que proporcione placer, que sólo considera positivo aquello que se obtiene con dolor. Si te hace gracia, te divierte o te entretiene, no puede ser de buena calidad, y hay que mirarlo con desprecio. Es una idea vetusta, carpetovetónica y carca, además de peligrosa, porque aleja a los jóvenes y los no inclinados al masoquismo de la información y deteriora así la calidad de la democracia. En estos tiempos de Nuevo Periodismo es curioso cómo asoma la cabeza el periodismo más vetusto en cuanto nos descuidamos. Informarse no debería ser sólo un penoso deber, sino un placer. ¿Qué opinas tú?