Reportero: periodista que a fuerza de suposiciones se abre un camino hasta la verdad, y la dispersa en unatempestad de palabras (Diccionario del diablo - Ambrose Bierce)El cómo se hizo de los reportajes de 20 minutos...

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En gueto sagrado

La diáspora, el éxodo, el nakba. Judíos y árabes han conocido la brutalidad e iniquidad de estas palabras. Palabras que nombran lo innombrable. Abandonar tu casa, tus raíces, tu cultura, tu lugar, tus amigos, tus vecinos, el primer olivo bajo el que besaste, la piedra en la que te circuncidaron. El primer lugar… Este es un relato de refugiados, de ciudadanos de segunda en una tierra de tercera, cuarta, quinta clase.

Han cogido nuestro país, y nos han encerrado en un muro, han prohibido los hospitales, trabajar, vivir, estamos en una cárcel. Si los jóvenes alzan su voz, van a prisión. Se llevan a nuestra gente, si quieren secuestrar a mi hijo nadie dice nada. Europa ya no nos ayuda, se olvidaron de nosotros desde lo de Irak…

La que habla no es una terrorista de la yihad. Armada como iba con su rostro afable, sus generosos golpes de hospitalidad, acompañada por un ejército de encantadores nietos. Con el póster de su idolatrado Yasser Arafat presidiendo el salón de su modesta casa en Belén. Un mundo pasado, cuando entre los palestinos se respiraba unidad.

Su nombre es Abla Issa El Azze. Tiene 56 años. Cuando era niña fue expulsada de su tierra, en el año del gran desastre, 1948, la proclamación del Estado de Israel. Sólo conoce el campo de refugiados de Belén, aunque mantiene la esperanza -vana, lacrada, ingenua- de volver a su tierra antes de morir. Un buen día, los vecinos árabes y cristianos de Tilissafi, se vieron obligados a marcharse. Así lo explican los anales y los recortes de prensa. Los musulmanes optaron por exiliarse a Cisjordania, o los países limítrofes, como Siria, Jordania o Egipto. Los cristianos corrieron en dirección a El Líbano. Nunca más regresaron.

Los campos de refugiados, lejos de la imagen arquetípica que había infectado mi cabeza- tiendas de campañas con harapientos y desnutridos afganos- han llegado a convertirse, a simple vista, en un barrio más. Sin embargo, respiran pobreza y la ponzoña del desencanto. Desde 1948, el año del desastre (Al Nakba), ha corrido mucha pólvora, nieve, enfrentamientos, hambre y calamidades. Y siguen faltando gran parte de los recursos básicos, como hospitales, escuelas, alumbrado eléctrico, parques… Un grupo de periodistas y cooperantes de Paz Ahora conocimos al hijo de Abla en un velatorio. Bibi, encantadora chica, mitad palestina, mitad libanesa (para el Moshad: mitad loba, mitad vampira) nos hizo de intérprete.

Dejemos que hable Bahaa Issa, el hijo de Abla, que nació un 24 de diciembre de 1981 en Belén. Sí, sorprende el lugar y la fecha…

«Si traes a cualquier joven europeo no aguantaría más de diez días aquí», nos explica mientras reparte té a los visitantes. Bahaa es un chico moderno, bien vestido, y quiere ser periodista. «Pensabamos que al hablar con los extranjeros nos ayudarían, pero todo el mundo conoce a estas alturas la situación, saben que estamos bajo la ocupación, que tenemos el mismo derecho a vivir como vosotros, a trabajar, a estudiar, y, en cambio, permanecen ciegos».

Para llegar a la universidad tarda entre una y dos horas, dependiendo del humor del soldado del checkpoint que debe cruzar. Les obligan a levantar las manos, les cachean día tras día. Ida y vuelta. Y le dicen: «Tú no eres estudiante, eres un terrorista, vuelve a tu agujero». Si no estuvieran bajo ocupación militar tardaría siete minutos en hacer este recorrido escolar. Por eso quiere narrar el sufrimiento de su pueblo, para ver si es posible que dejemos de estar ciegos.

En la calle anexa cuatro niños juegan en la oscuridad dentro de un coche abandonado. «Hello!», gritan, para acto seguido esconderse en los asientos. Es un juego inocente, distinto al de la guerra. «Salam», les respondemos, y ríen. Entre 250 y 400 niños viven en este campo.

«Los niños no tienen espacio en donde jugar. No crecen bien, no pueden ser felices, no tienen espacio social. El mayor interés de los palestinos, aún siendo pobres, es que sus hijos vayan a la universidad», asegura.

Cuando Abla llegó en 1948 a Belén empezaron a fraguarse sus verdaderos recuerdos. Nieve, frío, tiendas de campaña que volaban por el viento en el paupérrimo campamento del ACNUR. Vivieron de este modo durante diez años. Toda su infancia se tejió en una pobreza extrema.

«Los mayores hablan del pueblo, pero estamos desarraigados. Los niños responden que son de Belén. A pesar de todo, a mis hijos les diré que deben regresar, que esa sigue siendo su tierra», continúa Bahaa.

Recuerdan con estupor su historia, y aprenden lecciones de ella. Resistir es la única consigna. Resistir para no ser expulsados. En la última intifada el ejército hebreo cercó durante dos meses el campo. Tomaron con artillería los edificios más altos. Les bombardearon día y noche. Pero ellos respondieron. Y el campo, y sus callejuelas estrechas, se cerraron al invasor. La familia de Bahaa se reunía por la noche en el salón, a la luz de una vela, ya que el ejército había cortado la electricidad, mientras los estruendos y temblores se sucedían en el exterior. Si salían en busca de agua les disparaban. Se jugaron la vida para beber, comer, dormir, amar… vivir. Durante esos meses era imposible saber si al despertar seguirían vivos. Pero la letra había entrado con sangre en 1948. «Si nos vamos, no regresaremos». El rito sagrado de resistir.

Aquí tienen el reportaje que escribí para la edición de papel. Mi amigo Guillermo dice que es sensacionalista, pero es difícil transmitir en pocas líneas, sensaciones, sufrimientos, atmósferas, realidades que requieren de más espacio para ser contadas, entendidas. Por eso debemos recurrir al efecto literario. Es mi opinión. Las fotos son de Silvia Viqueira, periodista de olfato del Correo Gallego. La obsesión por visitar este campo también fue suya.

Javier Rada