Reportero: periodista que a fuerza de suposiciones se abre un camino hasta la verdad, y la dispersa en unatempestad de palabras (Diccionario del diablo - Ambrose Bierce)El cómo se hizo de los reportajes de 20 minutos...

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Nunca digas nunca Hamás

Jenín es un feudo histórico de Hamás. Es la ciudad en la que se respira el mayor aire militante de las que visité en Cisjordania. Todo el mundo va armado, me explicó un palestino al que conocí nada más pisar la medina (casco antiguo). Trabajaba para Médicos Sin Fronteras, un privilegiado, ya que gozaba de la residencia israelí en Haifa y podía cruzar el muro del apartheid con relativa facilidad. Él no estaba encerrado como muchos de los habitantes de Cisjordania. No era uno de aquellos jóvenes de Jenín que te enseñan sus pistolas en un acto de gallardía, para vacilar al visitante con aspecto de americano. Chicos que no tienen por qué ser milicianos, continuó explicándome el médico; llevar pistolas es como para nuestros chavales el móvil, algo común.

En Jenín todo el mundo parece hipnotizado por las armas y la parafernalia de la guerra. Los modestos póster de los mártires que cubren inexorablemente las calles de Betlehem, Ramallah o Hebrón, en esta ciudad se institucionalizan a lo grande, puro márqueting, los espíritus de los muertos están en todas partes como en nuestras calles nos invade la Coca Cola o los avisos de accidentes en las carreteras. Estos póster, murales y carteles, tienen una especial estética kitsch y cumplen un fiel papel de propaganda. Atraen tu mirada. Te cazan como si fueran fauna extraña de asombrosos pelajes. En muchos casos aparece la cúpula dorada de Jerusalén o la Mezquita de Al Aqsa como escenario. En todos aparecen jóvenes empuñando ametralladoras o incluso ataviados como karatekas: son los guerreros del pueblo palestino, los que sacrificaron su vida por la gran causa. Es el último reflejo de la muerte antes de la próxima llegada de las tropas israelíes, cuando en las calles los muertos de carne y hueso suplan el papel de los mártires al recordar las injusticias que padecen. Y el desgraciado espejo en el que muchos niños palestinos quieren mirarse.

No hay nada más grande en Palestina que morir por la tierra. Además, los grupos extremistas, entre ellos Hamás, aseguran una pensión de por vida a la familia que entregue a un mártir. Puede llegar a convertirse incluso en un negocio. Con razón muchos palestinos dicen que su gran lucha es demográfica. Pobreza, culto al mártir, constantes ataques israelíes: dinamita. En Jenín se vive y muere por la causa. Que se lo digan al vicealcalde de Hamás, con el que tuvimos ocasión de hablar.

El vicealcalde cumple ahora las funciones de alcalde, ya que éste fue detenido en julio por Israel y llevado junto a otros muchos políticos cisjordanos a una prisión militar. Su silla sigue vacía en el Ayuntamiento: nadie la quiere cubrir en su recuerdo. Son otro tipo de mártires: Israel tiene encerrados a más de 9.000 palestinos, y ser político no otorga inmunidad; si eres de Hamás, en cambio, te pone en el punto de mira. Por eso el vicealcalde iba acompañado de un enorme guarda de seguridad, al que en un principio confundimos con el conserje. Era un gorila vestido de civil al que le encanta mostrar sus fotos con metralletas, un anticipo, quizás, antes de convertirse en el eslogan estrella de la próxima calle, la próxima casa, el próximo velatorio.

Los políticos de Hamás no tienen cola picuda y lucen cuernos, pero sí muestran una determinación bruta,alejada de los modales exquisitos de los políticos de Al Fatah, que están más en la línea de los bureaus europeos. Parece que Hamás -una vez escuchado sus palabras y comparándolas con las que pude oír de Al Fatah- ha abandonado la dialéctica victimista de los palestinos, ese posicionamiento estratégico que tantos frutos diplomáticos les ha otorgado a lo largo de su historia. Hamás usa la determinación en su discurso cerrado, un posicionamiento a priori inamovible, y por lo tanto, vista la situación, coherente. Se saben vencedores legítimos. Han ganado según las reglas occidentales, siguiendo los acuerdos de Oslo que establecían que la Autoridad Nacional Palestina era una democracia. Y no consideran justo que les obliguen a abandonar el poder. El anuncio de elecciones anticipadas ha sentado como un jarro de agua fría entre muchos palestinos. Un jarro, mejor, de nitroglicerina. De ahí la situación en la Franja de Gaza.

Los hombres de Hamás visten de un modo más humilde que los de Al Fatah, cierto aspecto de sindicalista, y vencen en las zonas más desfavorecidas de Palestina. Aseguran que respetan a todas las religiones, y que ellos sólo piden a los cristianos que les dejen vivir como su pueblo decida. Para Hamás son los cristianos-y por descontado los judíos- los que están matando a musulmanes en el mundo, y preguntan, no sin cierta ingenuidad, que por qué ocurre esto.

Lo cierto es que en Jenín existe un barrio en el que no rige la ley islámica. En el barrio cristiano, que se encuentra en lo alto de una loma y en donde Jesús sanó la lepra, los musulmanes pueden ir a beber ya que no está prohibido. En el resto de la ciudad es imposible adquirir una gota de alcohol: la fiesta está en el barrio alto, toda una institución. Pero al hablar de cristianos no piensen en una colonia de hombres y mujeres rubicundos venidos de Utah para hacer apostolado (descripción perfecta de un asentamiento judío). Son cristianos árabes de Jenín: y para Israel tanto monta, monta tanto. A pesar de los elementos religiosos de este conflicto, sigue siendo una guerra por la tierra.

Así las cosas, que siendo día de Navidad y siguiendo las costumbres hospitalarias del pueblo palestino, el vicealcalde, junto al consejero de finanzas, nos invitó a su casa a tomar vinos. Choca brindar con una persona de Hamás, seres publicitados en Europa como fanáticos religiosos que lucen barba y siguen la literalidad del Corán. El texto sagrado prohíbe el vino, pero no lo suficiente en Palestina. Especialmente si al degustar el vino, tras varios días de borracheras con el caldo peleón árabe, uno se da cuenta de que tiene un aroma especial, un sabor elaborado con mimo, un excelente vino con cuerpo y sello israelí. Sí, los de Hamás, en su casa blindada, alejada en medio del campo, en las celebraciones navideñas beben como cualquier cristiano un buen vino, aunque provenga del hígado del enemigo. Los israelíes, en cambio, fuman el hachís de El Líbano. Sólo la guerra entiende de fronteras; el comercio y los vicios, hamás.

«Si os cogen los de Hamás os echarán del pueblo», se mofó el vicealcalde mientras brindábamos. Claro que ellos eran del movimiento, así que me sentí tranquilo, y todo el mundo cantaba villancicos-una tradición tan española como odiosa que me llevó a rezar por la intervención del ejército hebreo- pero al fin y al cabo, a pesar de los malos humores, el buen vino reconcilia a los malos espíritus. Me extrañó no ver guardas con metralletas en la puerta, hombres fieles postrados allí en plena crisis con Al Fatah. Me extrañó que su mujer y niños no lucieran los estrictos códigos de vestimenta islámicos. Que el tipo fuera afeitado. Lo moderna y ostentosa que era la casa. Me extrañó, sí, en el día de Navidad cambiar a mi familia por unos brindis con Hamás.

Ello me trae a la cabeza un titular que intenté colar en 20 minutos cuando ganaron en enero las elecciones: NUNCA DIGAS NUNCA HAMÁS. Por alguna razón a mis altos jefes no les pareció correcto hasta que tituló así La Vanguardia. Sigo pensando que este titular ejemplifica la lucha mediática y mental entre todos nosotros, la Comunidad Internacional, Israel y parte de los palestinos, armados de prejuicios, intereses, miedos y bombas, contra Hamás. Y también el hecho de que bebiéramos todos juntos, siguiendo a nuestro querido aragonés Buñuel, acompañando una estampa de la Navidad surrealista: un buen vino israelí en el santuario islamista palestino al grito del folclore patrio del arre borriquito arre burro arre que nos cierran el checkpoint si llegamos tarde… Suerte que aquella noche les hicimos tanta gracia a los soldados hebreos como a sus acérrimos enemigos en los innumerables puntos de control que cruzamos. Si bien es cierto que las cosas podrían haber sido muy distintas si hubieran sabido nuestra procedencia.

Javier Rada