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Y el expulsado Supervivientes es… ¡¡¡¡ROBERTO LIAÑO!!!!

¡Bien!

Yo creo que era lo más justo (si se puede considerar justo que Iván no esté en la puñetera calle…).

Ay, pobre, se ha emocionado. Es que es una putadilla que te echen la primera semana

Se pone a llorar el pobre hombre. ¡Qué sentido!

Ahora debe dar el beso de judas, o sea, que le da un punto en las nomincaciones al que bese.

«¡Bésame en la boca!» dice Iván, y Roberto le besa en la boca (un piquito, vamos). Yo nomino antes a un tiburón blanco y lo beso en el culo que besar a Iván…

Roberto dice que le han echado el primero a él porque ha sido el último en llegar. Yo lo creo también, por eso y porque no le conoce ni perri, y porque esta semana ha pasado sin pena ni gloria por el concurso.

El Golosina es un campeón

Trabajo no aporta, pero sí aporta una cosa más importante: Moral.

La gracia que tiene, que hace reír, mejora la moral, y eso hace que te encuentres mejor.

Mejor eso que ver a Iván, tumbado y llorando todo el día

¿Cómo no va a ir cortito un hombre de su edad y su forma física? Pero ahí lo tienes, como un valiente, poniendo sus cánticos por delante.

Y se van a la publi antes de decir el expulsado.

Pones un reality… y se te caen los mismísimos al suelo

Lo mismo me da que sean los ovarios o los testículos, hay realities capaces de ponértelos de corbata o hacer que se te caigan al suelo del susto.

Como en España los realities más tradicionales están ya más que explotados y tampoco estamos todavía suficientemente locos como para traernos los formatos más extremos, las cadenas se empiezan a interesar por los realities de miedo.

Y es que el miedo es un sentimiento, que paradójicamente, nos gusta, aunque nos hace sufrir. Como mi novia del instituto, que estaba buena, pero me puteaba a machete… En fin.

Uno de los que más éxito han tenido (era una ironía, gracias por la apreciación) es El juego del miedo, que se hace en Chile.

Cogen a un buen puñado de jovencitos, de entre 18 y 24 años (supongo que para asegurarse de que no hay infartos) y los meten a vivir a una mansión o edificio que tenga leyenda de encantado.

Eso sólo ya acojona, os lo aseguro. ¿Os imagináis vivir un par de meses en un hospital abandonado? ¿O en un antiguo matadero? ¿En una cárcel en ruinas? Vamos, para salir depilado del susto.

Pues de eso se trata. Además, los llevan a sesiones de espiritismo, hacen pruebas en cementerios, bosques siniestros, y sitios de esos, peores que una administración de hacienda entre mayo y junio.

Y diréis los más valientes, «bah, a mi no me da miedo, yo no creo». Pues anda que no meten ahí a valentones, y se acaban cagando la pata abajo el primer día.

Lo sobrenatural es lo que tiene. Por mucho que no creas, en tu subconsciente pervive esa traza animal, esa vena de superstición, esa tendencia a conectar con lo desconocido (parezco Íker Jiménez) de cuando no había farolas y las sombras eran dueñas de todo en cuanto el sol se iba.

¿Triunfaría en España un formato así? Yo creo que sí. Por el mismo motivo que tienen éxito series como Entre fantasmas o Médium. Por lo mismo por lo que se llenan las salas de cine cuando hay una peli de miedo, o por el mismo motivo por el que siempre hay que hacer cola en el Túnel del terror.

El miedo, como la risa o el sexo, hace que produzcamos endorfinas, las llamadas hormonas de la felicidad, que tienen el cuerpo efectos similares a los de los opiáceos…

¿Y quien no quiere sentirse así de bien sin acabar esperando la furgoneta de la metadona?