Las bromas llegan demasiado lejos en ‘La Casa Fuerte’ con peligro de envenenamiento

Marta, aliñando el té de Albert.

El aburrimiento es el padre de muchas desgracias. ¿Sabéis esos que se ponen a tratar de prenderle fuego a un pedo? No lo hacen porque su vida esté llena de otras emociones. Por eso en La casa fuerte se pasan el día haciéndose bromas, pero la última ha pasado de castaño azuloscurocasinegro.

De los tartazos con harina y nata se ha llegado a cosas que podrían acabar en alguien dándole trabajo al médico. Aunque sólo entre el doctor a decir «sois gilipollas y en vuestra casa lo tienen que saber.

Pero antes de llegar a este punto, veamos qué ha pasado últimamente en La casa fuerte

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En su paso al más allá (a las habitaciones) Marta, en una herencia que no podría dejarla ni Amancio Ortega, le dejó a Pavón y a Samira su colchón, que al parecer es «gordo», habiendo otros que son «finos». Y en cosa de colchones, el tamaño sí importa.

Pero Asraf e Isa Pantoja se creen más listos que Einstein sumando con los dedos, aprovechando un despiste cogieron sus colchones, finos y le dieron el cambiazo a Samira y Pavón. Cuando éstos se lo reprocharon, la respuesta de Isa y Asraf, de Israf, fue que los habían cogido «por antigüedad».

«Tú eres la nueva y yo no tengo la culpa», dijo Isa, para la que ser antigua en algo da derecho a cualquier cosa. Por ejemplo, si una señora de la limpieza lleva mucho en una oficina y llega un nuevo presidente ejecutivo, ella puede reclamar el despacho, por antigüedad.

Los bedeles de la Casa Blanca no presiden EE UU porque no quieren complicaciones, pero poder, podrían, porque llevan más tiempo allí que Trump.

Pero Pavón y Samira reaccionaron con justo encono y se llevaron de nuevo sus colchones. A Pavón le mentas a la madre y te perdona, pero el colchón no. EL COLCHÓN GORDO, NO.

Marta y Albert se estrenaron como residentes levantándose de madrugada a arrasar la cocina. La gente que vive en la costa del Pacífico temen ver llegar a los tsunamis y los tsumanis temen ver llegar a Marta y Albert con hambre.

Su menú consistió en atún, nata y tomate, que es lo que hay en las jeringuillas de los presos condenados a muerte por inyección letal. Y claro, a Albert le dio un apretón que con la fuerza de expulsión de su culo se podrían poner satélites en órbita. Se tuvo que agarrar a la tapa del váter para no salir por el ventanuco del baño.

A los acampados les han dado una hora diaria de agua caliente, pero antes de que amanezca. El primer día no fue a ducharse más que Pavón. Los demás prefirieron oler a mofeta con aerofagia y seguir durmiendo. 

El que sí se quería duchar era Asraf, que como Isa tenía un mal día le propuso que se ducharan juntos. Pero por ella. No porque el pequeño Asraf de cabecita púrpura quisiera hacer espeleología, no, lo hacía por pasar tiempo juntos él e Isa hablando de sentimientos.

Marta ha empezado una dieta. Una dieta de engorde que no la ves ni en las dehesas extremeñas cuando llega la época de vender los gorrinos. Se puso a desayunar y se metió entre pecho y espalda calorías como para alimentar a una tribu del Amazonas dos años.

«Luego dices que estás más gorda. ¿Cómo no vas a estar más gorda si no paras de engullir?», le dijo Mahi, porque Mahi sabe cómo decir las cosas con sutileza. Afortunadamente Mahi no es médico, porque la veo saliendo del quirófano e informando a los familiares. «La abuela suya está jodida, yo iría a casa a arramplar con las joyas que haya, porque estira la pata de aquí a nada».

«Lo único que haces es comer lo mismo, pero arrepentida», pero no has cambiado nada, dijo Albert en un brillante análisis que dejó sin palabras a Marta y eso es mucho dejar.

Marta y Albert están aprendiendo tango, pero a Marta lo único que le interesa es que Albert le prenda el tanga. Los profesores de baile van a las clases arrastrando los pies y deseando arrancarse los ojos, porque el tango de Marta y Albert lo pones en medio de una boda de los años 80 y parecen dos cuñados borrachos bailando Los Pajaritos.

Isa se cogió un disgusto gordo como un diplodocus con problemas de tiroides porque se le rompió un espejo y si eso pasa «te cae una maldición horrible».

«Esta superstición me viene de mi madre, que tiene muchas», confesó Isa. Los padres que le enseñan a sus hijos a montar en bici hacen el idiota. HAY QUE ENSEÑARLES SUPERSTICIONES para que pasen por la vida sin una sola maldición.

El mal de ojo le puede a la ciencia fijo. Si se rompe un espejo son 7 años de mala suerte, eso lo sabe todo el mundo y está documentado y sellado ante notario. Se decidió el día que se eligieron las maldiciones.

– A ver, Yahvé, ¿cuánta condena ponemos por lo de robar y matar?

– Bueno, un par de añitos de mala suerte, que tampoco vamos a pasarnos.

– ¿Y por lo de romper espejos?

– ¡SIETE PUTOS AÑOS, Y CALVICIE, Y QUE LOS HIJOS TE SALGAN TRÓSPIDOS Y QUE SE TE MUERA EL CABALLO Y SE TE AGRÍE LA NATA!

Y así fue.

«El sexo y el chocolate todo lo arreglan», dijo Rebeca acudiendo al rescate de Chabelita, que lloraba a moco tendido y extendido. Rebeca tiene razón. Si Hitler y Churchil hubieran comido chocolate y follado un poco, nos habríamos ahorrado la II Guerra Mundial.

Isa siguió llorando, pero bien que se comía el chocolate, que los lacrimales y la masticación no están reñidos.

En otro orden de cosas, a Marta le gastaron una broma en la que le echaron encima un poco de harina. Como descubrió que Albert sabía que eso iba a ocurrir y no la había avisado, lo consideró una traición. Y se lo hizo pagar echándole en la bebida limpiacristales.

Y claro, Albert, sin saberlo, se lo bebió. Afortunadamente Marta se arrepintió rápido y le dijo «¡NO TE LO TOMES!» y Albert se puso a escupir como una llama masticando chicle. «Embriaguez, irritación gastrointestinal, náuseas, vómitos, depresión del sistema nervioso central e incluso puede provocar coma y la muerte por paro respiratorio» son algunas de las cosas que te pasan si bebes limpacristales. Eso sí, si lo haces en grandes cantidades. Albert no estuvo en peligro, pero ya le vale a Marta.

«No he tragado de milagro, porque ya lo tenía en la boca. No me creo que la gente haga tonterías como echar limpiacristales en un té», se quejó el maromo. Parece que aún no conoce a Marta. Los dinosaurios traicionaron una vez a Marta. SOLO UNA VEZ.

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