First Dates o cómo hacer que crujan cuellos con los hachazos y los cortes

La viva imagen de una mirada de amor.

Os acordáis de la serie esa de Spartacus Sangre y Arena? Sí, esa en la que unos gladiadores se acuchillaban y había sangre a borbotones, miembros cercenados, dos o tres degollados por capítulo y más sexo que en un día de curro de Nacho Vidal. Pues si la comparas con la violencia de First Dates, Spartacus se podría emitir en el canal Disney.

Madre del amor hermoso el reality de citas de cuatro. ¿Por qué leches les llaman citas cuando quieren decir peleas de perros? Sólo faltan señores a los lados de las mesas intercambiando billetes y papeletas de apuestas.

Vamos a repasar y comenta una de esas citas, amables, cordiales y fructíferas como meter en un cubo una cobra y un escorpión.

Se trataba de una tal Raquel (a la que no conozco de nada, ni siquiera porque sea seguidora del blog y de FB). La muchacha llegó pidiendo un tipo «moreno» (si sois rusos iros tocando vosotros porque ella no lo hará), «que tenga un cuerpo trabajado» (no se refiere a un cuerpo de doblar el lomo en un bancal, sino a machaquita de gimnasio), «que se gane la vida con su cerebro» (por ejemplo prestándolo para la investigación médica, supongo) y que «trabaje de día» (sí, a Raquel le tira los trastos Bruce Wayne y le escupe a la cara).

El muchacho… bueno, tenía pinta de ir buscando cualquier hembra que estuviera viva. Y si está muerta pero todavía calentita… Sin embargo declaró haber estado «con chicas muy guapas». Chicos, de verdad, los actos onanistas cometidos pensando en alguien no os une necesariamente a esa persona. «Me gusta mucho Sara Carbonero», dijo como ejemplo. Me descojono.

Y el muchacho, que es temerario como meter el pene en un avispero, se dedicó a preguntarle a Raquel la opinión que tenía de su físico. Probablemente lo hizo porque no se fijó en la cara de la zagala, que le miraba como se mira una multa en el parabrisas de tu coche.

«Eres más grande de lo que imaginaba«, dijo ella. Traducción: eres más gordo de lo que estoy dispuesta a tolerar.

«Pues sí que pegarías con un tío grandote«, dijo él. Traducción: me suda la uretra cómo seas, fueras o fueses, pegarías conmigo igualmente, porque me vale cualquier cosa que tenga uno o más agujeros.

«¿Tú te consideras un tío cachas?«, inquirió ella.

Sí, amigos, era una trampa.

«¿Dónde queda la diferencia entre un tío cachas y un gordifuerte?«, preguntó la muchacha ante el sí de él, con una cara de «quécojonesmeestáscontandotronco», que si la pinta Leonardo Da Vinci en lugar de la Mona Lisa no va al Louvre ni Dios.

Pues yo se lo explicaré, como representante de los gordifuertes (e incluso de los gordis, a secas): La diferencia está en que un cachas se hace deprisa y corriendo en una máquina impersonal y fría, tienen los pies como criaderos de champiñones de cogerse hongos en las duchas y son adictos al olor a sobaco. Por otro lado los gordifuertes se hacen con el tiempo, a base de cariño y cocidacos de sus madres. Son limpitos (excepto subiendo una cuesta en verano) y son blanditos y confortables.

Es como comparar un cojín molón con un cacho piedra.

El muchacho le enseñó una foto en el móvil donde se veía su tableta, ya perdida, como el que enseña un solar donde ahora hay un edificio y dice «esto antes era todo campo». Lo que pasa es que en el móvil tampoco se veía la tableta esa. Lo mismo ampliándolo un poco… un poco, así como con un cartel que tape un edificio en rehabilitación, por ejemplo.

«¿Dónde está la tableta, es la de Valor que te has comido?«, dijo después en privado Raquel. Ah, la fina ironía hiriente y descarnada. La adoro.

A esas alturas de la cita Raquel ya se daba al risotto como última salida, se agarraba al arroz como Rose se agarraba al trozo de puerta flotando tras el hundimiento del Titanic. Y como en la peli, en aquella madera no cabía el tío.

«Para que esto salga bien ella tendrá que relajarse», decía Sobera. Ni con un kilo de Prozac salía eso bien. Ni poniéndole a la muchacha una vía con un gotero de tila.

Y la cosa ya se desató en la decisión final, donde elegían si tener o no una segunda cita. No, no querían, igual que no querían ser fusilados al amanecer, cosa que habrían preferido a tener que verse de nuevo.

«No me gusta porque es superficial con el físico», decía Raquel. «Es justo lo que has hecho tú«, le replicaba el chaval, en lo que fue un ZASCA que se venía oliendo aunque solo fuera porque se llevara ella alguno después de haber repartido mierda como para abonar los jardines de Versalles. «Te he pillado y te molesta«, le dijo el gordifuerte en una de las pocas cosas coherentes que dijo.

«Estás despechadillo y sale toda la mierda«, replicó ella. Si después de eso le besa y se lo tira allí mismo nos deja a todos con el culo torcido de la sorpresa. Pero no. Lo único que se tiró allí fue el chaval a por la comida.

Ah, el amor.

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