Hay cosas que uno recuerda de su infancia cuyo valor no puede calcularse, medirse o ser descrito de ninguna de las maneras, como el sabor de la Nocilla cuando estabas viendo Los caballeros del Zodiaco o el resquemor de las rodillas peladas cuando te caías de la bici.
Y, entre esas cosas maravillosas y únicas que tantos sentimientos despertaban y despiertan, seguro que tenéis algún juguete (o algunos). En mi caso, y seguro que en el de muchos de vosotros, ese juguete especial por encima de muchos era Tristón.
«Le han echado. No le quieren. Pobrecito qué va a hacer. Busca a alguien que lo cuide y lo sepa comprender. Tristón solo pide un amiguito para darle mucho amor».
¡¡Y el perro llorando!! ¡¡Terrorismo emocional!! ¿Pero qué publicidad traumagénica es esta, por diosa? Lee el resto de la entrada »