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Hablamos con Chelo Vivares, la actriz que habitaba en el traje de Espinete

Para muchos niños de este país hubo un antes y después, marcado por la llegada de Barrio Sésamo. Para otros muchos, como yo, ni siquiera existe un antes: no hay una memoria en la que Barrio Sésamo no exista. Así de importante fue.

Amigos, preparaos, que viene el tren :’)

Maravillosas tardes de pan con nocilla delante del televisor, cuando abandonábamos nuestras salas de estar y nos metíamos de lleno en aquella plaza, frente al quiosco de Julián o la panadería del inolvidable Chema, de la mano de un equipo de «niños como nosotros» que nos enseñaron los grandes secretos de la vida. Como por qué tenemos cosquillas, por ejemplo 🙂

Entre todo el maravilloso elenco de personajes que nos acompañaron tarde a tarde destaca, indudablemente, él: Espinete. Un enorme erizo de color rosa que caminaba desnudo y se ponía pijama para ir a dormir sin que a nadie le pareciera cosa extraña. Seguro que aún recordáis su voz, ¿verdad?

Pues esa voz es la de la mujer que habitaba bajo ese enorme y peludo traje: Chelo Vivares. Una de las actrices más icónicas de nuestra historia, que ha tocado palos como para llenar casi medio siglo de profesión, que es la voz de personajes tan conocidos como Ralph, Kernie o Rod y Tod, de Los Simpson, o Mandark de El laboratorio de Dexter, y a quien actualmente podemos encontrar en la sala Tribueñe de Madrid.

Chelo-Vivares

Y que, además (seguro que muchos ya sabéis esto), era la mujer de Juan Ramón Sánchez, más conocido como Chema, el panadero de Barrio Sésamo, a quien en este blog ya dedicamos un artículo.

Pues Chelo, a quien le agradezco infinito su tiempo, ha aceptado hablar conmigo un ratito ratazo para contarme qué fue de ella, después de ser el erizo más querido de España:

Barrio Sésamo empezó a emitirse en el ’83. ¿Dime, Chelo, cómo llegaste tú al interior del traje de Espinete?

Yo estaba haciendo una cosa en televisión, y un día me llamaron a un despacho, me comentaron un poco del tema, me tomaron medidas y me dijeron «no te decimos más, pero si sale te va a gustar mucho». Con el tiempo me llamaron para hacer una prueba física en un estudio pequeñito, una especie de casting con un montón de gente, e improvisé. Después de un tiempo me llamaron de nuevo para decirme que me habían elegido, y entonces ya supe de qué iba el tema.

¿Ya habías trabajado para el público infantil?

Había hecho alguna cosa de teatro, y colaborado en Un globo, dos globos, tres globos, pero nada parecido a esto.

¿Y cómo era estar en ese traje? Tenía que pesar una barbaridad.

Pesaba, pesaba un montón, no sé cuánto, pero el problema no era tanto el peso como que era completamente hermético. La complicación era la falta de oxígeno, se podía estar poco tiempo dentro. Se iba cortando cada poco para que yo me resfrescase y el muñeco se ventilara. Cada vez que me lo quitaba salía hasta con el pelo mojado.

¿Tú eres consciente de que tu voz, en su forma de Espinete, está grabada a fuego en la memoria de muchas generaciones?

Sí, claro. Da muchísima alegría y muchísima satisfacción. Además fue evolucionando, empecé tímida hasta que lo pillé, hasta que fue saliendo. Nos fuimos acoplando yo a los guionistas y los guionistas a mí. Había palabras en el guion que yo tenía claro que un niño no diría. Me fijaba mucho en los niños y en su manera de hablar, sus estructuras, así que yo iba diciendo el texto con un fraseo diferente de manera inconsciente. Pues eso: empezamos con más formalismos y fue fluyendo, evolucionó.

Lo bordabas, estaba claro que eras un niño, eras un espejo perfecto.

Sí, y es verdad que todo el mundo pensaba que lo que había dentro del traje era un muchacho, nadie pensaba que fuera una chica.

Eso pasa también en el doblaje, ¿verdad? Tú le pones voz a muchos chicos. Es tremendo lo que haces en Los Simpson. Te confieso que la frase de «yo me llamo Ralph» es un chascarrillo que me llevo a todas partes.

El personaje de Ralph es muy divertido, te confieso que de los que hago es el que más me gusta. Es muy tierno, me gusta mucho.

Además a ti es muy difícil reconocerte detrás de todas tu voces y registros.

A veces sí. Yo me he currado mucho que ninguna voz se parezca a la de Espinete, te lo digo. Pero también es verdad que muchas veces no es por la voz, es por la forma de hablar, por los giros, la manera de frasear. Cuando estás doblando te tienes que ceñir a lo que estás viendo.

Es impresionante lo que has hecho en doblaje.

Porque son muchos años. Pero lo suyo es que todavía trabajáramos más.

Ojalá. Seguro que no te digo nada nuevo, pero en España tenemos unos dobladores que sois magníficos.

Sí, desde luego. Hay personas que no lo valoran, pero yo defiendo el doblaje a capa y espada. Las versiones originales tienen su público, pero está bien que exista la opción, porque una gran mayoría no llega a ver versiones originales ni a leer subtítulos sin perderse escenas.

¿Y qué dirías que te exige más, el doblaje o la actuación?

Son cosas distintas, pero para mí ser doblador es ser actor de doblaje, y el actor de doblaje tiene que ser actor. Cuando estás doblando puedes repetir, y con imagen también puedes repetir. En teatro no, lo que sale, sale. Son partes distintas de un todo que es ser actor. Cuanto más tiempo estás y más palos tocas, mejor.

Y tú has tocado todos los palos.

Yo soy actriz desde el ’73, me ha dado tiempo a muchas cosas.

Chelo, tú estabas casada con Juan. ¿Te apetece hablar de él?

¡Claro! Me halaga que me pregunten por él, me encanta hablar de Juan.

¿Juan y tú os conocíais antes de Barrio Sésamo? ¿Ya estábais casados?

Nos conocíamos antes de Barrio Sésamo, sí. A Juan lo conocí cuando él estaba en Red de San Luis, y una de las componentes, amiga mía, enfermó y me pidieron que la sustituyera en unas galas. Ahí fue cuando yo conocí a Juan, y fue lo que se llama un flechazo. Quiero por cierto nombrar a mi amiga: se llamaba Macu Sanz y ha fallecido hace poquito. Y donde esté le mando un beso enorme.

Después de un tiempo yo hice el casting para Barrio Sésamo, él hizo el casting para el personaje de Chema y fue casualidad que nos llamaran a ambos. Estábamos a punto de casarnos. Cuando empezamos a rodar llevábamos casi tres años juntos. Fue como un regalo de bodas.

¿Y cómo fue trabajar juntos haciendo algo tan especial?

La gente siempre dice que «uuuyyy, trabajar con la pareja, ¡qué complicado!». Nosotros nunca tuvimos problemas, era hasta más fácil, nos veíamos más. Sé que él lo pasaba mal porque yo siempre he sido muy bruta trabajando, cuando no podía más seguía aguantando con el traje, y él se enfadaba: «Que te he dicho que pares, que luego mira cómo sales», pero no había más problemas.

Desde fuera se respiraba una química especial, no necesariamente entre Chema y Espinete, era como una buena sintonía entre todo el equipo, en todo el Barrio.

Era muy buen equipo. Todos los que estábamos allí trabajando. En tres años y pico claro que hubo alguna discusión, pero era muy buen equipo. Y con respecto a Juan pues… Es lo que más echo en falta.

Quienes entonces éramos niños fuimos muy afortunados, porque durante finales de los ’70 y todos los ’80 se hicieron cosas de muchísima calidad dirigidas al público infantil. ¿Crees que se ha perdido?

No, ahora no se hace, creo que no. En televisión hay mucha animación y punto, nada más. Hay algunos que están muy bien. Por ejemplo Peppa Pig está fenomenal, y la compañera que la dobla, Cristina Yuste, es magnífica.

Juan y tú trabajasteis juntos muchísimo tiempo, dentro y fuera de Barrio Sésamo. ¿Hay algo que recuerdes como un momento muy especial en vuestra carrera en común?

El momento Tribueñe. Llevo allí desde 2003. Fue un momento mágico, de mucho trabajo. Quiero aclarar que la sala no es nuestra, es de unos amigos que se la están currando, pero fue un momento nuestro en el sentido de que ahí curramos, sobre todo Juan, con todo su esfuerzo, sus manos, de obrero. Nosotros y nuestros amigos. Fue especial porque era una manera diferente de trabajar, porque Irina Kouberskaya trabaja de una manera muy especial y los dos sentimos que queríamos volver a hacer teatro.

Dices que Juan hasta puso ladrillos, yo tengo una amiga que a las personas como Juan las define como que «lo mismo te pintan un cuadro que una cuadra».

Claro, es que Juan tocaba todo. Era pintor, escultor, hacía planos, hizo los planos de nuestra casa… El diseño inicial lo hizo un amigo en una servilleta de un bar, y Juan hizo la maqueta, que aún tengo en casa, y los planos para el arquitecto. Era algo que me fascinaba de él. Hacía de todo. Tocaba todos los palos.

He buscado por todas partes un cuadro suyo, sé que incluso tú hiciste una exposición hace unos años, y no he encontrado ni una foto de un cuadro de Juan. ¿Cómo podría verlo?

Pues yo tengo fotos, si quieres te las mando.

¿Te gustaría añadir algo antes de terminar? Sé que te sentiste particularmente dolida con los rumores que durante años pesaron sobre Juan.

Sí, me gustaría dejar clara una cosa… Poco se puede añadir ante una estupidez como todas esas bromas de la harina y de las drogas… Solamente que las personas que en su día sacaron este absurdo, estos imbéciles que dijeron aquello por hacer una gracia, que llegaron a publicar que había muerto de sobredosis… No solo no hace gracia, sino que puede hacer mucho daño. A él no, pero yo monté en cólera. Lo leí en un periódico en papel y quería demandarlos, y él dijo que cómo íbamos a molestarnos en contestar a aquella tontería, que había que pasar de ello. Luego Juan se fue, siguieron diciendo estupideces y para mí fue peor. Me sigue haciendo daño.

¿Cambiarías algo de tu vida, Chelo?

Cambiaría algo. Pero todo lo que yo he ido haciendo ha sido producto de un momento determinado. Que ahora algunas cosas las ves tonterías pero como no se pueden ya cambiar, pues ahí quedan. Y todo lo bueno o malo que vas haciendo en tu vida va quedando también. De los errores se aprende y se rectifica. Y pobre del que diga que ya no tiene nada que aprender.

¿Te podremos seguir viendo mucho tiempo en el Tribueñe?

¡Eso espero! En verano no, que se cierra, lamentablemente. Pero merece la pena ir al Tribueñe, porque son unos montajes… Tanto de Irina como de Hugo Pérez, que es un genio. Merece mucho la pena ir a verlo.

 

 

Y Chelo, en su infinita amabilidad, nos ha enviado fotos de tres obras pictóricas de Juan.

Yo me quedé sin palabras al verlas. Qué gran verdad es que la marcha de Juan fue una pérdida para el renacimiento. Pero qué gran suerte que aún tengamos a Chelo, que es otro de esos regalos geniales que aún nos quedan de aquella época maravillosa en la que todo un país se enamoró de un enorme erizo de color rosa.

Gracias por todo, Chelo. Por todo :’)