Yo me imagino que Adelmo Fornaciari, más conocido como Zucchero, es para Italia algo así como lo que Barry White para EE.UU. Aunque, a nivel español, lo que me llama más la atención es su parecido (físico) con Javier Gurruchaga.
Zucchero en el Universal Music Festival (2017, GTRES)
Aunque nos escapa a la mayoría, Zucchero (como pasa con tantas otras estrellas musicales que tuvieron un boom en los ’90 o 2000 –véase Blondie-) tenía ya una larguísima trayectoria antes de que los oídos de los profanos oyeran hablar de él en su boom de los 2000 (como pasa con tantas otras estrellas musicales, véase Blondie again).
Pero sí: Zucchero, que además de música estudió veterinaria (aunque no terminó la carrera), inició su actividad (musical) en 1970 cuando fundó Le nuove luci, mientras estudiaba, con un grupo de jóvenes como él, y desde entonces se dedica a la música.
Cantante, guitarrista y saxofonista, declarado amante del blues por encima de todas las cosas, también toca (para sí y para otros) pop, rock, funcky, soul y R&B (¡R&B!).
Su primer álbum de estudio, Un po’ di Zucchero (juego de palabras, Un poco de Azúcar-Zucchero), no llegó hasta los años ’80 y pasó sin pena ni gloria. Pero solo un año después escribiría la canción que Marina Fiordaliso llevaría al festival de San Remo y que después tanto escucharíamos aquí traducida al español: Non voglio mica la luna (Yo no te pido la luna).
Gracias a eso, llegó en 1985 lo que muchos consideran el empujón definitivo de su carrera y lo que le permitió llegar a donde llegó: su álbum Zucchero & Randy Jackson Band, con quien quedó, ese año, en octava posición en San Remo con la canción Donne.
De ahí al fin del mundo. Además de sus propios álbumes hizo enormes e inolvidables duetos con otros grandes del escenario, como Sting, Elton Hohn, Stevie Wonder, Paul Young (con quien interpretó Senza una donna) o Luciano Pavarotti (junto a quien cantó Miserere -letra en inglés, por cierto, de mano de Bono de U2).
Quién iba a decir, con tan insigne currículum, que su más sonado éxito, número uno y tema del año en infinidad de países (entre ellos el nuestro), todavía estaba por llegar: a principios de los 2000, seguro que lo recordáis, sonó en todo el planeta Baila (sexy thing).
Por favor, qué maravilla.
Desde entonces su producción ha continuado abundante y de enorme calidad, como venía siendo antes de Baila, aunque ningún tema ha vuelto a alcanza aquel enorme éxito.
Llaman la atención algunos de sus trabajos. Su primer álbum tras Shake (en el que estaba Baila), fue Zucchero & Co, repleto de duetos con otros artistas como Maná, de nuevo Paul Young, Tom Jones o la desaparecida Dolores O’Riordan.
Después de eso ha tocado una variedad de registros que no ha dejado títere con cabeza. En el álbum Fly, por ejemplo, metió mucho bailable, como Bacco Perbacco, y en 2012 y 2013 sacó dos álbumes, La sesión cubana y Una rosa blanca para España y Latam, que de primeras tú las escuchas y dices… «Pero qué le ha dao». Pero en plan bien, vaya.
No han faltado, por supuesto, los recopilatorios (All the Best, 2007), los Live (Royal Albert Hall, 2004) o las ediciones de lujo (Black Cat, 2016).
El álbum Wanted, de 2017, es dos cosas a la vez, ya que es un recopilatorio que tuvo después una edición de superlujo.
Lo último es de finales de 2019, esos tiempos (justo) prepandemia en que el mundo aún no se había parado, y es su álbum D.O.C., su decimocuarto álbum de estudio. Y tiene una peculiaridad, y es que es el primer álbum de Zucchero que no debuta en el número uno de las listas de álbumes italianos, quedando en segunda posición. Se presentó con el tema Oro, incenso e birra, un tema original de 1989 con el que celebraba un 30º aniversario.
Como curiosidad, os cuento que, además de interpretar y componer sus canciones, aún compone y escribe para otros artistas, entre ellos su hija Irene Fornaciari que ha sacado al mercado ya cuatro álbumes de estudio con una gran cantidad de temas escritos por su padre y que ella interpreta de esta manera que no tiene desperdicio alguno: