Si a finales del s. XX eras un hispano intentando abrirte un hueco en la industria del CINE con mayúsculas, Hollywood tenía un papel guardado para ti: el de matón latino. Esto es así: había actores que se quejaban de estar encasillados, pero Hollywood era (¿es?) capaz de encasillar a todo un colectivo. Ay, camión, mátame pronto…
El de Rick Aviles no fue un caso diferente: nacido en Nueva York en el 52 y de padres igualmente neoyorkinos, su ascendencia portorriqueña y venezolana le dio unos rasgos morenos que a la industria le encantaban para los papeles de malo. Y como malo pasó a la posteridad, cuando interpretó a Willie López en Ghost, en 1990.
Antes de ese papel había tenido unas cuantas incursiones en cine y televisión, estrenándose como Pancho Díaz en The Day the Women Got Even en 1980 y participando en algunos títulos aún recordados, como Los locos del Cannonball.
Pero fue después de Ghost cuando parecía que empezaban a contar con él para títulos más relevantes y de mayor presupuesto.
En el 93 lo vimos como Quisqueya en Atrapado por su pasado, de Brian De Palma, con Al Pacino y Sean Penn.
Y en el 95 fue una de las estrellas que participaron en una de las cintas más caras de toda la década de los ’90 (y también uno de los mayores fiascos de taquilla): Waterworld, con Kevin Costner
Era pronto para saber, a largo plazo, qué le deparaba la alfombra roja, pero el destino tenía para él sus propios planes, y la de Aviles fue una de las muertes más trágicas de por entonces.
Rick era muy querido en los círculos de la industria cinematográfica y era conocido por su enorme sentido del humor y sus participaciones en shows de stand up comedy. Por eso su muerte a causa del SIDA el 17 de marzo de 1995, después de años de adicción a la heroína, causó una fuerte conmoción entre quienes lo conocían más de cerca.