Juan Carlos Escudier

Archivo de julio, 2007

Paso al senador Juan Fernando López Aguilar

Si hay un político que no termina de levantar cabeza ése es Juan Fernando López Aguilar. Al ex ministro le dio la depre cuando Zapatero le ordenó conquistar Canarias y desde entonces sigue rumiando su mala suerte por las esquinas. Haberse convertido en presidente le hubiera aliviado bastante, es verdad, pero López Aguilar sabía desde el principio que aquello era metafísicamente imposible, ya fuera porque no le dieran los votos, porque no le diera la gana a sus enemigos de Coalición Canaria o por las dos cosas.

Los socialistas, de natural solidarios con el que sufre, habían previsto una operación de rescate que permitiera al disciplinado candidato poner agua de por medio y alejarse del archipiélago buena parte de la semana -¡qué largas son las semanas en Canarias!- con otra excusa añadida a su asistencia a las reuniones de la Ejecutiva socialista.

En Ferraz se tuvo claro que el bálsamo de Fierabrás que necesitaba López Aguilar era un escaño en el Senado, un balneario que le permitiría estar en Madrid, o sea, en la pomada, sin hacer evidente que los aires de las islas le sientan como un tiro. En cualquier otra comunidad habría sido posible aplicarle la cataplasma de manera automática, pero resulta que en Canarias es incompatible ser senador por designación autonómica y diputado regional. La mala suerte se ceba con este hombre.

La única alternativa –y en eso están- es esperar a las próximas elecciones generales para que se gane su escaño en la Cámara Alta en elección directa, que eso sí que le permitiría compatibilizar ambas responsabilidades. Mientras tanto, para dar oxígeno al desfallecido dirigente, está previsto que el canario tenga una actividad destacada en la elaboración del programa electoral, cuya coordinación ha sido encargada al ministro de Trabajo, Jesús Caldera. Y a ver si el enfermo mejora…

El despertar (subitulada para sordos)

Las quejas comenzaron a llegarle en el mes de marzo. Según se le informó desde Ferraz, había ministros que desatendían por norma las peticiones para que participaran en los actos políticos del partido. Algunos habían llegado a una conciliación tan perfecta de la vida familiar y laboral que consideraban que los fines de semana debían abdicar de su condición y dedicarlos al descanso doméstico; otros, sólo se dignaban a acudir a las convocatorias si el lugar elegido les resultaba atractivo. A menos de dos meses de las elecciones municipales y autonómicas, el Gobierno se había vuelto ingobernable y Zapatero dio un puñetazo en la mesa. Todo el Gabinete acudiría sin rechistar donde se le indicase. Era una orden.

Entre los más díscolos se encontraban el ministro de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla, y la ministra de Vivienda, María Antonia Trujillo. La huelga de brazos caídos de los fines de semana era sólo el exponente de una deficiente coordinación del Ejecutivo, una función propia de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega. Ella misma se había vuelto reacia a solapar sus apariciones con las de Zapatero. Sostenía que si el presidente del Gobierno protagonizaba alguna pieza en los telediarios, ella se reservaría para otro día. “Y es que hay otras cosas además del telediario, por ejemplo la prensa regional, que es muy importante para tener presencia informativa”, afirma sobre este asunto un dirigente del PSOE.

La situación era kafkiana. Con todo el PP centrando el debate en la política antiterrorista y en la negociación con ETA, los miembros de un Gobierno paralizado se quedaban en casa para ver a Acebes por la tele, ya fuera por propia iniciativa o porque la agenda que semanalmente elaboran Fernández de la Vega y ese genio de la comunicación que habita en Moncloa y que se llama Moraleda les excluía. Esto último es lo que solía ocurrirle al ministro de Trabajo, Jesús Caldera. En resumidas cuentas, mientras los socialistas trataban de librarse del corsé de ETA y vender como grandes logros la ley de Dependencia, la creación de empleo, la subida de las pensiones y del salario mínimo o el estatuto del autónomo, el responsable nominal de estos avances se hallaba desaparecido en combate.

En aquella dinámica había influido la propia consideración que del Gobierno tenía Zapatero, para quien el consejo de ministros debía considerarse un simple órgano de gestión. En consecuencia, la mayoría de los que se sentaban junto a él los viernes en Moncloa no dejaban de ser altos funcionarios y técnicos, comenzando por los propios vicepresidentes, Pedro Solbes y Fernández de la Vega. A diferencia de otros gobiernos y de otros presidentes, Zapatero había renunciado a dos cosas: a que los ministros hicieran política y a tener a su diestra a alguien que pudiera ser considerado su número dos, una figura que tampoco existe en el partido desde que el lo dirige.

Los pobres resultados de las elecciones municipales y autonómicas representaron el punto de inflexión definitivo. Posiblemente, Zapatero tomó entonces la decisión de hacer la crisis, una medida que no ejecutó de inmediato para evitar que fuera interpretada como una reacción ante una derrota que el PSOE negaba. Consumada ya la ruptura formal de la tregua por parte de ETA, el propio presidente avanzó su cambio de actitud en el último comité federal del partido: no rehuiría el cuerpo a cuerpo con Rajoy ni siquiera en política antiterrorista porque, según dijo, los socialistas no tenía nada que ocultar.

La nueva estrategia se puso en práctica en el debate sobre el Estado de la Nación de la pasada semana. Agresivo como pocas veces se le había visto, Zapatero terminó vapuleando a Rajoy e imponiendo el discurso que le convenía: economía, avances sociales, derechos civiles y un ‘baby-cheque’ recién horneado. El siguiente paso, ahora ya sí, era tomar el camino de la Zarzuela, pero no para presentar su renuncia al monarca, como le pedía Rajoy, sino para anunciar el cambio de Gobierno y confirmar, de esta manera, que agotará la legislatura.

En cierto modo, los relevos han sido los esperados. La columna vertebral del Gabinete permanece inalterada, en torno a Solbes, Rubalcaba y Caldera, al que se ha recuperado para la causa con el encargo de redactar el programa electoral. Salen los ‘huelguistas’ Trujillo y Sevilla –que podría ser desterrado a Valencia para reflotar a la organización regional de su naufragio-, y se despide con alivio a Carmen Calvo, que había concitado la animadversión del mundo de la cultura que tanto apoyo dispensó al PSOE en 2004.

El fichaje del científico Bernat Soria como ministro de Sanidad anticipa la intención de Zapatero de hacer de la investigación uno de sus mensajes electorales de 2008. Otro volverá a ser la vivienda, donde ha colocado a Carme Chacón, por la que siente una predilección especial. La cuenta atrás para las generales de 2008 ha comenzado.

El Gran Hermano de Moncloa: Sevilla, Trujillo y Calvo abandonan la casa

Zapatero no tendrá el cuaderno azul del que presumía su antecesor, pero las cuartillas que utiliza son mucho más discretas y efectivas. La segunda gran remodelación del Gobierno que acaba de anunciar certifica su disposición a concluir la legislatura y confirma una cierta vena sádica, que se manifiesta en hacer las crisis en viernes, con los ministros reunidos en Moncloa mirándose entre ellos para tratar de averiguar a quién ha llamado al confesionario y quién, como en Gran Hermano, debe abandonar la casa.

Hablemos de las incorporaciones. De Carme Chacón todo el mundo en el PSOE sabía que algún día sería ministra. Cuando Zapatero tomó las riendas del partido, allá por el 2000, situó a Chacón al frente de la secretaría de Educación y fue ella quien coordinó las movilizaciones contra la política del PP que significaron el debut de Zapatero como pancartero. Cuando los socialistas ganaron la elecciones, ZP le explicó por qué no la había sentado en el Gabinete: era demasiado joven. Por eso la promovió a la vicepresidencia del Congreso. Al parecer, la joven ya tiene edad suficiente como para ser la titular de Vivienda.

Bernat Soria es el ministro-reclamo, un prestigioso investigador en el campo de las células madre a quien el PP, en general, y la moral católica de Ana Botella, en particular -que impulsaba y mucho la acción de aquel Gobierno de Aznar- estuvieron a punto de conducirle al destierro. Pronto descubrirá que no es lo mismo manejarse con el microscopio que con el Sistema Nacional de Salud. Sustituye a Elena Salgado, una mujer a la que Zapatero tiene en altísima estima, aunque ello no le impidiera abortar su última cruzada contra esa bebida alcohólica llamada vino, que en época electoral es un alimento.

El hasta hoy director del Instituto Cervantes, César Antonio Molina, es un hombre estiradísimo, que se cree el descubridor del castellano. Lo mejor de su llegada es que implica la salida de Carmen Calvo, un árbol caído del que mejor evitar hacer leña.

De las dos relevos, el más llamativo es el de Jordi Sevilla, uno de los integrantes de Nueva Vía, el grupo con el que Zapatero se hizo con el poder en el PSOE. A Sevilla, que era el responsable económico del partido, Zapatero se lo laminó en el pasado en beneficio de Miguel Sebastián y, a cambio, le prometió que algún día sería ministro. Eso sí, no le dijo por cuánto tiempo. El presidente ha sugerido en su comparecencia de Moncloa que Sevilla tendrá que hacer méritos de nuevo desde Valencia, donde el partido está prácticamente en derribo.

A Trujillo no se la echará a faltar. A la extremeña la pusieron en un ministerio sin competencias y pretendieron que hiciera el milagro de los panes y los peces. Era la cuota de Ibarra en el Ejecutivo, que ya no está para defenderla.

Rajoy y las croquetas

Resultaba extraño verles allí, de pie, con una caña en la mano y una croqueta en la otra. En la tribuna del Congreso intervenía el portavoz de Esquerra, Agustí Cerdà, que, por lo visto, abre el apetito. Habían pasado un par de horas desde que Rajoy se había líado a mamporros dialécticos con Zapatero y, acompañado de su estado mayor, había tomado posiciones en la barra de Casa Manolo, la taberna más a mano para el solaz gastronómico y etílico de los padres de la patria.

Rodeaban a Rajoy, el portavoz, Eduardo Zaplana, su secretario general, Ángel Acebes, la diputada Soraya Sáenz de Santamaría, y el siempre inquietante Carlos Aragonés, el que fuera director de gabinete de Aznar y fontanero mayor de Moncloa, muy posiblemente uno de los inspiradores del peor discurso que el líder del PP ha protagonizado en los últimos años. Zaplana fue el primero en contestar a la andanada de un periodista emboscado. “¿Que si también creemos que hemos perdido en el debate? No es lo que pensamos nosotros”.

El Rajoy del bar de la esquina, esto es, el tipo que comenta la jugada sobre lo sucedido poco antes en el Congreso no se parece en nada a la imagen hosca del político que encarna. Fuera de la burbuja en la que su entorno le encierra, el gallego es un señor amable y buen conversador, aparentemente sincero, al que no le atraganta ninguna pregunta. “Siendo éste el formato del debate, donde el presidente del Gobierno tiene todo el tiempo que quiere y yo 57 minutos, había que elegir los temas que más podían interesar a los españoles. Y creo que el terrorismo y las misiones del Ejército eran los dos grandes asuntos de los que había que hablar”.

Algo funcionó mal en ese guión porque cualquier observador imparcial pudo contemplar a Rajoy embarrado en ETA, repetitivo hasta el hartazgo, exigiendo al Gobierno que entregara las actas de sus reuniones con la banda o convocara elecciones anticipadas, mientras Zapatero se pavoneaba con la bonanza económica, anunciaba un cheque regalo de 2.500 euros para recién nacidos, le recordaba su pasado como ‘el señor de los hilillos del Prestige’, le retorcía el brazo con Navarra y con sus sucesores en el partido, y para colmo, insistía en que con los terroristas se acabó el diálogo y había llegado la hora de ser implacable.

“Es verdad que mi discurso no tenía una sola cifra; ni falta que hacía. Y claro que las manejo. Podía haber hablado mucho más de la vivienda, pero con eso no se consiguen titulares al día siguiente”, dice Rajoy ya sin croqueta. El argumento parece inapelable hasta que uno repasa el discurso del presidente del PP y cuenta líneas: seis para la educación; seis para inmigración; dos para vivienda; una y media para energía; tres para seguridad; dos líneas y dos palabras para infraestructuras; una y media para el agua; y algo más de dos para la política exterior.

Rajoy revive el debate para reafirmarse en la opinión de que no se equivocó. “Él me dijo que yo había llevado al PP de la mayoría absoluta a la oposición y yo le replique que era mejor eso que llevarlo a la indecencia como había hecho él; él me sacó lo de los hilillos y le he contestado que yo nunca he llamado accidente a un atentado…”. El ‘me dijo-le dije’ aún dura un rato, hasta que toca el turno del por qué no se dijo.

“¿Y por qué en vez de tantas referencias a ETA no ha existido una sola mención a que Zapatero perdió las elecciones municipales?”, se le pregunta. “¿Para qué? -responde- Me hubiera dicho que ninguno de los dos nos presentábamos a esas elecciones”. Aragonés, que está de los nervios porque el gran líder está hablando con desconocidos, logra, finalmente, meter baza, reducirle y sacarle del garito. Esto pasa por ir a tomar cañas sin tomar precauciones.

La irrupción popular en el Manolo sorprendió al diputado socialista Txiqui Benegas en una de las mesas dando cuenta de su particular refrigerio. “A éste le ha pasado con las actas de ETA lo que le ocurrió a Borrell con los devengos de la Seguridad Social”. Benegas estaba feliz, en consonancia con la euforia que se respiraba en todo el Grupo Socialista. Mañana se votan las propuestas de resolución. El PP ha pedido que el Gobierno entregue al Congreso las dichosas actas. Erre que erre.

Zapatero, al borde del orgasmo, se inventa el ‘cheque ZP’

La autocomplacencia es un virus que habita en La Moncloa que, tarde o temprano, acaba inoculado en la sangre de sus inquilinos. Zapatero está en el periodo álgido de la enfermedad. España no es que vaya bien, que diría su antecesor con bigote, es que “se ha engrandecido”, “está más fuerte que en 2004”, “es un país más seguro, “más digno”, “más libre”, una Arcadia en la que “se trabaja más que nunca”, “genera confianza”, se “dispone de mas renta” y se “pagan menos impuestos”. Así empezó el presidente su discurso en el debate sobre el Estado de la Nación y lo terminó hora y veinte minutos después prometiendo que cada niño que los residentes en España traigan al mundo vendrá con 2.500 euros bajo el brazo.

Zapatero nos despeinó con el viento en popa de la economía, nos salpicó de talante y reservó para el final sus referencias al terrorismo. Aunque parezca una contradicción in terminis, ha explicado que el Gobierno ha dialogado con ETA para derrotarla, valorando en cada momento las circunstancias. “Mientras ha habido una sola oportunidad de salvar vidas y cambiar el rumbo de nuestra historia, he intentado aprovecharla”.

El presidente es optimista pero no tonto y ha aprendido de los errores. Si, como ha dicho, todas las encuestas avalaban el deseo de los españoles de que lo intentara por las buenas con los de la capucha, ahora es tajante: “ETA ha hecho imposible un final dialogado de la violencia. No ha ninguna vía para el diálogo ni margen para intentarlo”. O sea, que será “implacable” y tal, y para eso pide al PP que no entregue a los terroristas “el premio de nuestra desunión”.

El discurso ha sido el balance de tres años que, a tenor de lo escuchado, nos sitúa en un país donde mana la leche y la miel y braman rebaños chapados en oro de 18 kilates. Sudamos superávit (el último, un 1,83% del PIB), hemos alcanzado la convergencia con Europa (aunque después de que ingresaran en ellas los países del Este), nos salimos en productividad (el 1%), construimos infraestructuras a tutiplén y creamos empleo para dar y tomar. Zapatero ha prometido que la próxima legislatura habrá pleno empleo.

El presidente ha dedicado más espacio a su talante –que recibe mucho a Rajoy y a los presidentes autonómicos y que contesta a muchas preguntas en el Congreso- que a la inmigración, parcela sobre la que ha ofrecido un dato desconcertante. “En 2006 y 2007, por primera vez en nuestra historia, el número de entradas de inmigrantes a través de las vías regulares supera a los inmigrantes irregulares”. ¿Y cómo puede saberlo este hombre?

Las reacciones de los grupos han sido las esperadas ante semejante despliegue de España feliz y de “historia de un éxito”. Zaplana ha dicho que este panorama irreal debe de ser el que se divisa desde el Palacio de la Moncloa; Durán (CiU) ha mentado a Alicia y su país de las maravillas; Cerdà (ERC) ha aludido al triunfalismo; Erkoreka (PNV) ha mostrado su incredulidad ante lo bien que va todo;y Joan Herrera (IU) ha tildado electoralismo y de derechas el ‘cheque ZP’ para recién nacidos.

Rajoy abre las puertas del infierno y termina abrasado

Ocurre en esos ascensores que descienden a reacción y que le dejan a uno el estómago en la tráquea. Habíamos oído a Zapatero describir el paraíso en el que habitábamos sin saberlo, quizás porque ahora las hojas de parra son de diseño, y, sin transición, hemos aparecido en los infiernos de la mano de Rajoy. Esto, más que un debate, ha sido una lectura de la Divina Comedia.

Lo de Rajoy tiene delito. No es que no haya propuesto el doble de cosas que el año pasado, esto es, nada de nada; es que no ha dado una sola cifra en todas sus intervenciones. Quizás por distracción, el líder de la oposición ha cogido del cajón el discurso equivocado. Porque éste no era el debate sobre el estado de ETA, ni siquiera sobre el estado de la política antiterrorista, algo de lo que parece que el PP no quiere enterarse, confiando en que le siga yendo bien, en la que vaca siga dando leche Pero todo tiene un límite.

Tres han sido los ejes del discurso de Rajoy: la economía va relativamente bien por inercia, ya que el Gobierno se lo encontró todo hecho en 2004 y su único mérito ha sido no hacer nada; Zapatero “ha mentido hasta extremos inéditos” sobre la negociación con ETA, que está crecida por su culpa; y como el presidente está deslegitimado para administrar el bien común, debe adelantar las elecciones. “No sería mucho pedir que no incremente los problemas de los españoles, que no les cause problemas innecesarios. Deje que sean ellos quienes decidan si usted debe continuar”.

El hombre que aspira a gobernar este país ha dedicado dos líneas al problema de la vivienda, una y media al de la energía, tres a la seguridad, dos a las infraestructuras y una y media al tema del agua. Ha sido la peor intervención de Rajoy que se recuerda, con diferencia.

Zapatero no ha tenido piedad. En su réplica, lo ha vapuleado. Se ha burlado de su estilo apocalíptico, de sus profecías incumplidas sobre la descomposición de España o el fin de la familia, se ha regodeado comparando cifras de crecimiento, empleo, productividad y superávit entre 2004 y 2007, y hasta ha sacado los colores a Rajoy, que había vinculado la nueva orientación de la lucha contra ETA a un pacto en Navarra entre UPN y los socialistas. “¿Quieren colaborar con el partido que se ha humillado ante ETA? Lo único que les interesa de Navarra es el poder”. Para rematar la faena, el presidente ha llamado vagos a los populares porque sólo han sido capaces de presentar en tres años 24 proposiciones de ley. “Han trabajado muy poco”.

El durísimo tono de Zapatero, que es un bambi muy crecidito y que los tiene ya retorneados, ha sorprendido a Rajoy, que ha llegado a afirmar que no esperaba esa “actitud tabernaria”. Muy repetitivo en su dúplica, se ha refugiado en lo de siempre, o sea, en ETA, y en la exigencia de que Zapatero haga públicas las actas de sus negociaciones con la banda. “Usted se puso de acuerdo con ETA, no es de fiar y no está en condicione de gobernar (…) O nos muestra las actas que prueben su inocencia o emprende el camino de la Zarzuela”.

Para los más distraídos, es preciso recordar que quien habla es el político que, después de que ETA formalizara la ruptura de la tregua, se comprometió a recuperar la unidad con el Gobierno. Está visto que no usar el terrorismo en la contienda partidista es como dejar de fumar. Se intenta alguna vez pero raramente se consigue.

‘El Egipcio’ pide ayuda a Henry Fonda y Zougam a la Providencia

Endika Zulueta, el abogado de Rabei Osman, Mohamed El Egipcio, ha visto muchas películas. La última, el famoso Estudio 1 de Doce hombres sin piedad, en el que José María Rodero, emulando a Henry Fonda, logra la absolución de un acusado invocando el concepto de duda razonable. Zulueta ha comprado el DVD en un quiosco y nos ha leído el folleto adjunto, que a este paso se convertirá pronto en un manual para alumnos de Derecho. “Hay que distinguir entre los hechos probados y las presunciones”. Efectivamente.

En dos horas, Rodero, digo Zulueta, ha completado un espléndido alegato, que ha terminado a lágrima viva al recordar que se había dejado la piel y que, como abogado de oficio, beneficia a toda la sociedad. Según ha explicado, su cliente ha debido de verse atrapado en una particular conjura, porque siendo un pobre inmigrante más tieso que la mojama, como demuestra el hecho de que en el momento de su detención en Italia su patrimonio ascendiera a 1,63 euros, las Policías de media Europa le han considerado sin pruebas un peligroso islamista. “Se ha creado un personaje y se han falseado los hechos”, ha asegurado. “Han conseguido hacer un perfil de terrorista”.

El defensor de El Egipcio ha repasado la trayectoria de su patrocinado desde que vendía pañuelos “en el top manta”, ha tratado de desacreditar el testimonio del confidente Cartagena porque cobraba 300 euros al mes y es muy mentiroso, ha subrayado que el presunto cerebro de los atentados del 11-M sólo conocía a uno de los suicidas, Serhane, el Tunecino, que se volvió majareta, sí, pero cuando El Egipicio ya no estaba en España, y ha revelado que mientras duró su estancia en Italia hablaba con su prometida casi a diario de sus planes de boda, lo que probaría que su intención no era inmolarse a mayor gloria de Alá.

Para Zulueta, contra Rabei no hay pruebas, pero cuando las hay –tal es el caso de las obtenidas contra él por la Policía italiana, por las que está condenado por pertenencia a organización terroriesta-, o carecen de validez o han sido obtenidas de manera ilegal o, alternativamente, han sido manipuladas. Éste sería el caso de la grabación de sus conversaciones con su discípulo Yahya, también condenado en Italia, cuya voz no reconoce.

El abogado ha abundado en que los traductores italianos son más malos que la quina, aunque tampoco se ha atrevido a repetir textualmente la transcripción realizada por los traductores que han desempeñado sus funciones durante la vista, que tampoco le deja muy bien. Éste es uno de los extractos:

Rabei: Todos mis amigos se fueron, se han ido todos, me quedé solo. Todos mis amigos se han ido, los hay quienes murieron en el camino de Dios en Afganistán. No te voy a ocultar la operación de Madrid que acaban de hacer…

Yahya: …

R: El tren ese de Madrid que explotó…

Y: Ah, sí!

R: Son mi gente quien la hizo,… nuestra gente.

Y: ¿En España?

R: Sí… Todos son amigos míos, de ellos cinco cayeron mártires, que en paz descansen, y ocho en la cárcel. Pero Dios no quiso mi martirio y me salvó de la cárcel. Yo no estaba con ellos en aquellos días. Pero fue mi gente… y yo estaba al tanto previamente, pero exactamente… exactamente lo que iba a pasar no me dijeron…».

¿Superinocente como Zouhier? Para solventar el problema, el letrado ha hablado de delirios de grandeza, se supone que de El Egipcio. Es decir, que no era él quien hablaba o no se ha probado que lo fuera, aunque, de ser su voz, no estaríamos ante un terrorista sino ante un fantasma con sábana y cadenas. Está claro que a un fantasma no se le puede mandar a la sombra, pese a que por allí se mueva, pero sí se le puede condenar por complicidad o por cooperación necesaria.

Si El Egipcio se encomendaba a Henry Fonda, Jamal Zougam -el dueño del locutorio de donde salieron las tarjetas telefónicas que accionaron las bombas, identificado además por cuatro testigos como autor material de los atentados- lo ha hecho a la Providencia, sobre todo después de escuchar a su abogado, un hombre que pilla a Teresa de Calcuta y consigue para ella la perpetua.

Zulueta ha llorado emocionado, pero escuchar a José Luis Abascal ha sido toda una invitación al llanto. Abascal ha mantenido durante el juicio actitudes bastante extrañas, entre ellas la de colaborar con algunas acusaciones y con algún medio de comunicación abonado a la conspiración mundial, además de buscar un protagonismo que sólo ha conseguido por el uso ingente de gomina y su voz rota.

Además de pretender desmontar los testimonios de quienes creyeron ver a Zougam en los trenes, se ha centrado en su alegato en cuestionar la famosa mochila de Vallecas, cuya desactivación hizo posible la localización de los terroristas, abonando la rocambolesca tesis de que alguien pudo dejar allí la bolsa para desviar la atención de los verdaderos culpables. Y si la mochila fue dispuesta por una mano negra, también lo fueron el teléfono móvil que la accionaba y la tarjeta del mismo.

Como si pretendiera rendir homenaje a los agujerólogos, ha sugerido que todos los objetos encontrados en la Renault Kangoo en la que se desplazaron los autores de la masacre, entre ellos detonadores y restos de un cartucho de Goma 2 Eco, fueron colocados en la comisaría de Canillas. Para Abascal todos los policías han sido sospechosos.

Su cliente, muy serio, le ha escuchado a poco menos de un metro. Sólo ha acertado al final de la mañana: «Esta fuera de toda lógica acusar a una tienda de telefonía por vender tarjetas». Es decir, que ha empezado a defender a Zougam dos horas después de haber empezado a hablar. Antes, había ejercido de abogado de la conjura, que debe de estar bien pagado y da más titulares.

TODO SOBRE EL JUICIO DEL 11-M

Bermúdez, a destajo, deja caer el telón sobre el juicio del 11-M

El juez Gómez Bermúdez se había empeñado en que su foto fuera la portada de todos los periódicos, pero la fortuna le ha sido esquiva. Arquitecto de su propia imagen, el magistrado más mediático del momento quería que la vista del 11-M acabara hoy lunes porque el debate sobre el Estado de la Nación empieza mañana y los rifirrafes entre Zapatero y Rajoy no tienen piedad con otras noticias. La actualidad –siete turistas asesinados en Yemen y tres etarras detenidos con explosivos en Francia- ha desbaratado sus planes. Sobre el juicio más importante celebrado en España desde el 23-F ha caído el telón con bastante sordina.

A las 22.40 horas de la noche, Bermúdez pronunciaba las palabras mágicas del “visto para sentencia”, después de dar las gracias a todos “por su comprensión y colaboración”. Habían pasado cuatro meses y 17 días desde que el pasado 15 de febrero se iniciaran las sesiones. Han sido 320 horas de vista oral en las que ha dado tiempo a la comparecencia de 309 personas, de ellos 117 policías y guardias civiles. Se ha demostrado que se puede combatir el terrorismo y hacer justicia sin invadir un país ni bombardearlo, sin crear cárceles secretas por medio mundo y sin mantener limbos jurídicos donde se puede mantener a centenares de prisioneros como perros durante cinco años sin ninguna acusación formal. Nos ha costado algo más de tres millones de euros; ha merecido la pena.

Previamente, hemos escuchado con resignación cristiana a un puñado de acusados ejercer su derecho de última palabra, un eufemismo porque algunos se han explayado como si intervinieran en un mitin. Zouhier no ha defraudado. El musculoso macarra que ha protagonizado gran parte del juicio empezó prometiendo no montar ningún show, pidiendo perdón a las víctimas y diciendo que, aunque haya parecido una fiera visto desde el otro lado de la pecera, se empleó a fondo para evitar los atentados. Lo prometido no ha sido deuda porque el antiguo streeper que puso en contacto a los asturianos con El Chino se ha ido calentando y ha terminado lanzando gritos contra los guardias civiles que se cruzaron de brazos con sus chivatazos y contra la propia Fiscalía.

Mil veces ha dicho que avisó del tráfico de dinamita, mil veces ha repetido que él no podía ser responsable de haber jugado con fuego y otras tantas ha negado ser un terrorista. Su coartada perfecta ha llegado casi al final de su alocución. ¿Por qué no se enteró de que El Chino subía a Asturias a por los explosivos? “El 28 y 29 de febrero estaba de cristal y de cocaína hasta el culo en una discoteca”.

El primero en confesarse había sido Jamal Zougam, quien se ha empleado a fondo contra los testigos que, en declaraciones contradictorias, creyeron reconocerle en los trenes, especialmente contra el A-27 : “Por este individuo llevo tres años y medio en la cárcel”. La fiscal Olga Sánchez se abanicaba rítmicamente mientras el dueño del locutorio de la calle Tribulete se declaraba víctima de algunos medios de comunicación y de algunos políticos. “He aguantado y he confiado en la Justicia”, ha dicho Zougam tras exponer sus tres argumentos definitivos sobre su inocencia: durmió en casa, no huyó tras el 11-M y nadie comete un atentado utilizando las tarjetas telefónicas de su negocio.

Luego ha tomado la palabra Fouad el Morabit. Al hijo del notario de Nador da gusto escucharle. Habla como un filósofo. Tras proclamar su inocencia y denostar la violencia terrorista porque, según ha dicho, contraviene sus “frenos morales”, ha introducido un término que hará fortuna: el ‘síndrome de Diógenes’ jurídico. Consistiría en acumular presuntos tesoros probatorios “que resultan ser nada”. Fouad ha dicho de él mismo que responde “al patrón de una persona inocente ajena a cualquier acto terrorista”. Labia no le falta ni a él ni a su “amigo del alma”, el sirio Basel Ghalyoun, que ha utilizado 40 minutos para declararse una víctima de “meras cábalas”.

El rosario ha continuado. Todos se han declarado hiperinocentes, incluido Abdelmajid Bouchar, el famoso ‘gamo de Leganés’, que ha negado, incluso, haber estado en el piso en el que los terroristas se inmolaron y del que le vieron huir a ritmo de mediofondista. Rachid Aglif, más conocido como El Conejo por sus prominentes incisivos, el colega fiestero de Zouhier al que ha puesto a bajar de un burro. “Sus declaraciones han sido falsas, falsas, falsas, pero muy falsas; y si alguna es verdad que me metan 40.000 millones de años”. Aglif ha reconocido un solo delito: haber llevado en el coche a Zouhier a la reunión con los asturianos y El Chino en el McDonald’s de Carabanchel.

El presunto ideólogo Hassan el Haski ha esgrimido a su favor que no le conoce ni Blas, que en todo el proceso no se ha pronunciado su nombre y que, en consecuencia, no es ningún terrorista. Mahmoud Slimane, amigo de El Chino, se ha exculpado relatando cómo un francotirador iraquí asesinó a su hermano y cómo mataron a su padre y luego quemaron su cadáver, junto a otras desgracias familiares. “Vine aquí para vivir en paz”. Ha tenido difícil justificar que si llamó al Chino decenas de veces fue para recuperar una lámpara de coche, que ya es más famosa que la de Aladino.

Su amigo El Fadual El Akil es otro de los enamorados de España. “Yo quiero a este país; he venido aquí en los bajos de un camión”. Al El Fadual, al que apodan ‘panchito’, ha habido que bajarle el micrófono que Bermúdez había ordenado colocar a la altura de una persona normal. Ha afirmado que no era un terrorista. “Soy musulmán pero no practico tanto”. Otro de los ‘no practicantes’ es Mouhannad Almallah Dabas, el ‘ñapa de Al Qaeda’ el hombre que más lavadoras ha arreglado entre el islamismo radical. Siempre con corbata, hoy con traje, Almallah ha evocado un atentado en Damasco con 250 muertos para manifestar que entendía el dolor de las víctimas de Madrid y ha vuelto a culpar a su ex novia de todos los males que le aquejan. “Voy a narrar la triste historia de mi detención…”. Y ha cumplido su amenaza.

El ex minero Trashorras no ha hablado. Tampoco lo ha hecho su ex mujer, Carmen Toro. Sí lo ha hecho el hermano de la chica, aunque ha sido brevísimo. Quería negar haber facilitado a Zouhier muestras de explosivo. Finalmente, ha tomado la palabra Larbi Ben Sellam, al que se le motejó como “el mensajero del Egipcio” porque llevaba sus vídeos a supuestas reuniones yihadistas. Larbi ha declarado que entre las múltiples formas en las que se le ha torturado ha sido dándole a comer cerdo, se supone que con patatas.

TODO SOBRE EL JUICIO DEL 11-M