Endika Zulueta, el abogado de Rabei Osman, Mohamed El Egipcio, ha visto muchas películas. La última, el famoso Estudio 1 de Doce hombres sin piedad, en el que José María Rodero, emulando a Henry Fonda, logra la absolución de un acusado invocando el concepto de duda razonable. Zulueta ha comprado el DVD en un quiosco y nos ha leído el folleto adjunto, que a este paso se convertirá pronto en un manual para alumnos de Derecho. “Hay que distinguir entre los hechos probados y las presunciones”. Efectivamente.
En dos horas, Rodero, digo Zulueta, ha completado un espléndido alegato, que ha terminado a lágrima viva al recordar que se había dejado la piel y que, como abogado de oficio, beneficia a toda la sociedad. Según ha explicado, su cliente ha debido de verse atrapado en una particular conjura, porque siendo un pobre inmigrante más tieso que la mojama, como demuestra el hecho de que en el momento de su detención en Italia su patrimonio ascendiera a 1,63 euros, las Policías de media Europa le han considerado sin pruebas un peligroso islamista. “Se ha creado un personaje y se han falseado los hechos”, ha asegurado. “Han conseguido hacer un perfil de terrorista”.
El defensor de El Egipcio ha repasado la trayectoria de su patrocinado desde que vendía pañuelos “en el top manta”, ha tratado de desacreditar el testimonio del confidente Cartagena porque cobraba 300 euros al mes y es muy mentiroso, ha subrayado que el presunto cerebro de los atentados del 11-M sólo conocía a uno de los suicidas, Serhane, el Tunecino, que se volvió majareta, sí, pero cuando El Egipicio ya no estaba en España, y ha revelado que mientras duró su estancia en Italia hablaba con su prometida casi a diario de sus planes de boda, lo que probaría que su intención no era inmolarse a mayor gloria de Alá.
Para Zulueta, contra Rabei no hay pruebas, pero cuando las hay –tal es el caso de las obtenidas contra él por la Policía italiana, por las que está condenado por pertenencia a organización terroriesta-, o carecen de validez o han sido obtenidas de manera ilegal o, alternativamente, han sido manipuladas. Éste sería el caso de la grabación de sus conversaciones con su discípulo Yahya, también condenado en Italia, cuya voz no reconoce.
El abogado ha abundado en que los traductores italianos son más malos que la quina, aunque tampoco se ha atrevido a repetir textualmente la transcripción realizada por los traductores que han desempeñado sus funciones durante la vista, que tampoco le deja muy bien. Éste es uno de los extractos:
Rabei: Todos mis amigos se fueron, se han ido todos, me quedé solo. Todos mis amigos se han ido, los hay quienes murieron en el camino de Dios en Afganistán. No te voy a ocultar la operación de Madrid que acaban de hacer…
Yahya: …
R: El tren ese de Madrid que explotó…
Y: Ah, sí!
R: Son mi gente quien la hizo,… nuestra gente.
Y: ¿En España?
R: Sí… Todos son amigos míos, de ellos cinco cayeron mártires, que en paz descansen, y ocho en la cárcel. Pero Dios no quiso mi martirio y me salvó de la cárcel. Yo no estaba con ellos en aquellos días. Pero fue mi gente… y yo estaba al tanto previamente, pero exactamente… exactamente lo que iba a pasar no me dijeron…».
¿Superinocente como Zouhier? Para solventar el problema, el letrado ha hablado de delirios de grandeza, se supone que de El Egipcio. Es decir, que no era él quien hablaba o no se ha probado que lo fuera, aunque, de ser su voz, no estaríamos ante un terrorista sino ante un fantasma con sábana y cadenas. Está claro que a un fantasma no se le puede mandar a la sombra, pese a que por allí se mueva, pero sí se le puede condenar por complicidad o por cooperación necesaria.
Si El Egipcio se encomendaba a Henry Fonda, Jamal Zougam -el dueño del locutorio de donde salieron las tarjetas telefónicas que accionaron las bombas, identificado además por cuatro testigos como autor material de los atentados- lo ha hecho a la Providencia, sobre todo después de escuchar a su abogado, un hombre que pilla a Teresa de Calcuta y consigue para ella la perpetua.
Zulueta ha llorado emocionado, pero escuchar a José Luis Abascal ha sido toda una invitación al llanto. Abascal ha mantenido durante el juicio actitudes bastante extrañas, entre ellas la de colaborar con algunas acusaciones y con algún medio de comunicación abonado a la conspiración mundial, además de buscar un protagonismo que sólo ha conseguido por el uso ingente de gomina y su voz rota.
Además de pretender desmontar los testimonios de quienes creyeron ver a Zougam en los trenes, se ha centrado en su alegato en cuestionar la famosa mochila de Vallecas, cuya desactivación hizo posible la localización de los terroristas, abonando la rocambolesca tesis de que alguien pudo dejar allí la bolsa para desviar la atención de los verdaderos culpables. Y si la mochila fue dispuesta por una mano negra, también lo fueron el teléfono móvil que la accionaba y la tarjeta del mismo.
Como si pretendiera rendir homenaje a los agujerólogos, ha sugerido que todos los objetos encontrados en la Renault Kangoo en la que se desplazaron los autores de la masacre, entre ellos detonadores y restos de un cartucho de Goma 2 Eco, fueron colocados en la comisaría de Canillas. Para Abascal todos los policías han sido sospechosos.
Su cliente, muy serio, le ha escuchado a poco menos de un metro. Sólo ha acertado al final de la mañana: «Esta fuera de toda lógica acusar a una tienda de telefonía por vender tarjetas». Es decir, que ha empezado a defender a Zougam dos horas después de haber empezado a hablar. Antes, había ejercido de abogado de la conjura, que debe de estar bien pagado y da más titulares.
TODO SOBRE EL JUICIO DEL 11-M