Juan Carlos Escudier

Un abogado, un calígrafo, un perito, ¿un asesino?

ESPECIAL: Juicio 11-M

Quizás temiendo que su abogado fuera tan malo como el resto, Basel Ghalyoun, un sirio reconocido por un testigo como uno de los terroristas que puso la bomba en el tren de la calle Téllez y cuyo perfil genético fue encontrado en un gorro blanco en la casa de los suicidas de Leganés, ha debido de pensar que lo que mejor podía hacer era defenderse a sí mismo. Pero lo que no podíamos imaginar es que Ghalyoun, pertrechado con unos folios manuscritos donde llevaba comprimido las referencias que sobre él se hacen en el sumario, se atreviera a enmendar la plana a un secretario judicial, se las diera de experto calígrafo y asumiera la función de perito. Gómez Bermúdez le ha dejado porque a un tipo que le piden más de 35.000 años de cárcel no se le puede negar hacer de James Stewart en Anatomía de un asesinato.

Además del gorro, bastante hortera y con bordados en color amarillo, azul y rojo, con el nombre de Abdulla escrito, contra Ghalyoun hay bastantes evidencias más. Están probadas sus relaciones con los suicidas de Leganés, entre ellos Serhane el Tunecino, con el que compartía idílicos días de sol en el río Alberche, a la altura de Navalcarnero, donde –según ha afirmado- no se iba a hablar de la yihad sino a dejarse llevar por su procelosa corriente y jugar al fútbol. Con otro, Asrih Rifaat, compartió móvil y convivió en la misma casa, incluso la noche siguiente a los atentados. Debe ser un tipo muy sociable porque conoce a buena parte de los implicados en la causa.

Ghalyoun chapurrea el castellano pero domina los términos jurídicos. Como hizo en su declaración judicial, ha tratado culpar al Tunecino y ha dicho que advirtió a quienes le rodeaban de lo peligroso de sus ideas. Por eso cuesta trabajo entender que su trato fuera constante e ininterrumpido. Si Zougam explicó que el 11-M se levantó de la cama a las 11 de la mañana, el sirio ha dicho que abandonó el tálamo a las 10 y que despertó a otro de los procesados con el que compartía piso. Dos horas y media antes habían rezado juntos pese a que, como dijo, no entiende “de temas religiosos”.

Tres años en el talego dan desde luego para preparar una defensa. Ghalyoun los ha aprovechado para buscar los puntos débiles de la acusación. Ha tratado de desacreditar al testigo que le sitúa en reuniones en casa del Tunecino viendo vídeos de ejecuciones y al que asegura que participó en otro encuentro en el que se habló de volar las torres Kio en Madrid. De su reconocimiento como uno de los ‘mochileros’ de los trenes ha explicado que la fotografía estaba manipulada.

Según Ghalyoun, existen errores en sus declaraciones que no corrigió en su momento por buena fe, hay un manuscrito sobre la actitud de un buen musulmán que fue encontrado en su casa, pero que no es suyo pese a la certificación de los calígrafos y, aunque lo fuera, no todo lo que se escribe es lo que se piensa, su gorro se encontró en los escombros de Leganés pero ello no implica que hubiera estado allí, y así sucesivamente. Esta tarde le pregunta su abogado, si es que le queda valor al letrado después de la exhibición de su cliente.

Previamente, Jamal Zougam, el dueño del locutorio de Lavapiés y presunto autor material de los atentados, terminaba su declaración. Sorprenden los vericuetos de la memoria. Este hombre es capaz de acordarse de que llamó a su hermano el 1-M para preguntarle por el tráfico, pero sufre contradicciones respecto a su declaración del viernes.

Dos apuntes: si la semana pasada dijo que tenía en casa más de 7.000 euros como efectivo para la compra de una casa, hoy ha dicho que se trataba de unos fondos administrados por su madre para los gastos corrientes. Si el viernes, decía que trató de ser reclutado como soplón por agentes del CNI, hoy lo era por simples policías.

Bien es cierto, que ha precisado que no fueron uno sino dos los intentos de la Policía para captar a este frutero reconvertido en vendedor de tarjetas de móvil como confidente. Según afirmó, el agente que se lo ofreció fue a verle el 13 de marzo para decirle que si hubiese colaborado no hubiera sido detenido. “Entendí que era una venganza».

Como los abogados no es que sean malos sino malísimos, ha tenido que ser el propio juez el que preguntara porque no relató en sus declaraciones judiciales el interés de la Policía por tenerle como informante. “Mis abogados no venían a verme y no me ayudaban y tenía miedo a las represalias”, fue lo que obtuvo como respuesta.

4 comentarios

  1. Dice ser pepa

    Supongo que los abogados de toda esa gente serán abogados de oficio. Y con eso está dicho todo. En este país si no te rascas la faltriquera contratando un abogado, incluso el peor abogado,estás perdido. Lo que tal vez en este caso haya que hacer notar es que todos esos abogados se deben debatir en la duda de si ayudar a esas «hienas» o hacerse los suecos, lo que, dada la notoriedad del juicio, tampoco les va a salir gratis. Vaya, que me alegro de no estar en su pellejo.

    19 febrero 2007 | 17:48

  2. Dice ser Santo

    ¿No podía imaginarse lo que iba a hacer él mismo? (Véase primer párrafo). Sigo mucho su blog, señor Escudier; me parecen muy interesantes tanto los temas como el enfoque que aquí se tratan. Pero cuide la sintaxis un poco: el primer párrafo lo he leído tres o cuatro veces buscando un segundo sujeto para ese «lo que no podía imaginarse», para que la frase tuviera sentido. Y luego me he saltado el anacoluto. Un lector medio se habría rendido a estas alturas. En cualquier caso, felicidades.

    21 febrero 2007 | 13:51

  3. Dice ser Escudier

    Para Santo: LLeva usted razón. Una expresión más correcta hubiera sido «no podíamos imaginar» con nosotros como sujeto. Procedo a corregirlo. En mi descargo, le diré que estas crónicas se escriben a toda pastilla y casi en tiempo real. Un saludo.

    22 febrero 2007 | 18:21

  4. Dice ser Santo

    No se preocupe, pasa en las mejores familias. 😉 Un saludo.

    24 febrero 2007 | 15:53

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