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‘Pequeña confesión’, de Jorge Teillier (1935 – 1996)

Si, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones.

Me amaron las doncellas y preferí a las putas.

Tal vez nunca debiera haber dejado

El país de techos de zinc y cercos de madera.

En medio del camino de la vida

Vago por las afueras del pueblo

Y ni siquiera aquí se oyen las carretas

Cuya música he amado desde niño.

Desperté con ganas de hacer un testamento

-ese deseo que le viene a todo el mundo-

pero preferí mirar una pistola

la única amiga que no nos abandona.

Todo lo que se diga de mí es verdadero

Y la verdad es que no me importa mucho.

Me importa soñar con caminos de barro

Y gastar mis codos en todos los mesones.

«Es mejor morir de vino que de tedio»

Sin pensar que pueda haber nuevas cosechas.

Da lo mismo que las amadas vayan de mano en mano

Cuando se gastan los codos en los mesones.

Tal vez nunca debí salir del pueblo

Donde cualquiera puede ser mi amigo.

Donde crecen mis iniciales grabadas

En el árbol de la tumba de mi hermana.

El aire de la mañana es siempre nuevo

Y lo saludo como un viejo conocido,

Pero aunque sea un boxeador golpeado

Voy a dar mis últimas peleas.

Y con el orgullo de siempre

Digo que las amadas pueden ir de mano en mano

Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron

Y yo gasto mis codos en todos los mesones.

Como de costumbre volveré a la ciudad

Escuchando un perdido rechinar de carretas

Y soñaré techos de zinc y cercos de madera

Mientras gasto mis codos en todos los mesones.

Recordaba Roberto Bolaño, a través del cual muchos descubrimos que había poesía en Chile más allá de Neruda, que los jóvenes de su generación con veleidades literarias se dividían entre partidarios de Enrique Lihn (algo así como realistas) y partidarios de Jorge Teillier (algo así como soñadores).

La poesía de Teillier es una agria búsqueda de los caminos que conducen de vuelta al paraíso perdido. Un intento violento -y obviamente estéril- de regresar a la infancia feliz. Una inmersión conscientemente antimoderna en el terruño, la aldea y lo original. También, y no es un tema menor, una fijación por lo que de desasosegante y grotesco tiene lo cotidiano, como en estos versos:

Me contó que no sabía quién le había contagiado la sarna

Y luego susurró una canción de Chuck Berry

Mientras hojeaba un libro sobre Arte Mochica.

Y todo esto sería un desastre si no fuera porque de esa obsesión por el locus amoenus y este rechazo visceral del presente están ausentes la moral -cristiana- y el nacionalismo -tribal-.

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Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.