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‘Profecía’, de Rafael de León

A Rafael de León (Sevilla 6 de febrero de 1908-Madrid 9 de diciembre de 1982) se le conoce sobre todo por el trío artístico que formó con Manuel Quiroga y Antonio Quintero, y por las más de cinco mil canciones que entre los tres compusieron.

Sin embargo, este artista tuvo también una gran vocación de poeta (¿acaso no es poesía la letra de una canción?) quizá influida por dos hechos curiosos. Por un lado, nació en la misma calle de Sevilla que Manuel Machado, aunque con 34 años de diferencia, y por otra, que llegó a ser buen amigo de Federico García Lorca.

Aquí les dejo un poema en el que León incluye términos y expresiones típicas del acento y el hablar de su tierra andaluza, que es además, un cuento rimado y cantarín.

PROFECÍA

«Y me bendijo a mi mare;

y me bendijo a mi mare.

Diez séntimos le di a un pobre

y me bendijo a mi mare.

¡Ay! qué limosna tan chiquita,

qué recompensa tan grande.

¡Qué limosna tan chiquita,

qué recompensa tan grande!»

¿A dónde vas tan deprisa

sin desirme ni ¡con Dió!?

Me puedes mirá de frente,

que estoy enterao de tó.

Me lo contaron ayer

las lenguas de doble filo,

que te casaste hase un mé

y me quedé tan tranquilo.

Otro cualquiera en mi caso,

se hubiera echao a llorá,

yo, crusándome de brasos

dije que me daba iguá.

Y ná de pegarme un tiro

ni liarme a mardisiones

ni apedrear con suspiros

los vidrios de tus barcones.

¿Que t’has casao? ¡Buena suerte!

Vive sien años contenta

y a la hora de la muerte,

Dios no te lo tenga en cuenta.

Que si al pie de los artares

mi nombre se te borró,

por la gloria de mi mare

que no te guardo rencor.

Porque sin sé tu marío,

ni tu novio, ni tu amante,

yo fui quien más t’ha querío,

con eso tengo bastante.

-¿Qué tiene er niño, Malena?

Anda como trastornao,

tié la carilla de pena

y el colorsillo quebrao.

Y ya no juega a la tropa,

ni tira piedras al río,

ni se destrosa la ropa

subiéndose a coger níos.

¿No te parese a ti extraño,

no ves una cosa rara

que un chaval de dose años

lleve tan triste la cara?

Mira que soy perro viejo

y estás demasiao tranquila.

¿Quieres que te dé un consejo?

Vigilia, mujé, ¡vigila!

Y fueron dos sentinela

los ojitos de mi mare.

-Cuando sale de la escuela

se va pa los olivare.

-Y ¿qué busca allí? -Una niña,

tendrá el mismo tiempo que él.

José Migué, no le riñas,

que está empesando a queré.

Mi pare ensendió un pitillo,

se enteró bien de tu nombre,

te regaló unos sarsillos

y a mí un pantalón de hombre.

Yo no te dije «te adoro»

pero amarré en tu barcón

mi laso de seda y oro

de primera comunión.

Y tú, fina y orgullosa,

me ofresiste en recompensa

dos sintas color de rosa

que engalanaban tus trensas.

-Voy a misa con mis primos.

-Bueno, te veré en la hermita.

Y qué serios nos pusimos

al darte el agua bendita.

Mas luego en el campanario,

cuando rompimos a hablar:

-Dise mi tita Rosario

que la sigüeña es sagrá,

y el colorín, y la fuente,

y las flores, y el rosío,

y aquel torito valiente

que está bebiendo en el río;

y el bronse de esta campana,

y el romero de los montes,

y aquella línea lejana

que la llaman… ¡horisonte!

¡Todo es sagrao: tierra y sielo

porque así lo quiso Dió!

¿Qué te gusta más? -Tu pelo.

¡Qué bonito me salió!

-Pues, ¿y tu boca, y tus brasos,

y tus manos reonditas,

y tus pies fingiendo el paso

de las palomas suritas?

Con la puresa de un copo

de nieve te comparé;

te revestí de piropos

de la cabesa a los pié.

A la vuerta te hise un ramo

de pitiminí, presioso

y a luego nos retratamos

en las agüitas de un poso.

Y hablando de estas pamplinas

que inventan las criaturas,

llegamos hasta tu esquina

cogíos por la sintura.

Yo te pregunté: -¿En qué piensas?

Tú dijiste: -En darte un beso.

Y yo sentí una vergüensa

que me caló hasta los huesos.

De noche, muertos de luna,

nos vimos por la ventana.

-¡Chssss! Mi hermaniyo está en la cuna,

le estoy cantando la nana.

«Quítate de la esquina,

chiquillo loco,

que mi mare no quiere

ni yo tampoco».

Y mientras que tú cantabas

yo, inosente me pensé

que nos casaba la luna

como a marío y mujé.

¡Pamplinas! ¡Figurasiones

que se inventan los chavales!

Después la vida se impone:

tanto tienes, tanto vales;

por eso, yo al enterarme

que llevas un mes casá,

no dije que iba a matarme,

sino que me daba iguá.

Mas como es rico tu dueño,

te vendo esta profesía:

tú, por la noche, entre sueños

soñarás que me querías,

y recordarás la tarde

que mi boca te besó

y te llamarás «¡cobarde!»

como te lo llamo yo.

Y verás, sueña que sueña,

que me morí siendo chico

y se llevó la sigüeña

mi corasón en su pico.

Pensarás: «no es sierto ná,

yo sé que lo estoy soñando»;

pero allá en la madrugá

te despertarás llorando,

por el que no es tu marío,

ni tu novio, ni tu amante,

sino el que más te ha querío.

Con eso tengo bastante.

Por lo demás, tó se orvía.

Verás cómo Dios te manda

un hijo como una estrella;

avísame de seguía,

me servirá de alegría

cantarle la nana aquella:

«Quítate de la esquina,

chiquillo loco,

que mi mare no quiere

ni yo tampoco».

Pensarás: «no es sierto ná,

yo sé que lo estoy soñando».

Pero allá en la madrugá

te despertarás llorando.

Porque sin sé tu marío,

ni tu novio, ni tu amante,

yo soy… quien más t’ha querío…

¡Con eso tengo bastante!

Seleccionado y comentado por Israel Álvarez.

NOTA: En el original, las expresiones andaluzas se distinguen en cursiva.