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‘Mi yugular es hija de la nieve’, de Salah Stétié (1929)

Mi yugular es hija de la nieve

que al latir me golpea el cuello

la espera de la nieve es pura espera

pura en el umbral de la nieve y sus hijas alzadas

el lugar de sus vientres que ha invadido la nieve

mientras la palma de mis manos acaricia el oscuro trigo

y el lagarto de la muerte en mi cuello.

Me he sentado, con los pies

brillando por el fuego de las uñas

a nuestro alrededor la palabra es morada

el aire es necesario para alumbrar el cuarto

y si hablo tan sólo hablo con imagen a la dormida

la que arderá en el pensamiento

y volverá después a la casa de toda lágrima.

Enigma es la faz nacida del niño

como una ortiga que la luna también está quemando

en una niebla de rasguños, el corazón: este

corazón

de cara a los fusiles que se desnudarán

para volver a la sustancia de árbol

por el enigma dulce de la luna

paloma airada bruscamente débil

desplegando sus alas de espejismo

y sus remeras como alusión

a la ilusión del corazón.

Traigo aquí este poema de Salah Stétié porque no lo entiendo. Ya esta bien, después de bastantes meses. En realidad, todo en Fiebre y curación del icono, desde el título al prólogo de Ives Bonnefoy (aquí, en este mismo blog, un poema suyo), me resulta complicado y opaco. Los símbolos me sobrepasan. El significado de las metáforas se me escurre. La pretendida unidad me resulta inescrutable. No estoy poniéndome en la piel del crítico que rebaja la calidad de lo que no alcanza a comprender para disimular sus propios defectos: es que no comprendo. Y enfermo cuando algo se me escapa.

Salah Stétié es un poeta libanés que escribe en francés, como el gran Amin Maaluf, del que nunca dejaré de admirar -y espero que alguno de vosotros tampoco- sus Cruzadas vistas por los árabes. Las raíces de Stétié, doblemente orientales y occidentales, le han hecho muy codiciado entre los que se entretienen en dilucidar donde acaba Hölderlin y empieza la poesía persa. «Su obra», escribe Bonnefoy, «no describe un lugar, no escribe una vida, al menos de manera explicable, no evoca acontecimientos».

Brevemente, pero ya os he puesto en situación. Ahora tan sólo tenéis que hacer el sano esfuerzo de leer el poema con atención y, quizá luego, trasmitir con palabras aquello que yo fui incapaz.

NOTA: Traducido del francés por Evelio Miñano.

Seleccionado y ¿comentado? por Nacho Segurado