Heinrich Karl Bukowski (1920 y 1994), recorre en este poema algunos de los senderos habituales en su universo narrativo: la sordidez de ciertos trabajos, la soledad y la marginación.
las almas de animales muertos
después del matadero,
doblando la esquina, había
una cantina
donde me sentaba y veía caer el sol
a través de la ventana,
una ventana que daba a un sitio
lleno de hierbas altas y secas.
nunca me duchaba con los muchachos
en la fábrica
después de trabajar
así que olía a sudor y
sangre.
el olor a sudor disminuye después
de un rato
pero el olor a sangre empieza a fulminar
y ganar fuerza.
fumaba cigarrillos y tomaba cerveza
hasta que me sentía lo suficientemente bien
como para subirme al bus
con las almas de todos los animales muertos
que viajaban conmigo;
las cabezas volteaban discretamente
las mujeres se levantaban
y se alejaban de mí.
cuando bajaba del bus
sólo tenía que caminar una cuadra
y subir una escalera para llegar
a mi cuarto donde prendería la radio
y encendería un cigarro
y a nadie le importaría nada más de mí.
Seleccionado y comentado por Hernán Zin.