Miguel Hernández es uno de nuestros grandes sonetistas. Yo lo incluiría en el olimpo de los dioses de esta estrofa, donde abundan los del Siglo de Oro: Garcilaso, Góngora, Quevedo, Lope… Lo suyo no es sólo técnica, oropel, brillo: también emociones, sentimientos, lirismo. Saca todo a una simple idea, a una imagen. Mirad este ejemplo. Su mujer, Josefina, era tímida y pudorosa, y robarle un casto beso en la mejilla ruborizada provocaba daños colaterales….
«Te me mueres de casta y de sencilla:
estoy convicto, amor, estoy confeso
de que, raptor intrépido de un beso,
yo te libé la flor de la mejilla.
Yo te libé la flor de la mejilla,
y desde aquella gloria, aquel suceso,
tu mejilla, de escrúpulo y de peso,
se te cae deshojada y amarilla.
El fantasma del beso delincuente
el pómulo te tiene perseguido,
cada vez más patente, negro y grande.
Y sin dormir estás, celosamente,
vigilando mi boca ¡con qué cuido!
para que no se vicie y se desmande.»
Seleccionado y comentado por Arsenio Escolar