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«No digáis que agotado su tesoro…», de G. A. Bécquer

(Rimas, IV)

No digáis que agotado su tesoro,

de asuntos falta, enmudeció la lira.

Podrá no haber poetas, pero siempre

habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso

palpiten encendidas,

mientras el sol las desgarradas nubes

de fuego y oro vista,

mientras el aire en su regazo lleve

perfumes y armonías,

mientras haya en el mundo primavera,

¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance

las fuentes de la vida,

y en el mar o en el cielo haya un abismo

que al cálculo resista,

mientras la humanidad siempre avanzando

no sepa a do camina,

mientras haya un misterio para el hombre,

¡habrá poesía!

Mientras se sienta que se ríe el alma,

sin que los labios rían,

mientras se llore, sin que el llanto acuda

a nublar la pupila,

mientras el corazón y la cabeza

batallando prosigan,

mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen

los ojos que los miran,

mientras responda el labio suspirando

al labio que suspira,

mientras sentirse puedan en un beso

dos almas confundidas,

mientras exista una mujer hermosa,

¡habrá poesía!

Si hay quien llama cursi al poema del beso de Pedro Salinas (que ha seleccionado aquí nuestra Virginia), no quiero ni pensar lo que alguno va a decir de este poema de Bécquer. Sin embargo, ¡ahí va un verso!:

“Siempre habrá poesía”

Declaro pública y solemnemente que me gusta Bécquer. Hoy me podéis llamar cursi, antiguo, carroza, sentimental, lírico, intimista, duzón o lo que queráis. Me da igual. Me gusta Bécquer desde que miré por primera vez, con temblor adolescente, a los ojos de una chica (“mi pupila en tu pupila azul”) bajo un parral almeriense.

Me ha dolido comprobar que, entre todos los poemas seleccionados merecidamente por mis colegas y por mí mismo en este blog, no hay ninguno del grandísimo Gustavo Adolfo Bécquer.

¿Por qué será?

Quizás sea porque hoy no está de moda o porque era un tradicionalista carca, un burócrata pobretón, un pesimista, un tuberculoso, un tristón de mala muerte, o quizás, porque la lírica romántica está mal vista o porque nos da vergüenza que nos tomen por sentimentales, blandos, cursis, tristes, sensibleros, repipis, etc.

Recuerdo a un amigo “intelectual de izquierdas” (así se decía en aquellos tiempos) que declaró abiertamente –en plena lucha contra la Dictadura de Franco– que le gustaba el fútbol y, lo que es peor, que se emocionaba… ¡cuando ganaba un partido el Real Madrid!

Con aquella arriesgada “operación verdad”, se quitó un peso de encima. Ya lo creo. Es lo que trato yo de hacer ahora mismo al declarar aquí –“y no se si hago bien al confesarlo”- que me encantan, me emocionan, me trastornan, me´sulibellan´, me matan y me resucitan las Rimas de Bécquer y una parte de su prosa.

Los de la Generación del 98 y los del 27 respetaban y/o adoraban a Bécquer. Y Bécquer admiraba –y con razón- a Lord Byron y a Heine.

Es el poeta español romántico por excelencia, quizás el más grande que tenemos. Y, sin embargo, aún no está en nuestra lista del blog de poesía.

Por tanto, incluyo aquí este poema de Bécquer y prometo que no será último de los suyos (si me dejan) para reparar una injusticia literaria y reclamar un trocito del ciberespacio para la ternura que brota de la poesía romántica.

¡Tanta falta nos hace!

Dadme más Bécquer y llamadme cursi.

Seleccionado y comentado por José A. Martínez Soler